lunes, 22 de agosto de 2011

Es la hora de la grandeza


Por: Antonio Sánchez García
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El tiempo dirá si fue Castro el que arrastró a Chávez torbellino abajo, o si fue Chávez el que al atar su destino al Castro agonizante le dio un respiro de alivio para terminar de hundirlo. Lo cierto y ya inevitable es que ambos caudillos penden de un hilo y con ellos sendos regímenes: la caída de Chávez, precipitada por un trágico imponderable, precipitará la crisis terminal del castrismo. O, mejor dicho, del castro chavismo. Una insólita criatura pergeñada en los laboratorios castristas del Foro de Sao Paulo. Si es cierto que no hay chavismo sin Chávez, como ha quedado demostrado en estos meses desconcertantes en que el gobierno ha quedado literalmente a la deriva, también es cierto que ya tampoco hay castrismo sin Chávez. La desaparición de Chávez con la consecuente crisis terminal de su movimiento acarreará la inopia absoluta de un régimen geriátrico, incapaz de autoalimentarse. Roto el cordón umbilical laboriosamente establecido por el castrismo con el auxilio de Lula y el Foro de Sao Paulo, la materia nutricia que mantiene con vida a la tiranía cubana comenzará a dar peores estertores que los que diera cuando el retiro de la asistencia de la Unión Soviética. El 80% de lo que los cubanos consumen es importado. Y de ese 80% más del 60% es financiado directamente por el régimen chavista. Ello explica la dramática y desesperada intervención personal de Fidel Castro en el diagnóstico y tratamiento del cáncer de Hugo Chávez. Dicho cáncer, del que luego de dos largos y tormentosos meses aún no se tienen referencias serias y documentadas, ha alterado la agenda bilateral precipitando la decisión castrista de radicalizar los acontecimientos y preparar las condiciones para amarrarse al poder de nuestro país, sea gerenciando el pase de Hugo Chávez a su hermano Adán por vía electoral, sea asegurando por cualquier otra vía, incluso la violenta y directa de un autogolpe, el mantenimiento del Poder en manos cubanas. De allí la agresividad con que el chavismo ha decidido encarar a la oposición venezolana, el paquete de acusaciones absurdas e insensatas con que ha decidido entorpecer el funcionamiento de la Asamblea Nacional, y el estridente coro de reclamos por razones fútiles e infundadas sin otro objetivo que desprestigiar a la MUD. Una misión prácticamente imposible, dado el gigantesco lastre de desafueros, corruptelas y escándalos que pesan sobre el débil entarimado presidencial, carente de toda legitimidad moral y política como para convertirse, de acusado, en acusador. Todo pareciera indicar que estamos con una tempestad a la vista. En el peor y más indiscreto de los momentos para el régimen, cuando la muerte toca a su puerta.
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De acuerdo a muy serios pronunciamientos de especialistas en la materia, la enfermedad que aqueja al primer mandatario, sin que sea necesariamente mortal en el corto plazo, y los demoledores efectos del tratamiento de quimioterapia al que está siendo sometido seguramente mermen sus facultades como para llevar a cabo una campaña electoral que será ardua, intensa y crucial. Según Carlos Alberto Montaner, siempre excelentemente informado de lo que acontece en las esferas del Poder en La Habana, la anulación de Hugo Chávez, úniel hombre de Castro en Caracas, habría desatado no sólo los peores temores del castrismo sino la decisión de asegurar la permanencia en el poder por parte de sus socios caraqueños a cualquier precio. Incluso el de la violencia, como se adelantara a revelarlo el escogido del castrismo, Adán Chávez, a su primer regreso desde La Habana luego del 11 de junio, cuando su hermano fuera operado de un absceso pélvico. Para la economía cubana, la pérdida del Poder por parte del chavismo, tendría consecuencias muchísimo más graves que las del fin del respaldo soviético. Auguraría, casi sin ninguna duda, el inevitable fin del castro comunismo. Y la debacle del último intento injerencista por parte del comunismo en América Latina. Con su correspondiente efecto dominó sobre los restantes países bajo la influencia del Foro. De allí la situación extremadamente compleja que vive Venezuela, en la que debido primordialmente al papel estratégico que juega su petróleo se entrecruzan y enfrentan intereses nacionales, representados especialmente por las fuerzas de la oposición democrática y todas las instituciones, con las fuerzas del régimen dominante coaligados con vitales intereses extranjeros, que van desde la supervivencia del régimen cubano y las FARC, pasando por los países miembros del ALBA y la izquierda latinoamericana, hasta las apuestas hechas por los sectores talibanes del Medio Oriente - Irak, Siria, Libia, Palestina - y los movimientos integristas que han echado sus raíces en la región a través de la plataforma de penetración que les asegurara el régimen chavista. De allí la angustia que acomete a los personeros del alto gobierno, responsables no sólo de lo que suceda en nuestro país, sino de los compromisos que han