Por: Magda Mascioli G. - Lo que más recuerdo de mi niñez son los sueños, las fantasías. Esa inmensa capacidad que teníamos de cerrar los ojos e imaginarnos, en lo más profundo de nuestro ser, y en medio del mundo, cumpliendo todos nuestros sueños. Así llegamos a ser mamás, reinas, doctores, jugadores de baseball, estrellas de cine o, sencillamente, la persona más feliz de esta tierra. Lo sentíamos y lo vivíamos con tal viveza, que al abrir los ojos teníamos que esperar un momento para ubicarnos de nuevo en la realidad del momento; tal era la intensidad de la vivencia más allá de cualquier límite que nos impidiera seguir hasta donde queríamos. Cuando llegamos a adultos nos encontramos que esa capacidad se merma, ya sea por propia mano o a manos de quienes se dan a la tarea de matarlas. A veces son personas bien intencionados que probablemente nos han querido alguna vez, pero quienes pensando con propia cabeza, llegan a extremos de minar, desdibujar y restar la fuerza y sentido a cualquier ilusión; quizás inclusive porque no logran comprender que las ilusiones son simples, llanas, sencillas y no piden nada a nadie. Algunos consideran que tener ilusiones, así como llorar, es signo de debilidad, pero nada más alejado de eso. Una ilusión da fuerza al corazón, sea cual sea la índole de la ilusión, sencillamente porque siempre genera sentimientos nobles. Muchas veces he apagado las mías; otras veces, han sucumbido ante otros, porque así se los permití. Las apagadas, ya no las puedo recuperar. Entonces queda solo cerrar los ojos y conectarse con lo más profundo del corazón para inventarse unas nuevas con los amigos de siempre, los que siempre han estado, los que han apoyado, reido, llorado a mi lado; aquellos que, aun sin creer, estuvieron para compartirla; aquellos con quienes ya no recordamos cuándo ni dónde comenzó realmente nuestra amistad y nos tenemos que sentar a hacer memoria a ver "desde cuando" somos amigos, solo para al final decir: "ay bueno, no se, pero aquí estamos"; aquellos con quienes nos hemos "regañado", nos hemos "peleado", nos hemos "alejado", pero quienes jamás han herido nuestros sentimientos, ni nosotros los de ellos; aquellos a quienes poco vemos y poco nos ven, pero que siempre estamos al primer repique de un teléfono, a la primera línea de una carta. Para ellos, una luz de ilusión albergada en mi corazón que ayude, aun en poco, a iluminar el camino de sus ilusiones y esperanzas, individuales y compartidas con las mías, como siempre lo hemos hecho. Para aquellos que no son mis amigos, mi mejor deseo para que logren todas sus ilusiones y esperanzas, y que siempre encuentren amigos verdaderos que sepan no apoyarlos en todo, pero que sepan también cuando apoyarlos en lo bueno. Siempre recordando que el peor enemigo es aquel que todo nos aprueba.
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