Por: Alberto Benegas Lynch - No pocas de las cabezas de los movimientos por las independencias decimonónicas latinoamericanas entendían que no se trataba simplemente de cortar amarras con la metrópoli sino que abogaban por la autonomía del individuo. Por eso es que Miranda repetía en su muy frondosa correspondencia que “no buscamos sustituir una tiranía antigua por otra tiranía nueva”. Sus sueños apuntaban a sociedades libres en el sentido más estricto de la expresión. Peleó en el terreno de las ideas y en el militar, en ambos casos con suerte varia y con las oposiciones, intrigas y difamaciones que habitualmente rodean a personas de su talla y estirpe. Como he dicho antes, resulta muy paradójico que, en la región latinoamericana, los más fervientes partidarios del uso de la escarapela, el canto de himnos y el blandir de banderas a diestra y siniestra son en verdad españolistas en el sentido de adherir a las estructuras monopolistas de las épocas coloniales más truculentas (además de ser acérrimos partidarios de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco y enemigos declarados de las Cortes de Cádiz y su Constitución liberal de 1812). En tierras sudamericanas son los partidarios de la intromisión de los aparatos estatales en los negocios privados. No se sabe que quieren significar con sus alardes de patrioterismos puesto que suscriben políticas que en la práctica, tal como explicaba el gran Juan Bautista Alberdi, convierten a los pueblos en colonos de sus propios gobiernos y se oponen al liberalismo, lo cual revela que no entendieron la columna vertebral de los movimientos que abogaban por la independencia. Francisco de Miranda constituye uno de los ejemplos más claros del espíritu de emancipación latinoamericana y denuncia en su célebre proclama en Caracas, en 1806, que “la inconcebible ineptitud, inauditas crueldades y persecuciones atroces del gobierno español hacia los incautos e infelices habitantes del nuevo mundo desde el momento casi de su descubrimiento”. Este personaje recorrió EE.UU., Europa y Rusia, y mantuvo asiduos contactos personales y epistolares con Thomas Paine, James Madison, Thomas Jefferson, Jeremmy Bentham, John Stuart Mill, Edward Gibbon y había leído a los autores de la Escuela Escocesa (especialmente Hume y Adam Smith), a Locke, Montesquieu y Voltaire. Además de su lengua nativa, hablaba y leía con fluidez italiano, francés, inglés y ruso (traducía del latín y del griego). Participó no solo en las luchas latinoamericanas sino —igual que Lafayette— en la Revolución de EE.UU. y en la Revolución Francesa hasta la contrarrevolución y el reino del terror lo puso preso por un tiempo; su nombre está grabado en el Arco de Triunfo. Sus biógrafos más conocidos —Karen Raice, William S. Robertson, Joseph F. Toring y Vicente Dárola— subrayan sus notables conocimientos en materia jurídica, filosófica, económica y militar. Las observaciones en su diario cuando recorrió distintos lugares en la naciente EE.UU. (con particular atención en Filadelfia y Boston) atestiguan la profundidad de sus estudios. Arturo Úslar Pietri dijo en el Senado venezolano el 4 de julio de 1966 que Miranda fue “La más extraordinaria personalidad que había florecido en el vasto, desconocido y rico lino del nuevo mundo. Era la flor y la asombrosa síntesis de tres siglos de historia y de magia creadora [...] Su apresurado peregrinaje por el mundo fue menos intenso, variado y sin tregua que su maravilloso viaje de deslumbramiento a través de los libros, las literaturas y las ciencias de los viejos y los nuevos tiempos. No hubo hombre de su siglo que hubiera reunido conocimientos más extensos y variados ni biblioteca comparable a la que llegó a reunir”. Puede resumirse el aspecto medular de su visión en una carta dirigida a Thomas Paine en 1797: “La conservación de los derechos naturales, y, sobre todo, de la libertad de las personas, seguido de sus bienes, es incuestionablemente la piedra fundamental de toda sociedad humana, bajo cualquier forma política en que ésta sea organizada”. En Venezuela, su tierra natal, fundó la Sociedad Patriótica con la idea de discutir y fortalecer los principios de libertad, al tiempo que pretendía establecer una única nación