martes, 3 de junio de 2008

Distribuidor El Pulpo

En 1696 el pueblo contaba con 6.000 habitantes y en 1800 con 40 mil. Humboldt y Bonpland, por esos días, observaron la pequeña ciudad con ojos de científicos avivados por la curiosidad. En 1812 la estremeció el tercer terremoto, coincidente con el sismo político en la naciente república. La cuna del Libertador no recibiría sus restos sino doce años después de la agonía en San Pedro Alejandrino. De la ciudad de caudillos incubados por la independencia dejaron memoria el inglés Robert Ker Porter, a quien la lluvia y los cambios del tiempo lo ponían oscuro y triste, y el cáustico Núñez de Cáceres, testigo de la hambruna de 1862, en plena guerra federal.Con Guzmán Blanco, gran modernizador, la ciudad se embelleció, y con Castro y Gómez la Rotunda no se dio descanso, ese símbolo de las turbulencias políticas que terminaría demolido por López Conteras para erigir la plaza de La Concordia en días de discordia fomentada por la reaparición de los partidos. Presidente de la concordia —ése sí- fue Medina, quien le cedió al arquitecto Villanueva el proyecto de El Silencio en tramo en que el Plan Rotival se asomaba como solución. La dictadura, con la Avenida Bolívar, dividiría la ciudad y se uniría a la autopista, que terminó de dividirla. Luego surgiría la idea de los distribuidores, como La Araña y El Pulpo. Betancourt aportó las avenidas Libertador, Baralt y Universidad.

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