Por: Teódulo López Meléndez - teodulolopezm@ yahoo.com - No tengo informantes privilegiados ni participo en reuniones políticas. Sin embargo, se atan cabos, se analiza la escasa información disponible y se recurre a procesos deductivos. No hay lugar a dudas, por ejemplo, que estuvimos ante una crisis militar en ciernes. De allí las noticias sobre arrestos, sobre solicitudes de baja, sobre denuncias estereofónicas de magnicidios y conspiraciones. Las causas del malestar no es necesario reproducirlas. De allí la repentina “mesa de la unidad democrática”, presentada con lenguaje suave, casi acariciante. La primera paradoja es que los “malos aires” en el sector militar ejercen mayor influencia sobre la llamada “oposición” que sobre el mismo gobierno. Debemos, pues, a la crisis militar abortada, a la “oposición” en planes de proclamar a la “unidad” como la panacea que garantiza el paraíso. No voy a calificar ni a adjetivar las causas ni los efectos del anuncio “unitario” logrado “después de largos meses de conversaciones”. Creo que le corresponde a cada lector sacar conclusiones con los hechos sobre la mesa. Lo cierto es que nadie puede poner en duda el llamado compromiso democrático del chiripero de siglas. He dicho muchas veces que comparo la situación venezolana con un gráfico donde la flecha sube. En alguna ocasión he agregado que cuando estudio porqué baja siempre me encuentro a Globovisión, a Ledezma y al chiripero. Esta vez el chiripero ha dado su contribución sin mucha asistencia externa. Esto es, volvemos a la situación antes de la crisis, lo que indica que el régimen seguirá adelante con la Ley de Procedimientos Electorales y podrá darnos con tranquilidad lecciones sobre la comuna. Todo es ahora normalidad aparente, con la flecha fláccida, hasta que vuelva a subir y los factores encargados de bajarla vuelvan a actuar. Algunos han reclamado a la “unidad” que está bien que nombren algunas mesas de disquisición sobre lo que bien los reclamantes podrán considerar “teoría insustancial”, pero que no olviden la “maquinaria electoral”. Si bien estamos muy lejos de unas elecciones es conveniente -no otra cosa piensan- que se dediquen a discutir si van con esa absurda idea de la “tarjeta única” o que se pasen los meses discutiendo como van a hacer para repartirse los curules en la Asamblea Nacional. Esto es lo que se ha denominado electoralismo, uno que pone en segundo plano la resistencia contra la dictadura bajo el argumento de que votar es ver a Dios. El gobierno ruge contra la supuesta recreación de la “Coordinadora Democrática ”, pero en su interior agradece. Mientras tanto, no descarta la eventual convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente para dar la estocada final. Si bien es cierto que el gobierno aparece muy mal en las encuestas, pensarán que cada vez que Chávez le ha puesto empeño a la cuesta ha logrado remontarla y que la recuperación de los precios del petróleo permitirá reincrementar el gasto público sin importar la inflación. Además , el amable CNE hace elecciones en un mes cuando el jefe ordena, de manera que el factor sorpresa –más las desquiciantes disposiciones de la nueva ley- pueden muy bien garantizar una Constituyente plena de sorpresas revolucionarias. Aquí salimos de las crisis con aparente facilidad. De dónde no salimos es del caos. El país se sigue cayendo a pedazos, la inseguridad aumenta, las estatizaciones golpean a miles de familias, pero de un lado adoctrinan sobre comunas, planifican el asalto final a las universidades autónomas (en medio de la placidez de unas autoridades que ponen parches y se parecen más a los bomberos universitarios que a figuras rectorales), y estudian las formas del pequeño tranco de camino que les falta para la perfección del Estado absoluto, mientras del otro se hace volver al país al ensueño (con la “unidad” todo se resuelve), anuncian convocatoria para otra “marcha” y diez años después tienen la cachaza de decirnos que van a comenzar a redactar “un proyecto de país”. Si el gobierno opta por la Constituyente uno no tiene ni idea que hará la llamada “oposición” para plantear en su seno, cuando proclaman que su “programa de gobierno” es precisamente la Constitución de 1999, esto es, si el chiripero tuviese un sentido lógico deberían buscar a Luis Miquilena -bajo cuya égida fue aprobada- como líder absolutamente reconocido de la panacea unitaria presentada. Recuerdo que durante algún gobierno de los 40 años pasados alguien desató una campaña publicitaria sobre el contenido de la Constitución de 1961, la que se convirtió en una de alto poder subversivo, dado que, al enterarse los plácidos habitantes de este campamento de aquello a lo que tenían derecho, bien ha podido producirse una revuelta. Estos atados a la Constitución del 99 se amarran allí para mantenerse en sus prédicas democráticas de legalidad y apego a la ley, pero no más. Si logran realizar algo que parezca una oferta de país por fuerza tendrían que ir a establecer modificaciones de fondo a algunas cosillas que están en el texto del 99. Las propuestas de cambio son desconocidas porque no existen. De allí la frase robada a Chávez de “todo dentro de la Constitución, nada fuera de ella” y hasta la ficción de Alcalde Mayor que encarna Ledezma ahora se la pasa con el librito en la mano, como hacía Chávez, hasta que comenzó a planificar el salto por encima de un texto que proclamó para 200 años y que se redujeron a la simple búsqueda de un jugueteo cada vez más grande hacia la entelequia estatista denominada “socialismo del siglo XXI”. Así, la Constitución ha dejado de ser la norma jurídica que enmarca un contrato social que une a los habitantes, para ser para unos un texto de coyuntura que se viola todos los días y para los de la acera de enfrente un refugio legalista de buenas apariencias. No hay en este momento nada que una a los venezolanos, es la única verdad real. Aquí recomenzamos siempre, pero varios pasos adelante. Es la paradoja surrealista, es el teatro del absurdo, es la debacle de un caos cuyas crisis puntuales consiguen apaga fuegos a granel. No obstante, subyace una protesta colectiva inconexa, desperdigada en restos fractales del avión caído, en pedazos que flotan a diario y lamentablemente en cadáveres que se amontonan en las morgues. Las turbulencias están aquí, en una población que indica estadísticamente que más del 40 por ciento no quiere lo presente ni regresar al pasado. Nadie entiende porqué los inefables encuestadores la bautizan como Ni-Ni, cuando en verdad son el rechazo manifiesto al extremismo totalitario y a la incompetencia manifiesta. En fin, habrá una “cadena”, no sólo de medios radioeléctricos, sino entreverada con esas que pagan promesas y auguran felicidad, dinero y amor si se les envía a tantas personas. Deberá decir: “Gracias por los favores recibidos”.
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