Por: Antonio Cova - antave38@yahoo.com - Ahora un Chávez acorralado cree podrá imponernos un “blackout” franquista. Cuando a sangre y fuego Francisco Franco se hizo dueño de España, la que, según él, debería ser “Una, grande, libre”, dedicó los primeros años de su dictadura a asegurarse de que él y sólo él sería caudillo de España y de que, por supuesto, no habría nadie que, durante lo que le quedaba de vida -y serían 36 interminables años- hiciere ni dijere lo que le diera la gana en ese sufrido y silencioso país. Como no eran épocas de celulares, Internet o Twitter, y ni siquiera de televisión, la tarea de “velar” para que nada contaminante llegase a los ojos ni oídos de los españoles, se le hizo más fácil. Periódicos y revistas, al igual que estaciones de radio serían sometidos a un cuidadoso y esmerado monitoreo, de manera que nada “peligroso” pudiese colarse. Como ya había aparecido el cine y en épocas tan grises y duras como las que tuvo que soportar España en las primeras dos décadas de aquella dictadura ideológica, era importante que el entretenimiento que el cine proporcionara fuese de utilidad al régimen como válvula de escape. Para garantizarlo, parecía obvio, ese cine tendría que ser absolutamente aséptico. La censura no dejaría entrar ninguna película “inconveniente” , y por ello los españoles de los años 70 que querían ver films como “El último tango en París” tenían que cruzar la frontera hacia Francia. Pero la censura sola no bastaba. En su ayuda vino el “doblaje” de las películas, que sirvió su función “sanitaria” al eliminar de cuajo todo término inconveniente, clarísimos para los más avezados y conocedores de lenguas extranjeras. Lo demás lo haría la industria nacional, con sus filmes acaramelados y muy españoletos en su temática, con cuidadoso “blackout” de cualquier tema peligroso. TVE haría lo mismo dentro de cada hogar. El tiempo y las urgencias económicas, jueces implacables, horadarían en la blindada España dos importantes boquetes: la apertura al turismo masivo, atraído por su gran producto, el Sol; y los trabajadores emigrantes que en masa partían hacia Alemania. Los primeros traerían consigo al mundo real que existía más allá de las murallas del franquismo y los segundos conocerían por sus propios ojos lo que produce una sociedad libre, por donde fluye de todo. Franco tuvo la suerte de morirse en los albores de la revolución de las telecomunicaciones. No pudo ver -ni sentir- los efectos de la televisión por cable, de los teléfonos celulares, mucho menos de Internet y de todas sus asombrosas variedades de estos tiempos. Años más tarde, una dictadura igual de feroz, pero de signo contrario: la cubana, se beneficiaría grandemente del ejemplo franquista. Sería, eso sí, más reductiva: nada de prensa diaria ni revistas de propiedad privada y algunas de las estaciones de radio más connotadas del continente, serían secuestradas por más de cincuenta años. La televisión sería sólo oficial y serviría de escenario exclusivo para las interminables peroratas del locuaz dictador. Cuando apareció Internet, la dictadura isleña lo distribuyó con gran cuidado y sólo hace poco más de un año ha permitido la posesión y uso de celulares. El blindaje que posibilitó el mundo pretelemático empieza ya a resquebrajarse y casos como el de la famosa bloguera Yoanni Sánchez comienzan a hacerse común a lo largo de la isla. La decrépita dictadura de los hermanitos Castro y del ancianato militar que la sostiene ha comenzado su inexorable deslizamiento hacia la nada. ¡Aleluya! Como cabía esperar, Hugo Chávez y esto que ellos llaman “revolución bolivariana”, ha mostrado las mismas necesidades de controlar que tuvieron sus antecesores& pero, llegó tarde a las evanescentes posibilidades de un blindaje comunicacional. Igualmente, como es su rasgo destacado, ni él ni las focas que le rodean y prestas están a llevar a cabo hasta el mínimo de sus deseos, captan las limitantes del mundo en que hoy vivimos. Franco y Castro pudieron hacer lo que hicieron porque vivían en un mundo que ya no existe. Por eso les cuesta tanto a los Castro seguir como estilaban. Las batallas que libra la dictadura ideológica iraní para volver atrás encuentra a una población que no da tregua. Es el Irán actual, no la Cuba decrépita, ni el franquismo muerto y enterrado, quienes son los ejemplos que iluminan el camino. Con ellos es con quienes hemos de compartir caminos. Ahora un Chávez acorralado cree podrá imponernos un “blackout” franquista. Tendremos que demostrarle que llegó tarde a un país, sediento y acalorado que no conoce, cuyo aguante se agota.
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