martes, 11 de noviembre de 2008

Chávez los tiene locos


Por Alberto Barrera Tyszka - abarrera60@gmail.com - ¿Cuántas generaciones se van a sacrificar ante un Chávez que sabe de todo, que quiere hacerlo todo, que actúa como si fuera el único que sabe y puede hacerlo todo? A sus propios seguidores, claro está. A sus ministros, a sus funcionarios y hasta a sus empleados más lejanos. A sus periodistas y a sus editores, a los miembros del partido, a los simpatizantes y también a los invitados internacionales. A todos. No los deja en paz ni un segundo. Se mete, opina, dice, interrumpe, decide. No suelta jamás la palabra. Haz la prueba. Cada vez que lo escuches hablar, ponte a contar las veces que dice yo. A cada rato. A cuenta de lo que sea. Todo es yo todo el tiempo.La gente de su entorno ya está entrenada. Pareciera que caminaran sobre un esqueleto invisible, llevando las nalgas en la mano, como si fueran bandejas. Están ahí, dispuestas siempre, por si el Presidente necesita patearlas. Se trata un procedimiento clásico de este proceso: la culpa adelantada. Como si uno de los requisitos para trabajar cerca de Chávez fuera esa invariable e imperturbable cara de yo sí fui. Fíjate en sus ministros, en cualquiera de sus colaboradores más cercanos. Siempre dan esa impresión. Tienen rostros de confesión previa, de prearrepentimiento. Están siempre listos para echarse la culpa de cualquier cosa, de lo que sea.Hay, en toda esta dinámica, una suerte de vocación suicida. ¿Cuántas generaciones se van a sacrificar ante un Chávez que sabe de todo, que quiere hacerlo todo, que actúa como si fuera el único que sabe y puede hacerlo todo? Porque diferenciar a Chávez de los problemas del país no es un asunto de la oposición, de la disidencia. Probablemente, tal vez ésa sea también la principal tragedia de cualquiera de las vertientes del oficialismo. Quizás, de cara a las realidades nacionales, a la inseguridad o a la salud pública, por ejemplo, los venezolanos tengamos muchos más acuerdos que con respecto a la figura del Presidente. Ahí respira también parte del delirio que vivimos. Porque Chávez no es un proyecto de país. Chávez no es un plan.Chávez no es un programa social. De eso se trata, en el fondo. Cuando más se obliga a la sociedad a girar alrededor de su persona, más lejos estamos de cualquier versión del socialismo, más nos adentramos en ese raro invento del narcisismo del siglo XXI.Lo que ocurre con sus candidatos a gobernaciones y a alcaldías resulta muy revelador. Chávez los tiene más que locos: desquiciados, sin saber ya qué hacer, qué decir o qué no decir, cómo vivir junto a él. Es paradójico y humillante. La misma presencia del Presidente supuestamente los salva pero, al mismo tiempo, los hunde. No son nada sin él pero, con él, a veces son menos que nada. Vota por Chávez que, en este estado, se llama Di Martino.La campaña del Presidente, cuyo ventajismo es casi tan feroz como el del capitalismo salvaje, tiene ese terrible metadiscurso, reitera esa misma formulación del personalismo: todos los que lo rodean son unos inútiles, son absolutamente prescindibles. Yo soy yo. Los demás son mis máscaras.Hace algunos días el Presidente se refirió a las cadenas.Ahí dejó para la historia una frase memorable, una síntesis perfecta de cómo concibe y entiende el poder. Ante ciertas críticas, que cuestionan el constante uso de lo público a favor de su proyecto electoral, reaccionó diciendo que "el que quiera hacer cadenas, que llegue a Presidente".Es un brutal striptease en tan sólo diez palabras. Para eso se es Presidente. Para eso existe el poder. Para imponerse a los otros. Para actuar libremente como un pilón. Para hacer lo que me da la gana. Para poder irrespetar con tranquilidad la Constitución. Para decidir, en cualquier momento, que los demás me escuchen, para multiplicar mi voz en todos los espacios del país.Unos días después, en un acto en Petare, el Presidente ilustró de manera sensacional esa misma idea: se encontraba decantando algunos eslóganes sobre el socialismo y el capitalismo y, de repente, ponderó en voz alta lo bonita que le estaba quedando esa reflexión, la importancia de lo que estaba diciendo y, sin más, decidió encadenar de nuevo al país. Tengo una idea. Otra vez estoy diciendo una vaina genial. Escuchen esto.La historia suele tener esos giros sorprendentes. Cada vez que acontece una cadena, no puedo dejar de observar a los ministros o candidatos de turno que acompañan al Presidente. Veo sus rostros, las muecas que tratan de esconder, el raro brillo que danza al fondo de sus ojos, y recuerdo entonces la vieja cancioncita que, con ritmo infantil, hace años fue un himno oficial: "Chávez los tiene locos". Así tarareaban, felices. Así están ellos, ahora.La desesperación también es democrática. La locura no tiene ideologías.

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