jueves, 27 de noviembre de 2008

Elecciones en Venezuela: ficciones y lecciones


Por Ángel Álvarez* - He contemplado el after-match electoral venezolano, “comiendo dulce de lechoza” (nuestra papaya local), postre recomendado y disfrutado por Chávez en su etapa de milagro electoral imbatible. Pese al dulcito, no se me pasa la perplejidad que me producen los análisis de chavistas y opositores. En ambos lados, los análisis están llenos de falacias y, peor aún, mitos, autoengaños o ficciones. Menciono unas pocas a continuación. Primera ficción: “Ahora nadie puede decir que en Venezuela no hay democracia.” Es dulce, por decir lo menos, que algunos analistas políticos sean tan Schumpeteranos a la hora de evaluar la democracia política. En su concepto de democracia electoral, lo que importa es la democracia ex post, es decir el método aplicado el día de las votaciones y la noche del escrutinio. Las condiciones ex ante, acertadamente puntualizadas por Przeworski, entre otros, no pasan por sus análisis. De pronto se olvidan de la injustísima distribución de los recursos entre los competidores. No consideran que la real hegemonía mediática está en manos del gobierno, y no en las de los dueños de los únicos dos canales privados pro-opositores, vistos exclusivamente por cable (en el caso de RCTV Internacional) y principalmente por cable (en el caso de Globovision). Más aun, se olvidan de las inhabilitaciones administradas por la Contraloría en contra de varios centenares de candidatos mayoritariamente de oposición. También se olvidan de las amenazas proferidas durante la campaña, desde el más alto nivel del gobierno, contra los votantes si osaban votar por quienes preferían: desde tanques en la calle, hasta mengua de recursos constitucionalmente correspondientes a las regiones. En fin, se olvidan que en las elecciones venezolanas más o menos todo el mundo (si nos olvidamos de Leopoldo López y una larga lista de otros aspirantes) tiene el derecho de intentar competir en las elecciones, pero no todo el mundo tiene el mismo derecho de ganar. Segunda ficción: “El Consejo Nacional Electoral cumplió su papel.” Desde Chávez, pasando por algunas ONGs de reconocido prestigio, así como observadores internacionales y alguno que otro líder opositor, han felicitado al organismo electoral. Si le felicitan por haber organizado las votaciones y los escrutinios, está bien, me sumo. Pero el CNE es mucho más que una tecno-burocracia cuenta votos, al menos en el texto de la ley. Se trata de un poder autónomo, capaz de regir en la materia electoral sin interferencia de otros poderes. Y allí no se lució tanto como el día de las votaciones. Dejando de lado el hecho de que todavía está en deuda por la no entrega de resultados definitivos del referéndum del 2007, hay que afirmar que el CNE actuó con muy poca, si acaso alguna, autonomía a la hora de evaluar las descomunales irregularidades cometidas durante la campaña electoral. Una vez más, el CNE administró eficazmente unas elecciones libres, pero fue incapaz de imponer su poder para garantizar unas elecciones justas. Tercera ficción: “Chávez salió derrotado.” Este es la ficción de muchos opositores. No hay cosa más alejada de la realidad. La oposición retomó valiosos espacios por razones cuantitativas y estratégicas (como Zulia, Miranda, Carabobo o Distrito Capital). El triunfo de la oposición en Táchira no es menos importante, aunque fue por un margen menor del que se produjo cuando los tachirenses rechazaron el proyecto de reforma constitucional con más fuerza que en ningún otro estado del país. Pero esencialmente se trató de recuperación de espacios perdidos tras la debacle electoral regional que siguió a la derrota del referéndum revocatorio y el suicidio colectivo del tristemente célebre paro petrolero. Digámoslo así, los resultados son un reconstituyente para la oposición, pero para nada una pócima para Chávez quien todavía puede intentar una nueva reforma o enmienda para introducir la reelección indefinida o sucesiva —o como usted prefiera llamarla. Cuarta ficción: “El mapa electoral esta rojo rojito.” Pues si sólo nos fijamos en el número de gobernaciones que controla cada lado (17 los chavistas, 5 los opositores más el Distrito Metropolitano) el mapa se pone rojo chavista. Pero si contamos los votos como deben contarse, la oposición recuperó lugares simbólicamente cruciales (la Alcaldía de Maracaibo, por ejemplo, el Estado Miranda, otro ejemplo, el Estado Táchira —tan golpeado por la narco-guerrilla colombiana, y