jueves, 27 de agosto de 2009

El coronel


Por: Elides J. Rojas L. - Sólo hay una explicación para que un alto oficial hable y se comporte como otra cosa. En realidad, Carlos, nunca fue bueno en la escuela. Era flojo y descuidado. Aprendió a leer y escribir cuando ya no había más remedio y estaba a punto de pasar para quinto grado. Usó el mismo cuaderno Caribe desde primer grado y nunca llevaba lápiz. Carlos Roco Rondón es su nombre y su historia todavía se está escribiendo. Nació en La Guardiola, donde hasta los gallos se levantaban a medio día y las vacas daban leche una vez por semana. Desde muy pequeño, según cuenta su abuela, Carlos exhibió una clara tendencia a la flojera y a la vagancia. Además, al igual que su padre, el muchacho salió brutico. Era muy lento, demasiado haragán, dice de él, doña Fruna, su tía. Para todo el pueblo estaba claro que Carlos, a empujones terminaría sexto grado y, luego de una pasantía por la bodega del canario como mandadero, iría a parar a la finca de don Logorio, donde podría hacerse viejo sin que nadie notara que trabajaba allí. Pero no fue así. Este muchachón visualizó una carrera diferente. Comenzó cobrando vacuna a los vecinos para no robarles la leche. Más adelante probó con el secuestro de mascotas y, aunque logró cobrar por un gato ligado y un dálmata enano, en general el negocio no funcionó bien. Le puso precio a la trocha que daba acceso al río, organizaba emboscadas contra los repartidores de periódico, vendía loros falsos en la carretera, se ofrecía como sicario de bajo costo para resolver culebras amorosas, montó un casino para partidas de truco, vendía guarapita y caña blanca fuera de horario. Sus habilidades para la sobrevivencia y el caciqueo, mejoraron con los años. En algún momento intentó montar una iglesia paralela. Consiguió una sotana usada y compró una cestica. No obstante, fue descubierto y arrestado por primera y última vez. Al salir en libertad lo vieron con un morral en la parada de autobuses. Carlos desapareció del pueblo. Nadie supo a dónde fue. Años después, revolución mediante, un grupo de antiguos pobladores de La Guardiola estaba reunido en la plaza Fidel Castro en plena ejecución de un consejo comunal. El tema no tenía nada de extraño: inseguridad, desempleo y hospitales en la ruina. Jacinto Barbieri, encargado de la Farmacia Popular Cafenol Socialista, se queja de lo mal que están funcionado los módulos Barrio Adentro. Queda un cubano. Los demás están en Miami. No hay ni curitas. Leopoldo Zácata, gerente del gallinero vertical, El Huevo Socialista, se pronuncia sobre la necesidad de expropiar la tintorería para mejorar el índice de empleo en el pueblo, mientras que Custodio Laredo, maromero graduado en el Nuevo Circo, culpa al imperio de la oleada de ladronismo, atracos, saqueos, secuestros y asesinatos. Y, a propósito, pregunta en voz alta ¿Alguien recuerda al vivaracho de Carlos Roco? Claro. Es famoso. Se metió a militar. Es coronel socialista.
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