lunes, 30 de noviembre de 2009

Cumaná


Por: Leonardo Rodríguez - Es común escuchar en Cumaná, como un coro impotente o desdeñoso: “Esto es un pueblo”. Igual podríamos decir, a lo Magritte: “Esto no es una pipa”.. No son sólo los civilizadísimos políticos locales los que no saben que no saben nada de ciudad. Más de uno prefiere creer la ilusión de vivir en un pueblo marino, casi de pescadores. Cosa que no me molesta reconocer, salvo si se añade que es un pueblo (o balneario) con todas las calamidades y algunas de las virtudes de una ciudad. Primero las calamidades, que si no la cerveza se enfría. Nadie que sepa dónde está parado puede ignorar el deterioro urbano de Cumaná, que es el de Venezuela. Sucia y empobrecida, Cumaná da grima visual; la noche es sinónimo más de miedo que de fiesta; las instituciones del estado parecen también templos chavistas.Tal vez sea la pobreza (económica y educativa y en casos moral) la que hace que muchos se sientan cumaneses pero no ciudadanos. La misma pobreza ha legitimado tanto el imbécil nacionalismo de los oportunistas como una necia, suicida venezolanofobia de clase media. Bueno, pasa hasta en las mejores familias. La pobreza cumanesa, en todo caso, rima también con desesperanza. Por algo, los cines se han convertido en iglesias evangélicas y no por nada el evangelio populista ha sido tradicionalmente tan carismático. Hay, en contraste, los oros casi bizantinos del narcotráfico y la corrupción política. (En El discreto enemigo, de Rubi Guerra, un taciturno periodista a destajo viaja a la península de Araya con miras a escribir un artículo para una revista turística; termina por descubrir un cartel. El virgen paraíso turístico es también un nido de humanísimas ratas. La corrupción política no tiene su novela, pero no hay cómo no verla).No es que falten santos, al menos en la toponimia. A Cumaná la vigila, como un centinela salido de un poema de Ramos Sucre, el castillo de San Antonio, santo casamentero y de tentaciones algo extravagantes. Tengo para mí que es el santo de los travestis, no escasos en Cumaná, y del corazón y la carne gozosamente dolientes. La ciudad, sin embargo, prefirió al montuno San Francisco como su escucha divino, y a Santa Inés, resistente de déspotas y terremotos, como su patrona. Hay otro, más sensual y hasta visionario. Me refiero a San Luis, cuyo extenso dominio es la playa de la ciudad. ¿No es acaso el que “bajó” al poema de Cruz Salmerón Acosta en forma del azul del golfo? Esta suma de santos no puede, por supuesto, ser indicio sino de paganismo y hasta herejía. En Cumaná-allí está la foto de Rafael Salvatore- el Diablo tuvo una epifanía carnavalesca, aunque sin continuadores. Allí está la casa de Ramos Sucre, cuya poesía es una vasta corte de forajidos, matones alucinados, herejes, trovadores y demás. Pongo mi mano en el fuego por algunas virtudes, menos urbanas que culinarias: en Cumaná se puede comer una comida de dioses y oficios (ahora sí) marineros: ah las cazuelas de mariscos, oh las tortillas de cazón, por no poetizar los sancochos de pescado.. A veces he fantaseado con un Andrés Bello (ay, nuestras fantasías fundadoras) que enumere las virtudes poéticas de sus pescados. Alguien que cante la blanda textura cortesana de la catalana, el goce entre místico y sexual del corocoro, el afán de convivencia gastronómica del cazón, el refinamiento democrático del arenque, la dificultad gongorina del pargo. Este último, por cierto, es el pescado que ofrece, en la entrada de la ciudad, el ahora movedizo Indio de la Fuente.. ¿Otra tentación de San Antonio? ¿Un pescado barroco o chamánico? Es, por cierto, uno de los pocos que tiene nombre internacional.Hay una terraza, la del Brisas, en el centro comercial Marina Plaza, donde me siento feliz con una cerveza, en compañía de amigos o con un libro. Es uno de los pocos lugares cumaneses donde me gusta leer (casi no hay cafés donde hacerlo sin que el mesonero te dé una patada en las costillas para que desocupes el maldito asiento si no consumes como un desgraciado). Por allí pasan políticos locales (ese gremio, etc), gente de compras o de paseo, estudiantes desocupados, desocupados profesionales y mirones. Es decir, la ciudad entera.. Como aire propicio, está siempre el calor, uno de los personajes de la ciudad. Convive con la pobreza, el desparpajo, los buhoneros, los carros último modelo, los autobuses destartalados, las tetas de etiqueta y el marasmo. Se bebe whisky (para citar, como a menudo en Venezuela, a Francis Scotch Fitzgerald) frente al mar y cerveza. Uno siente que Cumaná se extiende hacia el golfo (hay cementerios marinos) y que el calor-sé que suena desesperado- es otra forma de ciudadanía.No hay ciudad para mí más rica en personajes.

1 comentario:

  1. no son los lugares, sino la gente que los habita los constructures de los pueblos. Es evidente la destrucción intencionada de las personas que viven en esta ciudad, que de más está decir, que con un cambio de mentalidad podría ser una de la más bella de nuestro país. Abandono, desdén, pobreza, es lo que se respira por las calles,algunas hermosamente coloniales,de Cumaná. Parece dar la sensación de un pueblo árido, y por las noches del medio oeste fantasmal

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