martes, 17 de noviembre de 2009

Las políticas caníbales en rebelión oficialista


Por: Alberto Rodríguez Barrera - Al igual que el mundo internacional, Venezuela es un tablero de ajedrez. Pero en nuestro caso, el jugador principal quiere afirmar su condición de “pata en el suelo” –o sea: de aprendiz tardío o retardado del juego- haciéndose supremo portador de una ideología que “no osa llamarse por su nombre”, al decir de Oscar Wilde (aunque valga destacar, de paso, lo afirmativo que ha sido este régimen con el movimiento gay). La supuesta ideología comunistoide está acompañada por un pequeño grupo de militantes trastornados y llenos de motivaciones patológicas, belicosos “pashtunes” comandados por frustrados revolucionarios pueblerinos. Es una amenaza de amplia naturaleza incierta. La cabeza visible de este grupúsculo furuncular es Hugo Chávez Frías, entrenador decidido de una facción anti-histórica inmensamente financiada con dineros públicos (como nunca jamás se había visto en nuestra tierra) y con conexiones en todo el mundo subversivo y guerrillero, cuyo objetivo es provocar una rebelión generalizada en los principales países democráticos e invertir el proceso, también histórico, de la decadencia comunista que –a su juicio- se ha caracterizado por la continua humillación política a manos de otros más materialistas e infieles. Tradúzcase esto ultimo como realistas más fieles a la democracia. Estas motivaciones se combinan con la frustración que provoca la falta de soluciones para la problemática social, la persistencia de enormes problemas de desarrollo económico que no se saben manejar y la traba que constituye esa cosa llamada libertad política que no logran aceptar. Esta facción diminuta es una compleja galaxia cultural en impresionante proceso de encogimiento, que sueña con satrapías autoritarias para buscar sobrevivir en una brutal desigualdad económica y social (he ahí el por qué de la admiración hacia su ejemplar Cuba). La similitud o afinidad con la talibana organización internacional terrorista que hiere y amenaza a todo el mundo, tan eficaz como inaprehensible y que se presenta como la gran vengadora de presuntos agravios a un Islam al que nadie en Occidente ha agredido en cinco siglos, es muy clara: logran que su misma gente (llámasele líderes propios y también pueblo) no se sientan representados por tales terroristas, a quienes van abandonando, uno a uno y de una u otra manera, indeteniblemente, llevándolos a coaligarse o coagularse con valores democráticos nacionales e internacionales. El dominio político y militar del régimen que impera en Venezuela no se ha venido abajo del todo pese a la constancia de sus ataques de lesa humanidad, que lejos de ser indiscriminados se concentran en objetivos específicos (que ellos llaman “estratégicos”), y donde causan víctimas civiles y destrucciones en localidades habitadas por personal no combatiente. La mayoría de nuestros muertos y heridos, indiscutiblemente, son ajenos a las armas. Esta nueva especie de terroristas golpistas oficiales –de forajida substanciación- ha querido turbar la vida venezolana quebrantando su economía, objetivo que han venido consiguiendo, con secuestros de variada índole y muertes, para desgracia de la supervivencia poblacional. Pero han sido las acciones atroces que protagonizan con todo descaro lo que ha dado lugar a una coalición y a unos acuerdos locales, muy similares a los acuerdos globales de muchos Estados frente al terrorismo. Y no cabe duda de que estas coaliciones son capaces de desmantelar docenas de organizaciones terroristas, las cuales –lo estamos viendo en el tablero mundial- serán perseguidas policial, jurídica y económicamente en todos los países civilizados e importantes del planeta. Y las “políticas caníbales” del chavismo afectan para mal a los estratos más bajos de la sociedad, a ese soberano con quien tenemos la prioridad de educar, delatando el diseño comunicacional autocrático, la colonización de las instituciones públicas, el monopolio de la violencia, el culto a la personalidad, el mito de la “revolución”, la voluminosa inexperiencia política (donde a ésta se le enfoca como guerrilla), el clientelismo robolucionario desatado, el desprecio por todo partido de sociedad civil y la subordinación incondicional que esperan de toda la colectividad. Otra cosa a tomar en cuenta es que esta “rebelión oficialista”, que se dirige tanto o más hacia las propias clases dirigentes que hacia los valores de la democracia, ha tenido momentos álgidos, entre los cuales hay que citar las “renuncias” o “traiciones” de sus propios cuadros, que antes que con ajedrecistas los ha dejado con jugadores de ludo, o “escoltas”, como dicen otros. Aquí unos y otros, los que se limitan a ser “minorías dirigentes” sin extenderse a un programa doctrinario amplio, se unen en una misma porquería tradicional utilizando el poder o sus perspectivas para monopolizar la riqueza y los anhelos de todos en beneficio propio, y para aplastar toda oposición o generación de talento creador. La cultura política de estos marginados de la historia, despótica, floja o de inspiración autocrática, ajena a la evolución de los países, se ha mostrado incapaz de poner en práctica una concepción moderna del Estado y del gobierno. A lo anterior se ha unido el fenómeno de la proletarización urbana de unas masas necesitadas de creencias rígidas para sustentarse en medio de los traumas asociados a lo que venía siendo el paso de una sociedad tradicional (agraria o carente) a otra industrial o tecnológica. La carencia de oportunidades y perspectivas de promoción y realización personales y colectivas no es una oferta que encante. He ahí lo que hay que destrancar. Estamos de acuerdo: busquemos más allá de los convencidos a quienes no encuentran en la pobreza de la insatisfacción algo que los seduzca, olvidémonos del vacío del loco y exaltemos la falta de políticas hacia los más necesitados, corrijamos el carnaval de instantáneos mini-líderes figurones (incapaces igualmente de ver su escacez ideológica) y concentrémonos en el programa de salvación de largo aliento que nos incluya a todos. Está claro ya que en nuestro tablero de ajedrez, hoy entregado a la incapacidad de los “improvisadores pata en el suelo”, lo útil y necesario está en la inteligencia y la experiencia política, de donde emana una riqueza y democracia social concreta que no busca igualar por abajo. Es hacia arriba que queremos llevar a la colectividad.

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