viernes, 26 de agosto de 2011

Julio Cortázar



"Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra "madre" era la palabra "madre" y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto y en la palabra madremempezaba para mi un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas".




Por: Néstor Luis González -
Cortázar escribió Rayuela porque
no pudo bailarla, escupirla, clamarla o proyectarla como acción espiritual en algún medio de comunicación. Eso se lo dijo a Rita Gilber en París, en 1968, y no procurando incluirse en el número de todos los artistas, esos que corean: “necesito-expresarme”, sino como una verdad cuyo antecedente es el compromiso con el entorno. Julio Cortázar, quien hoy cumpliría 97 años, defendía con ficciones y acciones que la individualidad del ser humano es indestructible. Claro, su compromiso le hizo asumir posición política: “Soy comunista y antiimperialista”, y eso le generó quizá el rechazo de la mitad del mundo, pero a él poco le importaba; lo suyo era salvar al hombre de lo profetizado por Aldous Huxley en su libro Un mundo Feliz. Sin embargo, antes del Cortázar social, de Nicaragua, del Tribunal Russel y de Fantomas contra los vampiros multinacionales, hubo otro Cortázar: el que cambió la literatura para siempre. A este argentino nacido en Bélgica le parecía absurda la relación de los escritores de su tiempo con el infinito y la eternidad. Por eso exploró durante años lo cotidiano, lo simple, lo que Aquiles Nazoa habría llamado “las cosas más sencillas”. Esa búsqueda desencadenó en un puente aún vigente entre el lenguaje coloquial y la exquisitez. “Yo no sé si la literatura existirá para siempre, pero mientras exista sé que cambiará permanentemente”, dijo en alguna entrevista, quizá basándose un poco en el trabajo de escritores como James Joyce o de filósofos como Wittgenstein, pero también vaticinando cambios en la manera de hacer ficción, como los impuestos por la Internet, las redes sociales y el centelleo de información. Aunque César Aira diga que Cortázar siempre fue un escritor experimental que no merece tanto aplauso, hay que recordar que antes de Rayuela, e incluso antes de ciertas colecciones de cuentos, el lector debía asumir una posición pasiva y calarse los dictámenes de un escritor-todopoderoso que daba órdenes. Cuando Cortázar publicó Rayuela, en 1963, el lector se encontró con un libro que le daba participación de alguna manera, pues le permitía tomar divertidas decisiones con respecto a la novela, que no es novela, sino más bien contranovela, “porque en los libros de Cortázar juega el autor, juega el narrador, juegan los personajes y juega el lector, obligado a ello por las endiabladas trampas que lo acechan a la vuelta de la página menos pensada”, escribió Vargas llosa en un ensayo titulado La trompeta de Deya. Nadie negará jamás que Julio Cortázar fue un gigante. Mucho menos quienes lo conocieron y fueron testigos del metro noventa y siete que medía. Sus cuentos son ritmo y magia, su Rayuela es un juego de niños para gente grande, y sus ensayos sobre literatura, arte, política, o cualquier cosa, demuestran que estaba comprometido con salvar al hombre de cualquier cercanía con la idiotez. Murió el 12 de febrero de 1984 a causa de la leucemia. Sobre su tumba, en Paris, la gente deja dibujos de rayuelas en pedazos de papel acuñados con piedrecitas.

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