martes, 6 de mayo de 2008

Enrique

Enrique miró en su buzón del correo, pero solo había una carta. La tomó y la miró antes de abrirla, pero luego la miró con más cuidado. No había sello ni marcas del correo, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta: Querido Enrique: Estaré en tu domicilio el sábado en la tarde y pasaré a visitarte. Con amor, Jesús. Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa. "Porque querrá venir a visitarme el Señor?. No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle. "Pensando en eso, Enrique recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina. "Ay no! No tengo nada para ofrecerle!. Tendré que ir a comprar algo. "Bueno, comprare algo de pan y alguna otra cosa, al menos". Se echó un abrigo encima y se apresuro a salir. Una hogaza de pan francés, media libra de pavo y un cartón de leche. Y Enrique se quedó con solamente doce centavos que le deberían durar hasta el lunes. Aun así se sintió bien camino a casa, con sus humildes ingredientes bajo el brazo. "Oiga, joven, nos puede ayudar, joven?". Enrique estaba tan absorto pensando en la cena que no vió las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco mas que harapos. "Mire, joven, no tengo empleo, usted' sabe, y mi mujer y yo hemos estado viviendo allá afuera en la calle y, bueno, está haciendo frío y nos está dando hambre, y bueno, si uste' nos puede ayudar, joven, estaríamos muy agradecidos.". Enrique los miró con mas cuidado. Pensó que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran. "Señor, quisiera ayudar, pero yo mismo soy un hombre pobre. Todo lo que tengo es unas rebanadas y pan, pero tengo un huésped importante para esta noche y planeaba servirle eso a Él". "Si, bueno, si joven, entiendo. Gracias de todos modos". El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se dirigieron a la salida. A medida que los veía saliendo, Enrique sintió un latido familiar en su corazón. "¡Señor, espere!". La pareja se detuvo y volteó a medida que Enrique corría hacia ellos y los alcanzaba en la calle. Mire: por que no toma esta comida?. Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado", y extendió la mano con la bolsa de víveres. "Gracias, joven, muchas gracias!". "Si, gracias!", dijo la mujer y Enrique pudo notar que estaba temblando de frío. "Sabe, tengo otro abrigo en casa. Tome este", Enrique desabotonó su abrigo y lo deslizó sobre los hombros de la mujer. Y sonriendo, volteó y regresó camino a casa... sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado. "Gracias, joven, muchas gracias!". Enrique estaba tiritando cuando llegó a la entrada. Ahora no tenia nada para ofrecerle al Señor. Buscó rápidamente la llave en la cartera. Mientras lo hacía notó que había otra carta en el buzón. "Que raro, el cartero no viene dos veces en un día". Tomó el sobre y lo abrió: Querido Enrique: Que bueno fue volverte a ver. Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor, Jesús.
El aire todavía estaba frío, pero aun sin su abrigo, Enrique no lo notó.

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