latinoamericana que apuntara a incluir con el tiempo la antigua colonia portuguesa en el sur de América. Sus éxitos de orador y su desempeño brillante en la Logia Lautaro —tanto en Cádiz como en tierra americana— despertaron los celos de Bolívar quien lo entregó a las fuerzas españolas a raíz de un armisticio firmado por Miranda para evitar una derrota segura, un burdo pretexto para deshacerse del hombre más destacado del momento que había sido el precursor de algunas de las propuestas bolivarianas. Dichas fuerzas españolas lo condujeron a la península, paradójicamente a una cárcel cercana a su tan apreciada Cádiz, donde, a poco andar, desdichadamente murió este gran hombre de todos los tiempos y latitudes. Como he escrito reiteradamente en muy diversos medios, lamentablemente América Latina no cuenta ya con el buen ejemplo del gobierno estadounidense cuyos documentos liminares fueron una valiosa guía para las Constituciones de muchos de los países del sur del continente. Hoy el déficit fiscal, la monetización de la ya astronómica deuda, el crecimiento exponencial de la relación gasto público-producto bruto interno, la insistencia en el rescate de irresponsables o ineptos (o las dos cosas a la vez) con el fruto del trabajo ajeno (aconsejo la lectura del ensayo de Jefffrey Miron de Harvard titulado “Bailout or Bankruptcy?”) y la manipulación de la tasa de interés por la banca central conducirán tarde o temprano a otra crisis mayúscula. Tal como apunta Michael Tanner en su libro Leviathan from the Right, desde hace seis años se imprimen 75.000 páginas anuales de asfixiantes regulaciones (y, durante el mismo período y hasta la fecha vienen trabajando 39.000 burócratas del gobierno federal tiempo completo solo en regulaciones financieras, como muestra Johan Norberg en su artículo “Regulations and its Unintended Consequences” reproducido por Cato Institute en Washington, DC). El proceso inflacionario en marcha, por el momento genera un boom artificial que indefectiblemente conducirá (posiblemente en un par de años) a un crack que intensificará y extenderá lo que hoy ocurre con el desempleo masivo, a lo que debe agregarse el nuevo intento de acentuar el ya quebrado sistema estatista de medicina (que en momentos de escribir estas líneas fue aprobado en la Cámara de Representantes por solo dos votos más de los requeridos y cinco más respecto de la minoría ya que treinta y nueve miembros del partido oficial se pronunciaron en contra del proyecto de ley junto con toda la bancada del partido republicano excepto uno…y ahora pasa al Senado con suerte por demás incierta para la legislación de marras). Incluso la suba que experimenta la bolsa ocurre en términos del ya devaluado dólar pero si se lo mide en términos del euro es sustancialmente menor y si se lo hace en términos del oro el incremento es inexistente (y eso que este bien hoy está a su vez algo atrasado si se extrapola a valores reales en una serie estadística de los últimos veinte años). De cualquier manera, tal como se ha consignado, el precio del metal aurífero hace las del canario en las minas de carbón: cuando hay gases tóxicos se dispara en señal de alarma. El proceso de descomposició n que lamentablemente viene ocurriendo en EE.UU. está ahora refrendado por expresas declaraciones de Obama en el sentido de que debe revertirse la noción inserta en la Constitución de las tradicionales libertades negativas de protección a los derechos e introducir en la práctica la idea de la activa intervención gubernamental para redistribuir ingresos (dos declaraciones reproducidas en Fox News el 23 de octubre de 2009 y en “American Thinker” el 25 de octubre de este mismo año). Como si esto fuera poco, hay nueve funcionarios de primer nivel designados por Obama sin la auditoria del Congreso que son extremistas radicalizados de izquierda, como el responsable máximo del FCC (Comisión Federal de Comunicaciones) , Mark Lloyd, quien declaró en un tape de pública difusión que es un admirador de Hugo Chávez en su política expropiatoria en materia de telecomunicaciones. En esta situación, cabe preguntarse que queda para países como Argentina donde se ha destruido la división horizontal de poderes, donde las normas permanentemente