miércoles, 3 de agosto de 2011

Teatro, lástima y votos


Por: Elizabeth Araujo - Para Chávez solo importan sus padecimientos, que son al fin y al cabo las heridas de la nación, las dolencias de una revolución cuyo destino estaría por extraviarse sin su presencia, porque a su alrededor lo que sobran son los extras de una pieza teatral, concebida para cosechar votos y aplausos. Con rostro castigado por la fatiga, desciende solemne de la escalerilla del avión que lo trae de vuelta. El país contiene la respiración y se paraliza. La vana complejidad de sus dolencias y del prolongado tratamiento médico ocupa otra vez el centro de la preocupación nacional. Sin dudas que Hugo Chávez está decidido a transformar los avatares de su enfermedad en un asunto público que le incremente popularidad y finalmente se traduzca en votos. Como esos sujetos que se pasean por vagones del metro exhibiendo con placentero morbo la pierna ulcerada para sensibilizar y provocar la lástima de los agobiados pasajeros hasta sacarle provecho monetario, el presidente de la república nos cuenta en una suerte de cadena informativa de qué manera su organismo ha sido bombardeado por la quimioterapia y de cómo ha podido soportar ­con Fidel, tomándole de la mano­ lo que nadie desea ni siquiera al peor de los enemigos: su heroica lucha contra el cáncer. En verdad, Chávez nos quiere volver loco, como decía el cántico oficialista que se extendió después del golpe de 2002. Está empeñado en distraer al país de los urgentes problemas que acosan al ciudadano en Caracas o en cualquier ciudad o pueblo del territorio nacional, con sólo narrar sus horas de angustias atrapadas en un aparato allá en La Habana donde tratan de detectar los residuos de células cancerosas y acabar con ellas. Para Hugo Chávez poco importa que horas más tarde de su llegada a Caracas, seis jóvenes hayan sido asesinados en La Vega en un incidente que el tecnicismo policial denomina "ajuste de cuentas" y que ese fin de semana glorioso de su retorno se cerrara en la capital con 54 homicidios. A esta misma hora, otros pacientes con cáncer y en peligro de muerte esperan impotentes por una cama vacía de algún hospital público, o que el equipo de tomografía del hospital de Coche esté dañado desde hace semanas. O que en el hospital de niños JM de los Ríos los médicos realizan ingentes esfuerzos para salvar vidas o que en el hospital Vargas se robaron los equipos de diálisis y desde hace 7 años está en construcción. A Chávez no le interesa semejantes nimiedades y por eso cuando baja la escalerillas y sus ministros, anestesiados por su arribo, dejan que sus vidas floten a la deriva, no se le ocurre preguntar "¿qué ha pasado en el país?" o "¿cuáles son las últimas novedades, Jaua?". Importan sus padecimientos, que son al fin y al cabo las heridas de la nación, las dolencias de una revolución cuyo destino estaría por extraviarse sin su presencia, porque a su alrededor lo que sobran son los extras de una pieza teatral, concebida para cosechar votos y aplausos. Al reescribir los episodios de esta nueva batalla que viene a sustituir la presentación de la memoria y cuenta de doce años de gobierno perdidos, Chávez retoma el vínculo emocional que dicen los analistas posee con los sectores más necesitados. "No saben, cuánto he debido soportar en las interminables sesiones de quimioterapia", repite el comandante, tratando de reprimir un espasmo en su garganta, como si el mismo recuerdo lo lastimara. Los ministros callan. Los cadetes se arrodillan con una reverencia exagerada y los generales y jueces aguardan que el telón descienda. La obra ha terminado.

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