sábado, 5 de julio de 2008

Fuentes del fracaso polìtico

Por: Alberto Rodríguez Barrera - El autoritarismo es la defensa y justificación de un gobierno basado en órdenes que son respaldadas por amenazas y castigos por desobediencia. Los defensores de sistemas de gobierno autoritarios creen que la autoridad del gobernante es su propia justificación y que sus prácticas deben ser aceptadas por sus súbditos, sin consulta o persuasión, por la autoridad investida en ellos por teoría política o social, por procesos abstractos de desarrollo histórico, o por Dios. Dentro de este esquema funciona la llamada personalidad autoritaria, un tipo de personalidad caracterizada por extrema obediencia y respeto incuestionable por la autoridad. Estas características definitorias son generalmente acompañadas por rigidez, convencionalismo, prejuicios e intolerancia de la debilidad o la ambigüedad. El totalitarismo encuentra ejemplos teoréticos en el nazismo, el fascismo y el comunismo soviético: sistema político dominado por un solo partido e ideología en el que todas las actividades políticas, económicas y sociales son absorbidas y subsumidas y toda disidencia suprimida por terrorismo policial. Esencial para el totalitarismo es el monopolio total del flujo ordinario de información y de argumentos públicos. Esta visión era muy corriente en el período 1930-1950 entre marxistas intelectuales disidentes que hablaban de la nazificación de los partidos, sindicatos, universidades, asociaciones profesionales y otras de la Alemania nazi, y en el grado de control central ejercido por la dictadura stalinista en la Unión Soviética. El totalitarismo debe mucho a teorías orgánicas del Estado. Escritores posteriores han tendido a colocar énfasis en el grado en que rivalidades por el liderazgo, faccionalismo y el desarrollo –en industria, ciencias aplicadas, o las fuerzas armadas- de centros separados de poder e influencia y jerarquías paralelas al partido pero esenciales para el Estado, preservan un elemento de pluralismo y modifican la temprana imagen monolítica del Estado totalitario. El terrorismo es la política o actividad de utilizar el terror para romper el espíritu de resistencia a un particular movimiento político inculcando el temor a la muerte, mutilación, y tortura, o acciones similares contra resistentes familias o dependientes. Como política carece de realidad hasta que se producen suficientes ejemplos para que el terror se vuelva efectivo. El terrorismo puede ser tanto oficial como contrarevolucionari o (uso que le dieron Hitler y Mussolini), así como también revolucionario. El terrorismo es esencialmente el arma de una minoría que no encuentra ninguna oportunidad de éxito por persuasión. Si el terror revolucionario ha de ser exitoso, debe primero imponer su voluntad en aquellos que desea liderar hacia la batalla. Es un término fuertemente peyorativo, pero figura mucho –y generalmente con alguna razón- en la propaganda oficial contra insurgentes. El castrismo es una mezcla de tradición revolucionaria latinoamericana e ideología comunista creado por Fidel Castro. Nació sin ideología o teoría clara. La fusión del movimiento guerrillero- caudillesco con el comunismo llegó en 1961, cuando Castro abrazó al comunismo y legitimó su poder en términos de ideología marxista-leninista. El castrismo se ha mantenido fuertemente atado al carisma personal, más que la impersonal mística del Partido, y su disciplina aún está basada en el principio de jefatura (liderazgo personal). No se trata de una desviación del leninismo, como el maoismo o el titoismo, sino de un cultivo externo, que se unió al movimiento de la internacional comunista con la aspiración de proveer un modelo específicamente cubano para los movimientos revolucionarios latinoamericanos. En vez de esperar condiciones de objetividad marxista o subjetividad leninista, el castrismo propuso crearlas estableciendo movimientos guerrilleros, que se desarrollarían de puntos focales de insurrección en el campo, para luego conquistar todo el continente latinoamericano. Tanto Castro como Ché Guevara prescindieron de las ideas de etapas revolucionarias determinadas por clases. Como vástagos de las clases medias, visualizaron la revolución como prolija lucha de guerrillas, inclinada políticamente hacia la explotación de los males sociales (particularmente hacia los campesinos) y el sentimiento antiyanki latinoamericano. Fracasaron, aunque manteniendo influencia en movimientos extremistas.

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