lunes, 24 de noviembre de 2008

El país que nunca será


Por: Miguel Bahachille - miguelbm@telcel.net.ve - Independientemente de los resultados del proceso eleccionario ocurrido ayer, la actividad de la economía empresaria, a pesar de Chávez, seguirá teniendo vigencia no obstante las variaciones procedidas de la actual crisis. Lo mismo ocurrirá con la educación pública y privada. La intención ideológica deliberada del régimen para usurpar a su conveniencia todo el sistema educativo, desde elemental hasta universitario, se esfumará. Los graduados en cada ciclo, incluidos los forzados a vestir de rojo, y la alharaca de contracultura insuflada por el presidente en sus latosas cadenas, seguirán creyendo en la ética competitiva propia de los sistemas democráticos. Así como en el referéndum del dos de diciembre se confirmó respeto por la propiedad privada, estos resultados reafirman cómo ese derecho prevalece insoslayable en todas las esferas de la sociedad venezolana. El número absoluto de votos no deja duda que la confrontación de ayer no fue con los elegidos a dedo por el jefe; sino contra él mismo. Se demuestra así que la libertad individual, la elección personal, y los sistemas de producción privados, son las defensas más poderosas de las que dispone el ciudadano contra la arbitrariedad. El presidente, en su turbada autoidolatría, creía estar más allá de los intereses particulares y colectivos. De allí su indolencia por los problemas fundamentales que afectan a la mayoría. Seguramente su ego le advertía que la inseguridad, delincuencia, crisis hospitalaria, corrupción, inflación, abuso de poder, eran asuntos que de ninguna manera merecían su atención por ser de "orden supletorio inferior". Que lo primordial era él y el pensamiento vetusto que arrastra. Otro tópico trascendente que surgió de estas elecciones es el fin del mito de la naturaleza inmutable del venezolano. Es bien conocido que las expectativas humanas son el lubricante del cambio social. Cuando están en baja, como codició llevarlas Chávez, predomina la pasividad. Allí también fracasó. Siempre ha pretendido borrar imágenes que el venezolano tenía, o tiene, sobre su realidad política, social, económica y personal. Prefirió hacer hincapié en la faceta agresiva y no constructiva de la conducta humana para implantar su revolución. De allí que sus hordas belicosas operen violentamente y sin control. A Chávez, como gran manipulador de los medios que ha sido, le resultará de ahora en adelante muy difícil racionalizar sus constantes cadenas e intervenciones televisivas mientras los fines de semana sigan ocurriendo media docena de asesinatos por hora. Ya no podrá encogerse de hombros y culpar de la violencia a la naturaleza humana. Tampoco podrá decir que ello ocurre por el desgarramiento inhumano propio del sistema capitalista. Ahora le toca a la oposición asumir la función de enfrentar las consecuencias perniciosas de la actual crisis que sin duda afectará a todos. La tesis de que estamos condenados por la herencia histórica destructora debe ser descartada por desalmada. De aceptarla, no hay mucho que hacer. Ello equivaldría a sentirnos minusválidos ante la adversidad. Así pues, el país nunca podrá ser el que anhela Chávez, el comunista; sino el nuestro.

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