Por: Julio María Sanguinetti - Montevideo - Finalmente, el Senado brasileño dio su aprobación al ingreso de Venezuela en el Mercosur, después de tres años de idas y venidas, en los que una mayoría muy hostil retuvo la decisión. La mayoría logró ahora culminar con el proceso de adhesión, al que sólo le resta la aprobación de Paraguay, donde, por el momento, la actitud parlamentaria es negativa. El episodio es relevante. Cambia los equilibrios internos del Mercosur, su imagen hacia el exterior y hasta su estilo. Esto resulta es particularmente grave en el contexto de un Mercosur estancado, que no avanza en las coordinaciones macroeconómicas. Dentro del actual Mercosur, la Argentina y Brasil viven en un clima de represalias comerciales recíprocas y Uruguay sufre el insólito cierre de un puente internacional sobre el río Uruguay desde hace tres años, aun contra la decisión de los tribunales regionales. Ante todo, cabría preguntarse si es compatible la economía venezolana con los acuerdos del Mercosur, cuya esencia es la libertad comercial, la "libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países", como reza el artículo primero del tratado constitutivo. Es obvio que este sistema no puede funcionar con un país que fija cupos de importación, certificados previos y autorizaciones caso por caso para comprar la moneda extranjera correspondiente a una importación. El Mercosur, además, como toda zona de libre comercio, tiene un arancel externo común, que regula las importaciones desde fuera del área y del cual ni se ha hablado. Incongruencias, todas ellas, que aparecen como la natural consecuencia de que el Mercosur es un acuerdo entre países de economía de mercado y, notoriamente, el comandante Chávez está construyendo el socialismo del siglo XXI sobre la base de una economía ampliamente intervenida por el Estado. Nadie ha negociado nada, y alegremente marchamos adelante sin saber bien adónde y para qué. O sea que Venezuela no podrá cumplir con la libertad comercial del Mercosur y nada les ofrecerá de nuevo a sus restantes socios. No olvidemos tampoco que México solicitó su incorporación hace muchos años, sin que nadie le haya respondido. Como es lógico, lo hizo cuando el Mercosur dejó de ser sureño y emprendió este proyecto por el hemisferio norte de América del Sur. Si esto ocurre en lo económico, mucho peor resulta el tema en el ámbito político. Para empezar, el Protocolo de Ushuaia exige a los socios "la plena vigencia de las instituciones democráticas". ¿Puede afirmarse esto de un país en el que se cancela la principal cadena de televisión y en el que se prohíbe la participación de centenares de candidatos a cargos parlamentarios? ¿No habría razones, por lo menos, para esperar? El gobierno venezolano, por otra parte, sigue una política exterior signada por un antiyanquismo militante, que no es la política de ninguno de los socios. Práctica, además, un estilo que rompe con todos los códigos del derecho internacional. El presidente Chávez se introduce en la política interna de los países, comenta sus actos, amenaza y hasta insulta, como lo hizo el otro día, en Copenhague, nada menos que al presidente de los Estados Unidos. ¿Es bueno, es saludable, introducir en una organización como la nuestra, de tan trabajosa andadura, los conflictos que genera esta verborragia improvisadora? ¿Qué le diremos a Colombia cuando salga con sus discursos y agresiones, antes o después de cada cumbre? ¿Nuestros gobiernos no se sienten incómodos, cuando es notorio que su aproximación a Venezuela se basa en una grosera diplomacia de chequera? Ingresada en nuestro espacio sin que le hayamos exigido contrapartida alguna, Venezuela adquiere, además, un poder de veto sobre nuestras decisiones. Poco o nada se ha hablado de este tema, que pasa a ser central. El Mercosur es un acuerdo de países del Cono Sur, vecinos y demócratas, realmente compatibles. ¿Cuál es la necesidad de incorporar a quien notoriamente está movido por otros intereses? Chávez quiere fortalecer el ALBA, o sea, el eje populista del continente, y arrastrar al Mercosur a su zona de influencia. Está en su derecho de intentarlo. Pero ello es contradictorio con la política de nuestros Estados, dificultará su inserción con otros espacios económicos y mostrará al mundo internacional el feo rostro de la peor América latina: la del autoritarismo, la de los gobernantes personalistas y exhibicionistas, la de la demagogia irresponsable. Con superficialidad, se dice que una cosa es Venezuela y otra el gobierno actual. Por supuesto, una cosa es España y otra era Franco, pero si hoy siguiera gobernando el "Caudillo por la Gracia de Dios", la Madre Patria no estaría en la Unión Europea. Con la misma banalidad se dice que más vale tenerlo cerca que lejos, como si no pudiera manejarse esta relación como hasta hoy, sin añadir a nuestro acuerdo a quien transita por tan peligrosos caminos. Da la impresión de que hay gobernantes que les temen a sus insultos y visten eso con la presunta estrategia inteligente de no aislar a quien tiene acceso a todos los ámbitos de actuación. Pero él no tiene por qué ser socio de aquellos Estados que viven la democracia en su realidad. (Subrayados y resaltados, LM). Infortunadamente, como dijo días pasados O Globo , ahora "evitar el suicidio del Mercosur está en manos del Senado de Paraguay". No deberíamos haber llegado a ese punto.
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