viernes, 5 de junio de 2009

Clientelismo estatista: La quinta esencia del populismo


Por: Guillermo Rodríguez G. - 3erPolo - En las discordias civiles, como los buenos valen más que los muchos, propongo pesar a los ciudadanos mejor que contarlos. Marco Tulio Ciceron - ¿En que se parece la Venezuela de Chávez a la Atenas de Cleón? Pues en que a pesar de las enormes diferencias en el tiempo, lugar, cultura y circunstancias, las dos son repúblicas democráticas en las que, desde mucho tiempo atrás, la política clientelar del populismo se enseñoreó sobre la república, colocándola en el camino sin retorno de su destrucción moral, institucional y material. Y en que en las dos, el proceso se encuentra muy avanzado, y sigue acelerándose, en el momento en que los citados caudillos populistas logran llegar y mantenerse a la cabeza de la política en sus repúblicas. Se podría rastrear el clientelismo en la democracia hasta sus orígenes en la Atenas clásica, y no deja de ser interesante que en una democracia clásica del siglo V, dominada por la política clientelar de los grandes tribunos populistas, se llegase finalmente a proclamar que la voluntad de la mayoría estaba por encima de la Ley. Si el más sabio de los atenienses fue el único en oponerse, no tardaría Sócrates en ser asesinado, tras un juicio político absurdo, por esa misma mayoría, excitada por esos mismos caudillos. El populismo transformó en una generación a la ciudad-estado que había sido el faro de la cultura occidental, construido un imperio (de ahí los recursos para financiar la política clientelar) y derrotado militarmente a la primera potencia del mundo conocido, en una ciudad derrotada, ocupada y en completa decadencia en todos los ordenes. Los romanos quizás corrieron con más suerte, los siglos de conflictos entre el pueblo y la aristocracia por el control político en una República que construía también un imperio, terminarían por ser resueltos por hábiles políticos populistas que apelando a la plebe, en nombre de la aristocracia o del pueblo, mataron la república sin matar al poder que construyó cuando terminaron por dejar de la aquella poco más que la mera apariencia, para constituirse primero en electos y constitucionales dictadores por tiempo indefinido, y finalmente, en Augustos Cesares: nada menos que monarcas hereditarios. Pero, el populismo romano, tardaría mucho más que el ateniense en acabar con el poder romano, aunque finamente lo lograría de la misma manera. Es mucho lo que se podría explicar sobre el populismo en diferentes tiempos y lugares, como práctica privada y como práctica pública, pero en nada cambia la compresión de la esencia del fenómeno el conocer o no tan interesantes detalles. El populismo contemporáneo es muy similar al de la antigüedad, pues parece ser un fenómeno propio de la naturaleza humana, capaz de surgir –con sus peculiaridades específicas– en cualquier tiempo y lugar en que las circunstancias le sean propicias. El populismo suele surgir en democracia, e ir transformando tal régimen en una alguna forma de monarquía –aunque ha surgido, o resurgido, en monarquías absolutas y gobiernos de fuerza– en la medida que los políticos se dedican a la política clientelar, comprar votos a cambio de dadivas, y logran aumentar con el apoyo de la mayoría el patrimonio y recursos del Estado… y financiar con ellos a su clientela. Obviamente, esa relación tenderá a eternizar a quien se encuentre el poder, porque de una parte tiene más recursos para satisfacer a una clientela creciente, y de la otra la fuerza del Estado para expoliar de recursos a sus competidores políticos. Los ostracismos de Cleón y la proscripciones Sila, respondían a ese doble propósito de la misma manera que los medios contemporáneos, y se encubrían con el mismo discurso… criminalizar al oponente… criminalizar su riqueza… criminalizar cualquier cosa que pudiera oponerse al poder del gobernante… excitar a la clientela contra los oponentes, y usar todo el poder del Estado para finalmente aplastarlos. Hasta dónde las circunstancias lo permitieran, claro está. El populismo pues, necesita que las mayorías sean económicamente dependientes del poder del Estado; si las mayorías están compuestas por propietarios independientes, con la fundada esperanza de mejorar producto de su trabajo, entre ellas la virtud en la moral política tiene cabida y el populismo encuentra muy difícil crear y dominar grandes clientelas políticas; aunque no necesariamente desaparece por completo, al menos puede tornarse un fenómeno marginal y un vicio político privado. Pero si el Estado concentra el poder económico, el patrimonio productivo, y además complica, regula y termina por imposibilitar el que los pobres prosperen producto de su trabajo e inteligencia, crea de inmediato dos tipos de clientela: Las de los pobres que han de vivir de las dadivas del gobierno populista, y la de los ricos que han de vivir de los privilegios, regulaciones y protecciones que ese mismo gobierno les conceda. En ambos casos, a cambio rendir su libertad y someter su futuro a la voluntad caprichosa del gobernante. Es por ello que en la venezuela de hoy, tan populistas son las misiones rojas rojitas, como la promesa de la tarjeta negra aquella. Porque las dos declaran lo mismo: El Estado, dueño y señor del petróleo, que en Venezuela es tanto como decir, dueño y señor de la economía, sentado sobre un aparato jurídico de trabas, regulaciones y privilegios, decide a quien repartirle renta, a quien privilegios... y a quien no repartirle nada. Eso transformaría al gobernante, tarde o temprano, en dueño y señor del Estado… por muy largo tiempo. Por cierto, en la esencia está la clave de la aparentemente confusa relación entre socialismo y populismo, el populismo es el control estatal del la riqueza para controlar a las masas mediante el reparto clientelar de dadivas, y las élites mediante el reparto clientelar de privilegios, el socialismo es el control completo, directo o indirecto, del Estado sobre los medios de producción, y partiendo de ahí, sobre toda la vida social. Así que la esencia de la idea socialista, no es más que la esencia de la práctica populista llevada a sus últimas consecuencias. La solución pasa por darle un giro de 180 grados a esa relación de poder. No hay que repartir discrecionalmente la renta –y no tanto porque exista la tendencia a consumir el patrimonio en el proceso, aunque eso también es cierto– sino la propiedad completa del patrimonio universalmente. En lugar de una franela roja y una beca para los clientes políticos sin alternativa… o de una especie de tarjeta de debito y una franela azul para lo mismo. Hay que crear la alternativa entregando a todos y cada uno su respectiva acción de PDVSA, y de todas las empresas del Estado… así como su control patrimonial personal completo de su parte de la propiedad del subsuelo. La idea puede ser popular, en la medida que puede llegar a ser abrazada e impuesta por las mayorías, pero no será nunca populista, pues apunta directa a cortar la yugular misma del populismo clientelar. De ahí, puede surgir la verdadera virtud política –que no es la de Maximiliano sino la de Sócrates– y de ella la noción de que la ley común esta por encima de todos, no por debajo de la mayoría… ni del más popular. Ni siquiera digo que surgirá indefectible de esa fuente, sino que de la actual o de otra similar no puede surgir. Pero, en las circunstancias presentes de nuestro país: ¿Si acaso puede surgir de otra fuente… díganme de cual?

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