lunes, 11 de mayo de 2009

Los años del Teresa


Por: Juan Carlos Liendo - www.losdeentonces.blogspot.com - Hace pocos días, un buen amigo de los buenos viejos tiempos, me preguntó si yo tenía una época de mi vida a la que pudiera calificar de insuperable. Mi respuesta tardó menos de un segundo en salir de mis labios; ni siquiera se formó responsablemente en mi cerebro. Brotó con la economía de palabras que se necesita para expresar aquello que no ofrece la menor duda. Se lo dije desde mi verdad absoluta: Los años del Teresa. Me refería, por supuesto, a los años que viví en La Compañía Nacional de Teatro, cuyas oficinas estaban en los sótanos del Teatro Teresa Carreño, el epicentro de la zona cultural de Caracas. No es fácil recordar esos años sin apasionamiento. No es fácil hablar del Teresa con objetividad. No es fácil recordar la zona cultural perdida y mantener los ojos secos. No es fácil, sobre todo ahora, cuando el dedo injusto del Sabanetero, señaló el último pedazo de esos años y decretó la desaparición del motivo de existencia de un edificio emblemático de una ciudad en la que los símbolos de buenas épocas estorban no solo al gobierno, sino a una enorme cantidad de sus habitantes. No hay mejor manera de construir una entelequia que hacerla sobre la base de la desmemoria y el olvido. Eliminar símbolos concretos es la mejor manera de borrarnos en el país, de desconocernos en el pasado, de convertirnos todos en seres programados para cantar nuevas realidades impuestas por productores de mala calidad y peor engendro. Borrando los símbolos concretos de lo que fuimos, estamos al mismo tiempo admitiendo que ahora no somos nada y que no serlo nos importa poco. Los tiempos convulsionados de esta nueva Venezuela, no tienen lugar para pensamientos que pretendan algo tan simple como la preservación de la memoria. Si no podemos leer lo que nos de la gana, tampoco podremos, nunca más, regocijarnos en la visión de esquinas urbanas que algunas veces sentimos nuestras. Estamos borrando también la esperanza. Estamos, de a poco, matándonos. Todo el que lo vivió sabe de lo que hablo. El edificio del Ateneo es mucho mas que un edificio con salas de teatro y galerías y cafés y salas de cine y escaleras para sentarse a fumar un cigarrillo y jardineras y ferias de navidad y amores sueltos y, y, y…. El que no lo vivió, no tendrá tiempo ni siquiera de lamentarlo porque lo más grave de todo lo que nos está pasando, con esta fiebre rescatadora de nada que necesite rescate, es que nos estamos convirtiendo en pedazos de sombras que no tienen recuerdo. Aun existe una mitad de país que está de acuerdo con eso. Algunos pocos, nos aferramos a la esperanza de querer hacer un país nuevo desde la memoria y la sombra de un edificio cuyos pasillos fueron asilo para la decencia. El Ateneo de Caracas no va a morir, eso lo sabemos todos. Han muerto sus espacios amables; como muerto está desde hace diez años el escenario mas importante de esta parte del mundo, como muerto está el Museo que era para muchos recurso mágico contra la angustia de vivir, como muerta esta la capacidad de decir de muchos de nuestros creadores. El Ateneo no, el Ateneo está humillado y eso le conviene al que sin tener otra manera de demostrar su poder, lo hace embistiendo a manotazos contra nombres, prestigios, honores y talentos. El Ateneo se salvará de esa suerte, pero su verdad será otra y corre el riesgo de nacer, también, desde la desmemoria.Mal final para un pedazo de tierra que acogió etapas insuperables de la vida de todos los que hoy defienden con el último halito, su derecho individual a mantenerse en pie. Se ha mostrado aciaga esta primera década del Siglo XXI que aniquila lentamente al colectivo y a todo lo que fuimos como país, ante los ojos cerrados y los labios silentes de todos nosotros. Será que lo merecemos, pues.

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