lunes, 24 de noviembre de 2008

Comunistas Capitalistas


Por: Ernesto García Mac Gregor - garciamacgregor@gmail.com - Que sabroso debió ser para los acomodados marxistas de la posguerra, platicar sobre el comunismo agresor catando un brandy en Saint Germain-Des-Pres o un vodka en el café Puschkin en plena plaza roja de Moscú, mientras masacraban a los checos y a los húngaros. Es la misma sensación (perdonando la distancia) que debió sentir el aristocrático José Vicente Rangél, mientras saboreaba un negrito en Sabana Grande, al tiempo que se planificaba un ataque guerrillero urbano. Y que decir del fundador del comunismo venezolano, Gustavo Machado, nacido en una acaudalada familia de la oligarquía caraqueña, pionero del (imperialista) béisbol nacional, y quien durante los exilios dorados por Europa se graduó de abogado sin penuria en la elitesca Universidad de París. Siempre acompañado de su camarada consumista Miguel Otero Silva. El mismo Picasso, autodesterrado de España porque Franco, aquel de por la gracia de Dios, había aplastado a los comunistas españoles. De más está decir, que el artista nunca peleó en la guerra civil española. Huyó a París donde se inscribió en el partido comunista, aunque por supuesto, tampoco participó en la resistencia francesa. Qué decir de Pablo Neruda, otro marxista aburguesado que vivió como rey. O el comunista y millonario Diego Rivera y su histérica e insufrible Frida, ésta última amante de Troski, quien sería asesinado con la complicidad del muralista. Más recientemente, Guayasamín, el exitoso expresionista de filiación comunista que trató de arruinar al imperialismo yanqui acaparando todos los dólares del mundo. Allá en Quito, al lado de su mansión y en su nuevo museo, se exhiben las fotos hasta de Chávez, aunque también las de su mecenas N Rokefeller. Y por allí anda Gabo, muerto de la risa abrazando a Fidel. Es evidente que para ser intelectual, la condición indispensable es ser de izquierda. Por supuesto que nadie juzga la grandeza artística de estos personajes, lo criticable es que la usen como propaganda política. Y más grave aún es que olviden el compromiso existente entre lo que se piensa y se dice y lo que se hace y se es. Estos intelectuales viven en un estrato artificial, totalmente de espaldas a la realidad social, entretenidos con los mitos que adornan con su dialéctica. Que oiga quien tiene oídos.

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