Por: Luis Ugalde - Publicado en el Diario El Nacional, el jueves 24 de abril de 2008 - Venezuela es un país mestizo. Negar esa evidencia es una estupidez y caricaturizarla, como se está haciendo, es una burla. Ningún país puede construir su exitoso futuro mutilándose a sí mismo de uno de los componentes principales de su mestizaje, ni nosotros inculcando en el curriculum escolar que somos mestizos de sólo dos colores. El tricolor es nuestro y el bicolor nos destruye. Nuestra tarea es asumir la realidad racial tal como es y desarrollar la unidad nacional fortaleciendo todos sus componentes.Se calcula que en 1808 - hace 200 años- Venezuela tenía casi 900.000 habitantes (los que tiene hoy sólo la gran Catia). Era un país mestizo de claro predominio pardo en una mezcla de indios negros y españoles. Se calcula que en ese momento el total de la población esclava era de unos 60.000. Esa composición racial se alteró poco durante el primer siglo republicano, aunque los gobiernos tuvieron deseos y leyes para tratar de fomentar las migraciones y combatir el despoblamiento. Lamentablemente, hasta la muerte de Gómez, las enfermedades tropicales, la pobreza y las guerras civiles permanentes, pudieron más que los deseos venezolanos de recibir gente y transformar al país. Hoy somos 25 millones. Entre 1938 y 1970 se formó en Venezuela una realidad poblacional realmente novedosa, porque entraron para quedarse y multiplicarse más españoles que todos los que habían venido desde Cristóbal Colón hasta la muerte de Gómez; vinieron muchos más italianos o portugueses que los esclavos negros traídos de África a la fuerza en toda nuestra historia; y el número de europeos venidos después de la II Guerra Mundial supera al total de los indios que había en Venezuela a la llegada del primer europeo en tiempos de Guaicaipuro. Por eso el actual mestizaje venezolano es más rico y variado que el que vivió el “blanco de orilla” Francisco de Miranda. A los ya mencionados habría que añadir millones de latinoamericanos (sólo los colombianos y sus hijos superan al total de la población venezolana de 1908) y tendríamos que contar la valiosísima presencia nacional de árabes, llamados “turcos”, de decenas de miles de judíos y de centroeuropeos. Como resultado de todo ello somos 25 millones de venezolanos con enriquecido mestizaje racial y cultural. Negar esta evidencia racial y cultural es masoquismo y mutilación nacional. Para no perder el tiempo ni la cabeza con mitos engañosos, es bueno recordar que todas las razas de América vinieron de afuera, todas fueron inmigrantes de Asia, África, Oceanía o Europa. Los primeros indios tampoco eran autóctonos. La realidad que no se asume es como la comida que no se digiere: hace daño. Negar la presencia europea en nuestra identidad nacional y, mucho peor, sembrar el odio y resentimiento contra ella, es una estupidez destructiva. Tampoco nos ayuda el servilismo que imita la terminología norteamericana de “afroamericanos” , porque allí decir “niger” es un insulto. En Venezuela “negro” es una identidad que reclama más oportunidades y reconocimiento. Nuestra sociedad, si es inteligente y aspira a la justicia, debe apoyar y reforzar especialmente a los históricamente más oprimidos, maltratados y negados en su identidad, que son indígenas, negros y pobres. Asumirlos positivamente y sin discriminación ni enfrentamiento con el resto.Hay una retórica indigenista que no pasa de disfraz de carnaval, de máscara que proclama lo que no se hace y trata de ocultar las realidades de abandono. Necesitamos programas reales y medibles de educación, desarrollo social y económico con creciente afirmación bilingüe que les permita ser venezolanos de primera sin tener que renunciar a la propia lengua e identidad. Venezuela hoy no es un millón de indios, españoles y africanos, atropellados, revueltos y yuxtapuestos; somos 25 millones, nacidos aquí o venidos, divididos más por las barreras económico-sociales y por la desigualdad negadora de oportunidades. Ni indoamericanos, ni afroamericanos, ni euroamericanos, sino venezolanos de arco iris con todos los matices de color que embellecen y enriquecen nuestra unidad variada. A ello debe apostar nuestra educación integradora. No restar ni dividir, sino reforzar y multiplicar. Hacernos capaces de reconocernos para soñar y actuar unidos.
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