martes, 2 de junio de 2009

El mundo del cuartel


Por: GustavoTarre Briceño - El Presidente de la República manifiesta, cuando la oportunidad se presenta y también en ausencia de ella, su orgullo de haber sido formado en un cuartel. En más de una ocasión, hablando al auditorio cautivo de un país encadenado y a un círculo de oyentes que son llevados al “set” y obligados a aplaudir y reír sus chistes, el Jefe del Estado les ha dicho a sus compañeros militares: “Fíjense, como los adversarios del gobierno denigran de los cuarteles”. Y luego, se ríe de quienes piensan que hay lugares en el mundo mejores que una barraca de soldados. Cada actividad humana tiene sus lugares y sus usos. Los cuarteles sirven para acantonar guerreros, formarlos para la lucha, guardar el armamento y practicar la más importante de las virtudes militares: la disciplina. Nunca han sido, ni serán, ni podrán ser un centro de discusión, de debate, de intercambio o de diálogo. El respeto por la opinión ajena no existe, porque no hay opinión ajena. Se trata de recibir órdenes y de ejecutarles. Las jerarquías están claramente establecidas y a los que allí viven y trabajan se les uniforma para hacer desaparecer la individualidad. En el campo de batalla hay amigos y enemigos y la misión de los militares es destruir al enemigo, al menor costo y con la mayor eficiencia. La forma de hacerlo la deciden los jefes y los subalternos se limitan a ejecutar sin chistar. Esto puede gustarnos o no gustarnos, pero es así. No se concibe a un general que ordene a los blindados avanzar por el flanco izquierdo y que esa orden de lugar a un debate: El capitán Fulano prefiere irse a la retaguardia; el teniente Mengano piensa que debe ser por el flanco derecho; un sargento Zutano prefiere el ataque frontal y no faltará alguno que exprese su preferencia por quedarse en su trinchera. La formación militar se fundamenta en las tradiciones, en una visión simplista y épica de la historia, en el respeto a la jerarquía, a la antigüedad, a los símbolos. En el cuartel, todos se despiertan a la misma hora, se visten de la misma manera, se saludan en forma preestablecida, y la vida sigue una programación de la cual están totalmente ausentes la discusión, el debate y la confrontación de ideas. No se habla, se grita; no se argumenta, se arenga. Hay ritos que se repiten incansablemente: saludo a los superiores, ceremonias frente a la bandera, relevo de centinelas, marchas, contramarchas, orden cerrado. Obediencia frente al superior y arrogancia frente al subalterno. No hablar mucho ni pensar demasiado. A veces se desliza la jerarquía hacia la patanería, la virilidad hacia el machismo, la disciplina hacia la brutalidad. No falta gente a quienes gusta ese tipo de vida, a otros nos parece insoportable. Pero de todo debe haber en la viña del Señor y no podemos dejar de entender que quienes se preparan para la guerra, para matar o morir, deben ser entrenados de determinada manera, en la que sobra la disidencia y el criterio propio. ¿Pero qué pasa cuando se saca al militar del cuartel y se le nombra ministro, director general, presidente de una empresa pública o de un instituto autónomo, o Presidente de la República? Con la mentalidad que hemos descrito toca al militar, en funciones de gobierno, enfrentarse con los complejos problemas inherentes a la conducción de un país y con gente que discute, que no hace caso, que se alebresta, que critica, que duda y que disiente. En la “Casa de los Sueños Azules” no les enseñaron economía, finanzas, sociología, ni la compleja historia del país. Nadie les indicó lo que significa la rentabilidad, ni la factibilidad, ni el Producto Interno Bruto, ni la liquidez monetaria, ni la balanza comercial. Le enseñaron la trigonometría que se requiere para disparar un cañón, la gerencia indispensable para mover un Regimiento, el liderazgo que se pide al comandante de un pelotón o una brigada. La historia que aprendieron fue la de las batallas, de las cargas de caballería, del toque del clarín y del redoblar de los tambores. Pero lo que sí les dijeron es que ellos son los mejores, los que están dispuestos a dar la vida por la Patria, al sacrificio. También les enseñaron el desprecio hacia los civiles, instalados en la comodidad de una vida sin heroísmo y sin sacrificio. En el Gobierno, en un comienzo les va bien. Barren como escoba nueva. Llegaron al gobierno por el deterioro del poder civil, como respuesta al desorden. La gente esperaba de ellos el fin de la “politiquería”, de la “habladuría”, el acabar con la corrupción. Confrontados a la función de gobierno, los militares no saben de términos medios, de equilibrios, no entienden la necesidad del diálogo. Se les ha entrenado para vencer, más no para convencer. Creen que conocen bien al país pues han servido en muchos lugares, pero es un conocimiento superficial, no han tenido contacto con los mecanismos reales y difíciles que permiten que la sociedad avance. La complejidad de las cosas les irrita y llena de impaciencia. ¿Qué pasa cuando la realidad social y económica no obedece a las voces de mando? Se inicia entonces un círculo vicioso que está presente en todos los gobiernos militares: Los errores no se rectifican, porque se vería afectado el principio de autoridad; los funcionarios incompetentes no son destituidos (sobre todo sin son militares), porque eso sería admitir el fracaso; los que critican a un gobierno que es “patriota” por definición, pasan a ser “enemigos de la Patria” y por lo tanto pueden ser silenciados, perseguidos e incluso eliminados. Aquello de disminuir la habladera nunca funcionó con Chávez, no es el laconismo el rasgo que más le adorna, tampoco lo de luchar contra la corrupción. Durante una primera fase hubo un contrapeso civil: Miquelena, Alejandro Armas, Alvarenga, no eran peleles sumisos a las voces de mando. Hoy ese sector desapareció, los civiles que quedan están al servicio de los gorilas o se van. Todos saben que en cualquier momento pueden ser investigados, como Barreto, Di Martino, Yelitsa Suárez, Antonia Muñoz. En el universo cuartelario no caben los civiles y por eso no pasan de meras comparsas. Por último, el cuartel no es lugar para intelectuales. La lectura, así se autoproclame Chávez como un gran lector, es vista como femenina. Es perder el tiempo. Se genera un desdén hacia la cultura, hacia los que saben, y que en el gobierno se traduce en el desprecio a las universidades (con mayor razón si son dirigidas por una mujer), en hacer de la meritocracia una mala palabra, en despreciar la investigación científica. La ética administrativa es una preocupación muy secundaria. Estas son las consecuencias de una visión cuartelaria de la vida social. No despreciamos lo que se hace dentro del cuartel, y podemos hasta entender por qué lo hacen. Lo que no podemos aceptar es que esa sea la forma de ser que se le quiera imponer a Venezuela y los resultados nos dan la razón.

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