Por: Pedro Lastra - Venezuela ha terminado convertida en el Parque Jurásico de la experimentació n ideológica latinoamericana. Como si un espíritu maligno hubiera decidido mediante extraños procesos criogenéticos volver a revivir dinosaurios políticos, las pobres y desventuradas cenizas de Cipriano Castro vuelven a tomar forma en la desaforada figura del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Así, sacudido de su tumba portorriqueña en que fuera sepultado en 1924, vuelve el Cabito por sus fueros, entre declaraciones furibundas de su reencarnación y el incienso y la mirra de sus seguidores. No es Bolívar el antecedente directo o lejano de Hugo Chávez. Eso es lo que él quisiera hacernos creer y lo que los paleros cubanos intentan insuflarle a punta de sahumerios y ritos propiciatorios. El único y verdadero antecedente del actual presidente de Venezuela es Cipriano Castro, el caudillo andino que a la cabeza de sesenta desarrapados y secundado por su compadre el hacendado Juan Vicente Gómez descendiera en una fulgurante campaña desde el Táchira encabezando la sedicente revolución restauradora, atropellara de manera inclemente las huestes del desafortunado Ignacio Andrade, se hiciera con el poder en 1899 y gobernara hasta 1908, cuando una grave dolencia renal acuciada por sus desafueros alcohólicos y sexuales lo obligara a entregarle el poder a Gómez para ir a operarse en Berlin con un afamado nefrólogo de fama mundial. Temiendo a su sombra, Juan Vicente Gómez, del que comenzara a pensar y con razón lo peor, decidió ponerlo en aprietos ordenándole a sus secuaces que promovieran su inmediato regreso al Poder, del que se había alejado en un simulacro de renuncia. Es un divertido y cómico sainete de la pelafustanerí a política nacional conocida como LA ACLAMACIÓN. Corrieron los jalabolas de comienzos de siglo a rogarle, a pedirle, a arrodillársele solicitándole en todos los tonos y lenguajes al enloquecido bailarín que era Cipriano Castro que aceptara ser una vez más el presidente de todos los venezolanos. Para beneplácito de la nación y progreso de la humanidad. Urgía Castro a los suyos pidiéndoles con un ojo que presionaran para su aclamación y con el otro ojo espiaba a su compadre no fuera a sorprenderlo con alguna mirada o alguna sonrisa que delatara su inmunda traición. Por supuesto: fue Gómez a verlo y le rogó que no se fuera, que aceptara ser aclamado, etc., etc., etc. Arcos florales, bandas de música, coros y fanfarrias y Venezuela aclamó una vez más al Cabito, reconocido urbi et orbi como una suerte de mico burlón, farsesco, bullanguero y bailador. El propio Hugo Chávez. Aunque con algunas notables diferencias que paso a enumerar: 1) El coraje. Castro no era hombre de esconderse en el museo militar y arrodillársele a un obispo para que le salvaran su vida. Era embraguetado, osado y valiente. 2) Su antiimperialismo. Antiimperialista de verdad y no de los dientes p'afuera, Cipriano Castro no andaba estirándoles la mano a los Estados Unidos, ingleses ni alemanes hablando mal de ellos a sus espaldas. Se enfrentó a las grandes potencias de su tiempo con todos sus apéndices. Que los tenía y no eran de utilería. 3) Mujeriego. No alquilaba top models de color por un millón de dólares – que no las había entonces – para presumir de hombría sino que se dejaba acariciar por hijas, esposas y hermanas de los innumerables jalabolas que lo rodeaban. Que por un negocio eran capaces de meterle a la virgen María por entre las piernas. Hay muchas más hermosas características que lo distinguen de su tardío heredero. Tantas, que el propio José Rafael Pocaterra, que lo odió en vida como nadie, sintió de verdad su muerte. Había terminado queriéndolo. No creo que suceda lo mismo con el impresentable. Se nos ha ido convirtiendo en una auténtica ladilla. De esas de nacionalidad china, que se afincan en las entretelas y hacen ver las estrellas. Nunca segundas partes fueron buenas
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