Por: @litterius - http://litterius.blogspot.com - Ustedes no me lo van a creer, pero poco importa, porque nunca escribo para ser objeto de fe o de creencia. Pues sí, no me lo van a creer, pero en dos oportunidades fue el entonces presidente de Colombia, Andrés Pastrana, a la casa en la que yo vivía. No fue por mí, ciertamente, sino por el conjunto de personas que vivíamos allí. Aunque yo formaba parte de ese "conjunto" y era un número más de la suma total, dudo mucho que Andrés Pastrana notara mi ausencia. Pero no fue esa la razón por la que decidí no bajar al comedor en el que estaba el presidente de Colombia con su hermosa esposa. La razón por la que no bajé al comedor fue porque siempre he mostrado un talante más bien huidizo ante esos personajes que otros consideran tan "prestantes". También recuerdo que en una Universidad en la que trabajé una vez, organizaron la asistencia de un grupo de profesores a un curso sobre "Derechos Humanos" en una Universidad romana. El curso duraba un mes y otro mes lo íbamos a emplear en conocer algunas ciudades de Italia y de Europa. Uno de los "numeritos" de ese viaje era estar en una "audiencia" con Su Santidad, el Papa de Roma. Cuando el anfitrión del viaje estaba explicando los pormenores de esa audiencia, a mí se me ocurrió hacer la siguiente pregunta: "¿Será que mientras Ustedes están en esa importante audiencia con el Papa de Roma este servidor puede ir, no sé, a visitar La Fontana di Trevi o sentarme en alguno de los muchos Cafés que hay en Roma?" No fue una pregunta formulada con mala leche, como todo el mundo pareció pensar esa noche. Fue una pregunta sincera porque la verdad no "me veía" en una audiencia con Su Santidad, el Papa de Roma ni mucho menos posando para la foto de rigor. Menos mal que mi pregunta no me hizo víctima de una reprimenda pública. A lo sumo el anfitrión, terminada la reunión, se me acercó y me dijo: "Profesor, no está demás que modere su humor en este tipo de eventos". ¿Pero es que el humor tiene moderación? Antes de que me respondiera me acordé de la eutrapelia, una "virtud" que nadie conoce y que mucho menos practica, porque si hay "virtudes" que son realmente aburridas, la eutrapelia está dentro de las que más, por cierto. Terminé por no ir a Roma, por no hacer el curso y mucho menos por ir a La Fontana di Trevi. Y no es que lo lamente mucho, no. No, no me gustan los encuentros, las entrevistas, las audiencias y demás con personajes ilustres y connotados. Y menos cuando uno se da cuenta que detrás de esas connotaciones se esconden no sé cuántas escabrosas en las que en ocasiones es mejor no ahondar. Pero esto, que es una regla para mí, siempre tiene sus honrosas excepciones, como toda regla. La excepción de esta regla para mí es la posibilidad de un encuentro con Fernando Vallejo. Hoy estuve pensando en eso mientras leía algunos textos de "La Virgen de los sicarios". Pero no se piense que quiero encontrarme con Fernando Vallejo para decirle lo bien que escribe, lo mucho que me gusta su narrativa y lo importante que es su obra para las letras castellanas. Mucho menos se piense que quiero encontrarme con Fernando Vallejo para hacerle una entrevista. No soy periodista y el mundo anda tan mal que la inmensa mayoría de los periodistas, al hacer entrevistas, no hacen otra cosa que exhibir su ignorancia en muchas cosas, cuando no su estupidez en el peor de los casos. Siempre he pensado que cuando alguien decide someterse al martirio que de por sí es una entrevista, debe prepararse previamente con toda la compasión de que sea capaz, para no decirle al entrevistador en un momento dado, cosas como "¿y por qué pregunta estupideces?". Sólo quisiera encontrarme con Fernando Vallejo para estrecharle la mano en un saludo más bien sobrio, pero un saludo, en definitiva, portador de mi más profunda admiración... Y es que a Fernando Vallejo lo admiro no sólo lo admiro por su prosa, por su narrativa y por su excelente y artístico dominio de la lengua castellana, sino por su extraordinaria capacidad de ser una crítica viviente a esta sociedad hipócrita y decadente que nos impone patrones y formas de ser de los que nadie puede salirse, so pena de hacerse merecedor de un asesinato social y, en el mejor de los casos, de un exhorto como el que le hicieron a quien suscribe cuando le mandaron a ser "moderado" con su humor. Esta es una sociedad que se acostumbró a la mentira, la falsedad, a la hipocresía y a la doblez sin temor ni disimulo. Esta es una sociedad donde ser auténticos y cónsonos con lo que se piensa y lo que se siente puede costar muy caro. A esta sociedad (¡más bien a la todavía conservadora sociedad colombiana!) Fernando Vallejo le hizo frente con la más absoluta valentía de quien no está dispuesto a transar con los autodenominados garantes de la moral y de las buenas costumbres, cuando en realidad son los primeros que hacen cuanto les sale de los cojones sin tener ni el más mínimo recato.
Muchos años a Don Fernando Vallejo, el hijo de Doña Lía.
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