martes, 3 de junio de 2008

Esquina DEL CRISTO

Por: Carmen Clemente Travieso - Estamos en los tiempos de los aparecidos, de los fantasmas, de las ánimas del purgatorio que salen rezando por las noches, produciendo el pánico en los espíritus timoratos y creyentes. Los tiempos en que los pobres y amedrentados habitantes de la vieja Santiago de León de Caracas no tenían paz, ni en la intimidad de sus hogares ni en las calles de la ciudad. Los tiempos en que "la dientona" -una mujerona que mostraba unos dientes descomunales desde cualquier zaguán-, lograba atemorizar a los ciudadanos, fueren estos adultos o niños, quienes llegaban en carrera hasta su casa y se escondían bajo cualquier mueble huyendo a la terrorífica visión de aquel adefesio que les acababa de mostrar unos dientes grandes, como los que un burro o un elefante. Este disfraz o fantasma, como se le llamaba entonces, tenía predilección por los barrios más concurridos y cuando más distraído estaba el transeúnte, se le tropezaba de manos a boca, provocando el pánico entre los viandantes que llegaban a mirarla.Eran esos viejos tiempos, de leyenda, de historias escalofriantes, de aparecidos, de carros que corrían por las calles de piedra despidiendo chispas de fuego y azufre en su alocada carrera por las oscurecidas calles de la ciudad.En aquellos tiempos, los alrededores de la hoy conocida Esquina del Cristo eran, como casi toda la ciudad, un peladero rodeado de barrancos. Allí un día apareció un nicho con una imagen de Cristo dentro, al cual se le hacían fiestas y se le colocaban flores y luces todos los años, en memoria de una leyenda que corría de boca en boca entre los vecinos estremecidos de pavor.Cuando comienza esta leyenda, el sitio no tenía nombre y estaba situado "tres cuadras al norte del puente de la reivindicación". Los vecinos comenzaban por decir que "por aquellos lados el diablo estuvo suelto por algún tiempo". Y refieren el cuento así:En una de aquellas casas vivía, hace muchos años, un bodeguero cuyo nombre se ha perdido para la historia. Este nombre era un negociante sin conciencia que había logrado crear a su derredor y entre sus vecinos, un clima de terror y de leyenda por su impiedad, por su carácter díscolo y por su inconsciencia al "sisar" los comestibles que vendía a los vecinos.[/size][size=9]Nadie le quería, todos le temían, especialmente cuando hablaba con su voz profunda y trémula tratando de influenciar en el ánimo de los que le escuchaban. Los vecinos nunca le vieron hacer un bien al prójimo, ni prodigar una caricia a un niño, ni regalar un pedazo de papelón a una anciana que, temblorosa llegaba hasta él en solicitud de una limosna... Era, en suma, un hombre malo, sin conciencia, que sólo estaba pendiente de robar a los infelices que ocurrían a su negocio a comprar algún alimento.Este carácter y proceder del bodeguero le valió el nombre de "el diablo" y sólo así era conocido en los alrededores."Yo no vuelvo más a casa de ese diablo de la bodega, porque me está robando sin conciencia", decía una vecina."Ese diablo de la bodega está peleándose con todos los que llegan allí a comprar", repetía un cliente."Yo sé que es un ladrón descarado, por no tener donde comprar los alimentos y por fuerza hay que ir a su negocio a buscarlos", agregaba la negrita que vivía en el rancho de la quebrada.Y fueron pasando los meses y los años sin que se pusiera remedio a aquel descarado robo que ejercía "el diablo" de la bodega con sus vecinos. Las autoridades, pendientes de asuntos mayores o de más méritos para ellos, se descuidaban en poner un poco de tranquilidad en el solitario lugar, donde un pueblo indefenso era víctima de los desordenados apetitos de un "diablo" de carne y hueso.Así las cosas, un día corrió la voz entre las comadres del lugar:"¿Sabes? Al amigo del bodeguero se lo llevó el diablo, y él ahora está peor que nunca: se ha puesto el mismito diablo... Lo que falta es que le salgan los cuernos para que se parezca a Lucifer..."Y las mujerucas se santiguaban aterrorizadas..."Cristo nos valga", decía la abuela santiguándose y tomando de la mano al nietecito para que no se enterara de lo que allí se comentaba."El mismo diablo cargará con su alma para tranquilidad nuestra", decía Ña Narcisa, la señora que le "colocaba" las arepas para la venta.Y todo continuó lo mismo por un tiempo más, hasta que un vecino, creyente y temeroso, consultó con su confesor y le presentó el problema que confrontaba la comunidad para buscarle un remedio. El cura aconsejó a los vecinos consternados por las tropelías del bodeguero, que instalaran en un nicho la efigie de Cristo y lo colocaran en lo alto de la pared, para ver si se ahuyentaban al maligno.Así lo hicieron los vecinos y dice la leyenda que desde aquel momento "el diablo dejó de atormentar a los vecinos" con sus frecuentes apariciones. Lo que no explica la leyenda es si el hombre murió luego "aparecía su alma en pena", o si era que se disfrazaba de diablo para mantener el estado de terror del vecindario. Es probable que fuera esto último lo que hiciera, el muy bandido.Lo cierto es que "el alma en pena del bodeguero", aparecía en forma de diablo en aquellos lugares oscuros hasta el momento en que los vecinos, aconsejados por el cura, colocaron el Cristo en el nicho en lo alto de la pared.

2 comentarios:

  1. Estimada magda, es conveniente publicar también la fuente del texto; esta es LAS ESQUINAS DE CARACAS, de Carmen Clemente Travieso. Muchas gracias!

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  2. Muchisimas gracias Anónimo. Tengo mucho cuidado de siempre dejar la fuente o el sitio de donde tomo las informaciones. Esta vez lo obvié sin intención. Si llegas a ver algo más mucho sabré agradecerte la acotación. Saludos =) Magda

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