tan afectado por la incoherente política exterior hacia el vecino y socio comercial más importante para Venezuela en la región). Además, y mucho más importante, la oposición gobierna algunas de las ciudades y estados más poblados, más urbanizados, más industrializados. No se trata, como cree Chávez, de una guerra de pobres contra ricos, sino del viejo cleavage urbano-rural. El reto del chavismo es cómo recuperar espacios entre los votantes de las zonas urbanas que, por más modernos, son generalmente más críticos y menos manipulables. ¿Puede hacerlo sin perder el perfil revolucionario? ¡Tremendo trade-off! No está fácil la misión, mi comandante Chávez. El reto de la oposición es crecer hacia la Venezuela profunda, que se ha puesto casi tan profunda como cuando Rómulo Gallegos escribió Doña Bárbara. ¿Pero, sin recursos y sin ideas? No está menos difícil, mi conciudadano opositor. Así que el color del mapa es un “work in progress”. Quinta ficción: “La unidad.” El pacto unitario de la oposición no era, no fue y no será un fetiche. Antes de las elecciones dije, cuando me dieron la oportunidad de hablar buenos amigos en sus programas de radio, que la unidad era un instrumento y no un fin en sí mismo. Y como tal, podría ser usado por los partidos de oposición en aquellos lugares (municipios y estados) donde fuese indispensable, pero que en otros podía ocurrir que, sin ella, la oposición podría ganar en algunos municipios tradicionalmente opositores y que aun con ella podría perder en algunos lugares tradicional y fuertemente leales a Chávez. Y así fue. En el estado Bolívar, por ejemplo, con o sin unidad, la oposición perdía —y perdió. En municipios del este de la capital, sin unidad alguna, la oposición ganaba —y ganó en los tres en los que siempre ha ganado aunque hubo unidad sólo en Baruta. El mito de la unidad no puede acabar con la diversidad propia de las fuerzas democráticas. Es curioso que quienes tanto se oponen a lo que llaman el “pensamiento único” atribuido a Chávez les cueste tanto entender que haya disputas, desacuerdos y competencia entre los partidos democráticos. Sexta, y tal vez la más lamentable de las ficciones: “Chávez nunca va a reconocer una derrota electoral… nunca va a salir con votos.” Ya ha reconocido dos seguidas. Ha hecho lo posible por impedirlas, claro está. Algunas de las cosas que ha hecho son entendibles en el juego electoral y otras son muy reprochables, pero el alarmante y pesimista agüero, tan acariciado por la más recalcitrante ultra-derecha y los aventureros cazadores de puestos surgidos de salidas fáciles a problemas políticos complejos, no se ha cumplido (por ahora, al menos). Amigos del 11A y tecnócratas del paro petrolero: Carmona no era necesario, la “transición larga” de la que hablaban hasta por TV, no era necesaria. Necesaria era la paciencia y el pulso de resistir democráticamente los embates del tifón político y electoral que ha representado Chávez y que, poco a poco, ha ido menguando, encausándose, formando parte del paisaje normal del país. Las elecciones también dejan unas buenas lecciones: Primera lección: los venezolanos siguen apostando por la democracia electoral. Por más que le quiten el nombre en la Constitución y en las leyes, y ya casi nadie en la izquierda radical quiera acordarse de ella por su remoto origen burgués, la democracia liberal, la representativa, sigue siendo un instrumento fundamental para el protagonismo popular. Las fórmulas de acción directa, el golpismo, la fantasía de que algún día los “marines“ vengan como a Panamá a llevarse preso al Presidente, o que se enfrentarán a los rusos en la segunda batalla naval de Maracaibo, o que las guerrillas los humillarían, al estilo asimétrico de Vietnam, si se atreviesen… todos esos cuentos no pasan de ser delirios, pesadilla para algunos, dulce sueño para otros, pero delirios al fin. Los venezolanos, sin aspavientos, están buscando y hallando su camino pacífico y electoral para dirimir sus diferencias y reconstruir la democracia. El camino ha sido y será el de la vieja y burguesa (para no decir noble) democracia liberal —sí, lo sé, el término liberal no es políticamente correcto en la América Latina de hoy, pero les digo que eso es sólo una moda y pasará como otras tantas mientras la fórmula liberal perdura. A este respecto, contrasta lo sucedido en Venezuela con los recientes eventos que tristemente ensombrecen las recientes elecciones locales de Nicaragua. Pero aun en la Nicaragua de hoy, la democracia liberal ha prevalido