Por: Antonio López Ortega - alopezo@cantv.net - Tristemente, como quien ve un paisaje reseco y a punto de arder, el país se ha convertido en una gran cuenta regresiva. Nos levantamos todas las mañanas averiguando el nivel del embalse del Guri y los centímetros que se evaporan cada día: 17, 16, 15... Llevamos el conteo minucioso de la cota mínima con la que pueden operar las turbinas: 270, 269, 268... hasta temer el fatídico 240 que deberíamos alcanzar en mayo. Medimos también los kilovatios que en casas, comercios e industrias deberían bajar 20%. Estamos por reducir las jornadas, por reducir el horario de las oficinas públicas a medio día, por inventarnos un día libre o día de parada. El comercio se reduce, las industrias dejan de producir, el trabajo escasea. La gente deja de salir, las calles son bocas de lobo sin ninguna iluminación, las familias se refugian desde las 7:00 de la noche. Según el Consejo Nacional de Economía, todos los meses se destruyen miles de puestos de trabajo en el sector privado. Los bienes escasean, ciertos alimentos fundamentales desaparecen. Las industrias de Guayana apagan sus hornos, bajan a la mitad su capacidad productiva. La industria petrolera produce cada vez menos barriles, cada vez menos gas. La gasolina ahora se importa, también la carne que comemos o dejamos de comer, también innumerables rubros que antes producíamos en excedentes que exportábamos. Los presupuestos públicos también caen, los programas sociales se desvanecen, las universidades cuentan con 30% menos que el año pasado. Se trata de una gran regresión, nunca antes vista, y el venezolano de a pie la vive con una capacidad de adaptación envidiable. Ya la vida cotidiana se nos ha vuelto una gran resta: menos para esto, menos para aquello, menos futuro o menos porvenir. Vuelta a las cavernas, con fogatas en el campo o velas dispersas por los rincones de los hogares. Los espacios se reducen, también la convivencia, también las oportunidades, también el sentido de la vida. La escena pública es un espacio que no reconocemos, o que vemos a lo lejos desde una ventana, o en la pantalla de un televisor. Sorprendentemente, la escena pública desaparece a la merced de una onda que todo lo privatiza: hábitos, conductas, ideas, pareceres. No estamos juntos; estamos todos en nuestras casas, o en el abandono, incomunicados unos al lado de los otros, expectantes. Quisiéramos que algunas cifras también se redujeran, como las del crimen o las del secuestro o las de la salud pública o las de la corrupción, pero estos indicadores aumentan porque miden el deterioro social y moral, que es lo único que en nuestro país crece desde hace algunos años. Ojalá la cuenta regresiva que mide el largo y espinoso camino hasta las elecciones parlamentarias de septiembre (faltan 100, 90, 80... días) sirva al menos para propiciar una actitud, una reacción, un acto de fe. Ojalá esta cuenta regresiva atesore la voluntad de cambio, añeje la ambición de crecer o de transformarse. Ojalá el país después de esta gran penumbra se imponga otros desafíos, otra noción de porvenir, otra manera de ser o estar en el mundo. No es tarea fácil porque los ciclos históricos consumen lo que tienen que consumir para poder saltar a otra cosa, y a fin de cuentas éste que nos desmoraliza no sabemos si aún ronda por la mente de muchos de nuestros connacionales. En todo caso, la única cuenta regresiva que hoy genera una lectura positiva es la que nos acerca a una posibilidad de cambio, de transformación. Que el país pueda ser otro... he allí el único conteo que puede justificarse en términos regresivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario