Por: Rafael Grooscors Caballero - No le queremos estropear el juego a nadie, pero, por razones de conciencia, queremos tratar un tema polémico. El drama del régimen actual, su definitivo propósito totalitario, no puede disiparse si no se golpea su agenda, se toma la calle y se vuelve al 11 de abril del 2002, como vía de ejemplo. Habría que construir una nueva fecha, claro, pero habría que movilizar a “todo el mundo” y enfrentar al monstruo, con el rostro de la solidaridad nacional, multitudinaria, apabullante, sin nadie en sus casas, como en los días de fiesta colectiva, cuando no hay quien no grite y no hay quien no marche. La unidad no puede ser un protocolo, una suerte de táctica genial de los partidos –indudablemente, en otras circunstancias, los adecuados operadores del sistema político-- porque sobre ellos recae la sospecha de millones de creyentes en que fue por su culpa por lo que estamos viviendo esta desgracia y en que no son ellos, precisamente, quieren evitarán que caigamos al abismo del fundamentalismo castro-comunista. Ojala que estemos equivocados, pero pensamos que la Mesa de la Unidad, conformada como está en la actualidad, está muy lejos de alcanzar la unidad perfecta. Cada vez más parece una alianza. Un frente nacional. Un entendimiento y una concertación de partidos, tal cual como se vivió en Chile, en 1989, cuando la unión de los socialistas (ya convencidos de la necesidad de ser demócratas) y de los llamados demócrata-cristianos, pudo derrotar a un Pinochet que ya había dejado de meter miedo a los chilenos, en unas elecciones posteriores a un plebiscito, cuyos resultados sorprendieron al mundo y marcaron el final de la férrea dictadura de aquel déspota. Si nos ocurriera algo parecido, estaría bien. Pero Venezuela es distinta y Chávez ya leyó ésta y otras muchas lecciones. Además, tiene buenos asesores, uno de ellos –Fidel—con 50 años en el poder. La unidad perfecta tiene que ir mucho más allá y plantearse de modo distinto, procurando motivar la militancia ciudadana de los millones de independientes ( ¿?) que han venido, sistemáticamente, abandonando su deber de participar en la escogencia de los gobernantes que labrarián el destino inmediato de su país. Que decidirián la suerte de sus integridades personales, de sus bienes, de sus hijos, de sus familiares, de sus conocidos, de sus compatriotas. De su país. Del país de sus antecedentes. Del país en el cual se formaron y al país al que le deben toda su historia personal. Son Cinco Millones de venezolanos los que vienen mostrando su indiferencia hacia el acontecer político nacional y son ellos quienes conforman la alta cifra abstencionista que revelan las cuentas electorales. Cinco Millones que dejaron de votar en las presidenciales. Cinco millones que se abstuvieron y no votaron por los gobernadores y alcaldes. Cinco millones que tampoco le dijeron ni si, ni no al régimen en el plebiscito de febrero. Y aún cuando se “frenó” la ambición del Gendarme que nos oprime y se ganó la consulta, Cinco Millones dejaron de participar en el referéndum de la reforma constitucional. ¿Son pocos esos Cinco Millones de venezolanos que no nos han venido acompañando, desde el fracaso de las gloriosas jornadas del 11 de abril del 2002?. Diezmados por la imposición de la tesis oficial del Golpe de Estado y la incoherencia en las respuestas de la oposición, hasta el descalabro de las “firmas planas” que inventó Jorge Rodríguez, esos Cinco Millones de indiferentes se replegaron, indignados y ofendidos, pero paralizados, con miedo, sin esperanzas, sin ánimo para seguir siendo ciudadanos responsables y solidarios, con Venezuela. Debemos atraerlos, reconquistarlos, “venderles” un mensaje renovador, una propuesta digna de ser “comprada” y, sobre todo, demostrarles que somos la fuerza que reconstruirá al país y que somos --¡porque somos! —mayoría. Pero, entendámoslo: Gustavo Dudamel y Johan Santana despiertan más simpatía que Henry Ramos Allup y Luis Ignacio Planas, a vía de ejemplo, nada más. Que nos disculpen los aludidos la comparación. Pero es que creemos que debemos pensar en algo más que en una Mesa: es en miles de Mesas, concebidas y ubicadas para facilitar el acceso de los que no son políticos a tiempo completo; de quienes, más bien, provienen de la bien llamada sociedad civil. Y tenemos que pensar con agudeza, con audacia, pero ya, porque el tiempo se nos viene encima y la democracia se hunde o se recupera, definitivamente, en las elecciones de septiembre del 2010. Después, podría ser demasiado tarde. Debemos aclarar, forzosamente, que nada tenemos que cobrarles a los partidos políticos, ni a sus dirigentes, ni mucho menos a sus militantes. Han sido ellos y los medios de comunicación privados, fundamentalmente, quienes han tomado sobre sí la carga de la resistencia democrática, frente a un régimen cada vez más oprobioso y criminal. Pero estamos convencidos de que deben compartir sus iniciativas, bajando la voz y apartándose de las cámaras, con los colegios profesionales, las ONG, lo que queda de las federaciones sindicales, las asociaciones específicas que agrupan gente productiva, activistas del futuro. Debe haber mesas de unidad en cada Estado, en cada ciudad, en cada barrio, en cada urbanización, en cada aldea, en cada urbanización, en cada edificio residencial, casi en cada esquina. Multiplicar por mil, por millones, los sitios de encuentro y vocear las nuevas consignas, del nuevo programa, con nuevas voces, con nuevos himnos, con nuevas ceremonias de adhesión. Tenemos que hacer una campaña admirable y no permitir ninguna reacción indiferente, de quien o quienes, como nosotros, estamos padeciendo este mal del cual no debemos morirnos, plagiando el sentido poético de las palabras de Sor Juan Inés de la Cruz. No basta la unidad posible, la que puedan armar los partidos, para salvar sus tarjetas y mantenerse adheridos al sistema electoral nacional, según las leyes que lo rigen. Hoy, más que nunca, desesperadamente, requerimos de la unidad perfecta y tenemos todos que buscarla, que hacerla, que construirla, dejando en el empeño todo el esfuerzo que cueste, simplemente, para que no se repita en Venezuela el andrajoso escenario dentro del cual, con la mayor precariedad, se mueven, jadeantes, nuestros hermanos cubanos.
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