Por: Antonio Pasquali - apasquali66@ yahoo.com - Cuando Chávez deje el poder en 2012 o antes, el ya descoyuntado andamiaje institucional, jurídico, infraestructural y económico del país estará del todo colapsado. Seremos un país petrolero paradójicamente en ruinas, a cuya reconstrucció n habrán de dedicar enormes y eficientes esfuerzos gobiernos democráticos capaces de trascender las perversiones del decenio, la evaporación de casi mil millardos de dólares en una insensata aventura política, e injustificables retrocesos en calidad de vida y desarrollo por obra de un resentido con nostalgia de soviet y delirios de grandeza. Todo eso concierne empero la exterioridad y el Estado-nación. El daño más profundo que Chávez en persona habrá inferido a sus conciudadanos es un daño "agustiniano", de los que agreden la interioridad y el sistema personal de valores. Es un daño moral que ha venido formando huellas comportamentales y que tomará decenios subsanar a fuerza de una dilatada palingenesia espiritual con fuertes sinergias entre excelencia educativa, re-democratización, justicia ejemplar y políticos virtuosos. La Moral en general, que muchos citan casi sin saber de lo que hablan, y la Moral Social en particular que mencionan las constituciones, no tienen buena imagen por el considerable número de crímenes e hipocresías cometidos en su nombre. Pero se puede vivir sin metafísica ni gnoseología, insistía Descartes, mas no sin moral, esto es, sin normas para la praxis cuotidiana. Cuando llegan a ser coherentes, extensas y compartidas, tales normas forman sistemas morales, en devenir pero cargados de tal fuerza inercial que ningún príncipe puede modificarlos a su talante. Chávez maneja el insensato supuesto de que la moral social del venezolano era una moral de escuálidos, y pretende demolerla confiando parte de la tarea a La Hojilla, una emisión-cloaca que él insiste en calificar como la mejor de la TV venezolana. Un somero análisis moral del personalismo chavista revela el predominio de tres pulsiones: hacia el maniqueísmo, la violación y la prostitución. Tres valores cuarteleros a menudo arropados en lenguaje de lupanar, tres facetas del daño moral inferido a quienes más bajas tenían sus defensas. Chávez, bondad suya, eliminó el paredón a cambio de un terrorismo soft, y su incesante incitación al odio de clase, su construcción de enemigos y su implacable aplastamiento de la oposición aún no han inducido guerra civil y muertos porque, como quien dice, Dios es muy grande. Su polarización es un juego pesado que se le pudiera ir de las manos convirtiéndolo en un Robespierre. Nos deja una certeza apodíctica: la paranoia amigo/enemigo es, en su alma cuartelera, irreversible. Cual abuso de la fuerza poseída para someter y violar, la violencia es inherente al déspota. El régimen no se limita a lanzar a la oposición escatológicas metáforas de violación sexual, sino que ha elevado la violación misma a sistema político: desde su procaz violación de preceptos constitucionales (vergonzosamente legitimada por las celestinas del legislativo y del judicial), a la de los espacios institucionales conquistados por la oposición (un fascismo radical), o la orgásmica violación mediática de un presidente predicador capaz de lanzar hasta tres "cadenas" diarias o de hablar por siete horas ininterrumpidas. La destrucción de dignidad mediante una masiva prostitución política es tal vez el daño moral más grave inferido al venezolano. Se comienza por prostituir el cuerpo y el alma de la Democracia (se le explota mañosamente mientras rinde dividendos y no se tendrán empachos en tirar su cadáver al foso cuando se le considere inexplotable) y se termina invirtiendo incontables recursos en gigantescas operaciones de proxenetismo electoral, en una medida que deja enanos a los "hombres del maletín" de antaño. Unos dos millones de votos, casi un tercio de los votantes pro-gobierno, le habrían vendido su dignidad política al autócrata a cambio de limosnas, en cálculos de encuestadoras. A la hora del próximo referendo, los chavistas de buena fe tendrán que vérselas con su conciencia.
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