desde la transición. Al final, de nuevo prevalecerá. Segunda lección: los partidos estúpido, los partidos. El dos veces ex-presidente Rafael Caldera, en 1993, le hizo un enorme daño al país (uno en una larga lista): inauguró con éxito electoral la retórica anti-partido en la que cabalgó Chávez por una década —antes de decidirse a construir su monolito al socialismo. El daño perdura. Muchos todavía creen que la competencia electoral eficiente y, más aún, la democracia, es posible sin partidos. Estas elecciones muestran que, del lado del gobierno, existe un partido —tal vez en ciernes aún, con pocas posibilidades por ahora de ponerle límites al poder unipersonal del líder máximo de cuyo carisma aún depende, pero partido al fin que en el largo plazo se consolidará. Los pequeños aliados, grupos menores, micro-cosmos caudillistas, casi desaparecieron. Lo mismo del lado opuesto. Queda claro que, sin la presencia de partidos fuertes, los opositores no tienen éxito. Donde ganaron es donde los partidos han invertido tiempo y recursos para construir redes que conecten a los ciudadanos y movilicen a los votantes. No sólo de mass media se vive en política. Tercera: Los disidentes juegan un papel importantísimo en términos políticos. No fueron aplastados como interpreta Chávez. Perdieron las gobernaciones que controlaban, es cierto, pero además de mostrar que la aparente hegemonía del PSUV y de Chávez no se traduce en completa unanimidad y sumisión —es decir, el chavismo no es una suma de “focas amaestradas” como dicen algunos opositores, sino un fenómeno complejo, con matices internos que desde fuera, torpemente, a veces no se quieren ver. Un simple ejemplo del que la oposición tiene que aprender: con un poco más de confianza y diálogo, y de nuevo partidos fuertes, la oposición extrema, por cierto, representada por un disidente de segunda generación no hubiese impedido el triunfo de los disidentes de tercera generación en Barinas —la primera generación de desafectos, dicho sea de paso, fue la del MAS. Cuarta: Chávez necesita la reelección indefinida y va intentar buscarla, no quepa duda, pese a los resultados numéricamente adversos en regiones claves. La necesita para la continuación de su proyecto, como declara. Pero también por otras razones que no tan evidentes, pero igualmente importantes o más. Una razón es que no se puede permitir la implosión de su movimiento. Chávez ha fallado o no ha querido construir un partido fuerte y autónomo. Por el contrario, su partido está hecho a imagen y semejanza del personalismo político del comandante supremo. Sin Chávez como candidato, la guerra de tendencias y de ambiciones antes de la elección y peor aún después de la derrota, si ocurriese, llevaría a una implosión del chavismo que pondría su futuro en aprietos. Cosa peor sería para ese partido que el caudillo faltara de forma más prolongada. Y eso podría ocurrir y, en ese sentido, la otra (y confesa) preocupación de Chávez es que, de perder la elección, “vayan por él.” Y probable que vayan. Hay muchas cosas que aclarar, como por ejemplo, para mencionar un par de detalles: primero, que paso en el 11 y, peor, el 13 de abril, en materia de derechos humanos y, segundo, con cuánta transparencia se ha administrado la hacienda pública. En fin, hay gente con cuentas por cobrar y, al menos de que como ha ocurrido en otras transiciones —incluyendo la que Chávez protagonizó en 1999— se produzca un acuerdo previo entre las fuerzas políticas, alguien intentará cobrarlas. Pero mejor que tener que negociar ese acuerdo, lo cual ahora mismo no estaría fácil, Chávez prefiere la prolongación de su mandato para garantizar su propia seguridad. Así que, aún arriesgándose a perderlo, la estrategia dominante en el juego de Chávez es intentar prolongar su permanencia en el cargo. Quinta, y más importante lección: “No fear.” Los venezolanos perdieron el miedo. Pese a las amenazas de tanques en la calle, las armas de motorizados y peatones encapuchados, las listas del pasado que no sé si fueron enterradas o aún se usan, los augurios (que a veces parecen deseos) de violencia y confrontación, los venezolanos no tuvieron miedo y fueron a votar. Por Chávez, contra Chávez, por sus candidatos a gobernador, alcalde o representante ante la legislatura regional, por la razón que quiera usted añadir, la gente fue y votó. Eso amerita más dulce de lechoza. (*) Ángel E. Álvarez es Director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela.

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