asumido en el tablero internacional, ante la perspectiva cierta de perder las elecciones de diciembre de 2012 y con ello desbaratar una partida de altos intereses internacionales. Es precisamente la combinación de esos intereses extranjeros sumados a los intentos por desplazar definitivamente el régimen democrático e instaurar una dictadura totalitaria lo que le da la verdadera dimensión al envite en juego. No sólo ni siquiera primordialmente desplazar un mal gobierno, sino hacer fracasar el último intento del castro comunismo por sobrevivir en su base originaria, estabilizar su penetración en la cabecera de playa de Tierra Firme y consolidar los avances logrados en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, eventualmente Perú, Brasil y Argentina. Por todas estas razones se hace pertinente imaginar las consecuencias de una victoria opositora, que hoy luce más cercana y posible que nunca antes, y las eventuales respuestas que encontrarían en quienes serán desplazados del poder perdiendo una partida de dimensiones histórico universales. No contamos con ningún otro antecedente para imaginar el probable escenario post chavista y los desafíos que deberá enfrentar y resolver el gobierno de transición que surja de los comicios de diciembre de 2012 que el del gobierno de Rómulo Betancourt luego de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y los graves intentos desestabilizadores de derecha e izquierda que debió enfrentar, los peores de ellos ya de origen castrista: golpes de estado, insurrecciones, motines, atentados y una ininterrumpida movilización popular que culminara con la gestación de focos guerrilleros, guerra de guerrillas y la intervención directa de tropas cubano venezolanas que dificultaron inmensamente la década de los sesenta. Y cuyos rescoldos mantuvieron tal intensidad, que permitieron su reanimación y resurgimiento con los golpes de estado de febrero y noviembre de 1992 y el triunfo electoral del teniente coronel Hugo Chávez seis años después.
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Heinz Dieterich ha terminado por sepultar sus ilusiones ideológicas, cargadas del original utopismo marxista, para comprender que la esperanza que despertara el chavismo de llevar a la práctica una muy peculiar forma de socialismo científico, que él mismo bautizara como socialismo del siglo XXI, ha terminado en un estruendoso fracaso. Lo cierto es que el de Chávez jamás fue un proyecto revolucionario y socialista: para él, exactamente como sucediera con Fidel Castro, el socialismo fue la mascarada de un voraz e insaciable caudillismo autocrático, militarista y dictatorial. Tras 52 años, Cuba sólo tiene de socialismo su ferocidad represora. Ha sido incapaz de generar los medios de su propia subsistencia. El socialismo cubano, además de mascarada montada a costo de la beneficencia pública, ha sido el capricho paranoico de un tirano que necesitó vivir a expensas de la caridad de sus congéneres: los soviéticos, que lo aceptaron como posesión colonial geoestratégica y los militares venezolanos, que en su brutal analfabetismo requerían cubrirse con el manto mesiánico de una dictadura totalitaria, antinorteamericana y anti capitalista para legitimar su dictadura. La única novedad: solapar su control policial con el populismo clientelar que le permitiera el rentismo petrolero y relegitimarse periódicamente con el ritualismo electorero. Cada vez más fraudulento, más ilegítimo, más contaminado.La liquidación de la capacidad productiva del país y su sometimiento al comercio del petróleo, además de arrastrar a la quiebra de su economía y del conjunto de sus instituciones, ha llegado a un punto crítico de no retorno. El chavismo hace aguas como gobierno – el peor de nuestros doscientos años de historia -, como proyecto político y como experimento socio cultural. Ha desatado fuerzas que comienzan a rebelársele, ante la evidente frustración de sus vanas y absurdas promesas. Volvemos al punto de partida exactamente como lo previera hace 150 años, ante insurrecciones y rebeliones de este mismo signo aunque de distinto enmascaramiento, el pensador Cecilio Acosta: “Las convulsiones intestinas han dado sacrificios, pero no mejoras, lágrimas, pero no cosechas. Han sido siempre un extravío para volver al mismo punto, con un desengaño de más, con un tesoro de menos”. Cuarenta años después, en 1893, Luis Level de Goda llegaba a la misma conclusión:”Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos”. Ante esta “grave crisis de pueblo”, como la llamara en 1951 Mario Briceño Yragorri, debemos despertar todos nuestros sentidos, dejar de lado nuestro natural veleidoso e inmediatista y enfrentar los graves desafíos del futuro con responsabilidad moral, con responsabilidad ciudadana, con grandeza. El país requiere unirse como una sola fuerza y elegir al mejor, al más preparado, al más experimentado y al más responsable de sus líderes para encabezar la cruzada de la reconstrucción nacional. No es la hora de la ambición irresponsable de hombres y partidos: es la hora de la grandeza nacional.

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