lunes, 21 de diciembre de 2009

El deslave que no cesa


Por: Armando Duran - aduran2007@cantv.net - La semana pasada se cumplieron diez años de la tragedia de Vargas. Los mismos diez años que ha tardado el régimen en reconocer que el texto de la Constitución de 1998, la mejor del mundo, ha quedado, como buena parte del litoral central, reducido a puras ruinas, sucias y polvorientas. A lo largo de esta década, aunque poco a poco, Chávez ha avanzado indetenible hacia la realización de su sueño de poder total. Ni siquiera el referéndum del 2 de diciembre de 2007 interrumpió su avance hacia ese punto en el horizonte al que ya nos dirigimos a toda velocidad. En el fondo, porque tal como lo advirtió en su discurso de toma de posesión, él no entiende la guerra como la definía Carl von Clausewitz, sino completamente al revés. Para Chávez, sencillamente, la política es la guerra por otros medios. Y porque mientras él ha actuado así desde que se instaló en Miraflores, sus adversarios han preferido combatir los implacables cañones de la revolución con las infructuosas armas y métodos de lucha de un pasado, en el mejor de los casos, bobalicón, de extrema candidez. Lo cierto es que en esta contradicción estratégica se oculta la clave del éxito chavista durante estos diez años de incesante deslave nacional. Por las razones que sean, el comportamiento de la dirigencia opositora ha demostrado hasta la saciedad su insuficiencia para enfrentar correctamente y derrotar a Chávez. Quedó de manifiesto cuando en diciembre de 2002 auparon y dirigieron un paro cuya auténtica naturaleza era insurreccional, pero con los modales y la buena conducta que hace muchos años solían enseñarse en los más selectos colegios para señoritas en Suiza o Gran Bretaña. Sin violentar en ningún caso las condiciones y prohibiciones impuestas, ¡válgame Dios!, por un gobierno al que parecían querer derrocar. Esta insensata negación del ser y el no ser también se puso en evidencia tras el rotundo triunfo de la abstención opositora en las elecciones parlamentarias de 2005, porque como en el viejo dicho criollo, después de alcanzar el éxito de matar al tigre, quienes lo mataron le cogieron miedo al cuero. Que es, ni más ni menos, lo que les pasó a los generales y almirantes del 11 de abril. Tomado en pocas horas el poder y preso Chávez, no supieron qué hacer con el gobierno ni con el prisionero. Peor aún fue lo del 2 de diciembre de 2007, cuando la mayoría de los venezolanos, chavistas y no chavistas, le dijeron No a la reforma de la Constitución y a la implantación de una sociedad socialista a la cubana, y Chávez, a pesar de ese rechazo tajante, siguió adelante con su proyecto como si nada. Tanto que ahora, al llegar apenas a sus diez años de vida, la Constitución ya exhala los últimos jadeos de su temprana agonía. Con la puntilla inconstitucional que significan la sanción de la Ley Orgánica del Consejo Federal de Gobierno y la aprobación en primera discusión parlamentaria de las leyes orgánicas de Participación y Poder Popular y de Planificación Pública. Con ellas cierra Chá vez el círculo que abrió con el desconocimiento golpista de la voluntad popular expresada en las urnas de aquel tristemente célebre referéndum del 2-D. A la par de la impasibilidad expresada sistemáticamente por la dirigencia opositora ante estos desmanes, hay que añadir la incoherencia de sus actitudes. Durante años justificaron su buena conducta política con el argumento irrazonable de que el gobierno de Chávez, si bien no era una democracia perfecta, tampoco era una dictadura. Vaya, una señora medio preñada. A lo sumo, como repetía Teodoro Petkoff para restringir la acción de los venezolanos a los escuetos límites de una oposición complaciente, un gobierno levemente autoritario, con tendencias totalitarias, pero light. Ante los últimos desafueros del régimen, víctima de las furias de sus múltiples y abrumadores fracasos en todos los frentes y a punto de arrojar al cesto de la basura su ya inútil máscara de falsa democracia, algunos dirigentes opositores finalmente comienzan a descubrir la sopa de ajos, pero no obstante, su respuesta ante esta súbita información gastronómica sigue siendo la misma de siempre. No caer en provocaciones ni dejarse distraer de la agotadora tarea de confeccionar a gusto de todas las partes involucradas sus listas de candidatos para unas elecciones parlamentarias que, irónicamente, no parece que vayan a celebrarse nunca. En definitiva, la guerra es la guerra aunque se disfrace de política, y duélale a quien le duela, de todos los protagonistas del drama nacional, el único que a todas luces parece estar dispuesto a hacerla es Chávez.

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