cambiantes dependen del capricho del gobernante, donde ex terroristas están en funciones estatales y aplican una justicia tuerta solo para quienes los combatieron, donde los sindicatos de raíz totalitaria y activistas armados dominan el escenario político, donde las llamadas empresas privadas se ven privadas de toda independencia, donde la prensa independiente se desempeña bajo amenazas y donde las finanzas públicas están desquiciadas por megalómanos siempre sedientos por succionar el fruto del trabajo ajeno. Robert J. Aumann —premio Nobel en Economía de 2005— acaba de pronunciar una conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo en Buenos Aires en la que subrayó el peligro que significan los rescates financieros en EE.UU. y en otras partes del mundo, y aseveró que “finalmente alguien va a tener que pagar por eso y una de las opciones será imprimiendo más moneda”. En solo nueve meses de gestión Obama pasó de tener un déficit de cinco puntos sobre el producto a trece. Sería cómico si no fuera trágico el que muchos livianamente sostengan que frente a una crisis la opción no puede ser que el gobierno se abstenga de “hacer algo” como si frente a un problema el aparato estatal debe meterle la mano en el bolsillo a quienes ganaron su peculio honestamente. En todo caso, si de hacer algo se trata, debería eliminarse el sistema bancario de reserva parcial manipulado por la banca central que pone en jaque a todo el sistema financiero, contar con marcos institucionales que respeten el derecho de todos y, por ende, abrogar todas las regulaciones absurdas y asfixiantes dirigidas a las actividades productivas, disposiciones gubernamentales que precisamente generaron esta crisis, del mismo modo que lo hicieron en la década del treinta tal como lo han señalado otros premios Nobel en Economía como Milton Friedman, Friedrich Hayek y James M. Buchanan. Poco a poco se va estrechando el cerco del espíritu totalitario. Debemos despertar a los apáticos y redoblar nuestros esfuerzos para contribuir a los pilares de la sociedad abierta, de lo contrario inexorablemente ocurrirá lo que en otro contexto describe Julio Cortázar en “Casa tomada”. Cada vez está más extendida la enfermiza noción de que hay un “derecho” a los recursos producidos por el vecino, con lo que se desmorona la idea del respeto recíproco y se vulneran y desconocen los principios éticos, económicos y jurídicos más elementales de convivencia civilizada. Confiemos en las enormes reservas morales existentes en EE.UU. y en otros muchos lugares, pero tenemos que estar con los ojos bien abiertos pero con la debida atención en lo que ocurre porque como reza el título de la colección de trabajos de Macedonio Fernández “no todo es vigilia la de los ojos abiertos”. Todos tenemos que alimentar la filosofía liberal que pregonó Miranda con tanto empeño para América latina, estemos atentos y vigilantes para que el autoritarismo no la convierta en “América letrina” al decir de Guillermo Cabrera Infante. En Latinoamérica han gobernado —y gobiernan— ciertos energúmenos de tremenda peligrosidad. Carlos Fuentes en el prólogo a Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos se refiere a varios del pasado. Elijo algunos de los tomados en ese introito: Antonio López de Santa Anna, once veces presidente de México, quien al perder una pierna en una de sus trifulcas la hizo enterrar con toda pompa en la Catedral. Enrique Peñaranda, gobernante de Bolivia de quien su madre dijo que de haber sabido que llegaría a presidente “le hubiera enseñado a leer y a escribir” y Manuel Estrada Cabrera, de Guatemala, se instaló en Paris y solo volvía a sus pagos para sofocar las revueltas contra su gobierno. Hoy los múltiples y variopintos autócratas de esta zona son mucho menos inocentes que los anteriores, quienes en una función macabra se burlan una y otra vez de la democracia al estrangular los derechos de las minorías, al tiempo que quedan atornillados al poder. Lo he citado antes a Robin Williams quien ha sentenciado en una producción cinematográfica que “los políticos en funciones son como los pañales: hay que cambiarlos permanentemente y por los mismo motivos”.
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