jueves, 27 de agosto de 2009

Cagantina a la vista


Por: Por Pedro Lastra - ¿Cuántos cientos, posiblemente miles de familiares cercanos o lejanos de miembros de la guardia nacional, de las distintas ramas de las fuerzas armadas y de la policía metropolitana – todos ellas con minúsculas, que están demostrando una deshonra indigna de nuestra tradición uniformada – marcharon el sábado 22 de agosto en la que posiblemente sea la marcha más multitudinaria habida en Venezuela desde las gloriosas jornadas de marzo y abril del 2002? ¿Cuántos miembros de esos cuerpos hubieran preferido no participar de la feroz represión llevada a cabo por instrucciones del enano sirio con el concurso de “modelito”, el presidente del club de fan de Alí Primera, voz oficial del régimen? Son preguntas altamente pertinentes, pues cunde en el seno de los sectores uniformados la misma percepción que en los otros sectores de nuestra sociedad civil: Chávez comienza a colgar de un moco, se balancea en la estratósfera de la soledad miraflorina sin red de protección y precipita los acontecimientos para ver si salta una liebre salvadora y puede parapetar su tambaleante gobierno con alguna medida de emergencia de última hora: un golpe militar auto preparado que le de pie a una declaración de estado de sitio y el montaje a la carrera de un gobierno abiertamente dictatorial, un conflicto fronterizo que le permita militarizar a la sociedad entera, un deslave o un terremoto o cualquier hecho fortuito que provoque y justifique a los ojos del mundo el quiebre del hilo seudo constitucional. Todo ello comienza a dominar los espíritus y a precipitar el derrumbe del régimen. El patético y bochornoso sainete montado por “modelito” al frente de sus ateridas mesnadas es expresión de que al teniente coronel se le acabaron los cartuchos y se ve en la obligación de utilizar pólvora mojada. Asunto extremadamente grave, porque los tiempos históricos, en circunstancias semejantes, adquieren una dinámica insospechada y en días de ira la velocidad de los relojes y la vertiginosa marcha de los calendarios da, cuando menos, dentera. Por no decir lo apropiado: cagantina. Es la que se huele en cuarteles y ministerios, en salas de redacción de medios rojo rojitos y en sus canales de televisión, la que transmiten sus locutores y locutoras preferidas, esas que no le hacen asco a sueldos chantajeados y se respaldan en la cagantina de propietarios de medios que creen blindar sus mal habidas concesiones con el empleo a mediodía de una voz oficialista. Por eso mismo: es el momento del temple, de la sangre fría, de la cabeza y el corazón bien puestos. Pues ingresamos al triángulo político de las Bermudas, esa zona indeterminada en que el barco avanza a la deriva, a merced del bravío oleaje y los temporales desatados, sin que nadie sepa si encalla o naufraga, si se hunde con todos sus tripulantes o arriba a velas desplegadas al puerto seguro de las nuevas certidumbres. Es el momento de la verdad, la firmeza y el coraje. Los fantoches y aguafiestas, los cobardes y pusilánimes, los acomodados y comprometidos que se la piensen antes de agradar al régimen. Pésima inversión. Pues es la hora de Dios o el Diablo, negro o blanco, ellos o nosotros, democracia o dictadura. La hora de las fortalezas. La hora de la dignidad y la grandeza. Que cada quien asuma las consecuencias

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