EL PRESIDENTE ÁLVARO URIBE no podía ocultar su molestia cuando ingresó en la sala de conferencias del segundo piso de la Casa de Nariño, donde esperaban una docena de generales a quienes había convocado para trazar la estrategia operativa del año y para que le informaran en qué iba la búsqueda de los principales jefes de las Farc y el Eln. Fue en la tercera semana de enero de 2007. El Presidente estaba molesto porque días atrás Raúl Reyes, vocero político de las Farc, había dado una extensa entrevista a un periodista extranjero en las selvas del sur sin que se enteraran los organismos de seguridad, lo que había provocado comentarios de prensa según los cuales si el despliegue de tropas en las zona era tan grande como aseguraba el Gobierno, no se explicaba la facilidad con la que se movía el jefe guerrillero. "El aparato de inteligencia se mueve muy lentamente", les dijo en tono severo el jefe del Estado y se quejó porque pese a los esfuerzos del Gobierno para fortalecer la Fuerza Pública, no veía a los generales comprometidos con la localización de objetivos específicos. El ambiente era tenso y el silencio de cortar con tijeras, pero de pronto el entonces director de inteligencia de la Policía, Dipol, general Guillermo Chávez, se atrevió a intervenir. "Señor Presidente, en efecto la inteligencia es lenta pero estamos dando los pasos correctos -dijo-. Me comprometo con usted a entregarle a Raúl Reyes, es cuestión paciencia". Tras varias horas reunidos, los generales regresaron preocupados a sus despachos. La localización de los comandantes de la guerrilla se les convirtió desde entonces en punto de honor y tema obligado de las reuniones de la Junta de Operaciones Especiales Conjunta, Joec, creado en 2005 y coordinado por el Ministerio de Defensa y al que asisten los jefes de inteligencia de todas las fuerzas para compartir la información clasificada que han obtenido. Hasta ese momento, las sesiones del Joec no habían arrojado mayores resultados por los celos entre las agencias de inteligencia que no compartían información ni operaban en forma conjunta. Contactos en Quito - Pero en febrero, poco después del tirón de orejas de Uribe, en una cumbre del Joec el general Chávez recibió la autorización para crear en la Dipol siete grupos especiales que actuarían por separado y cuya misión era perseguir a los miembros del Secretariado de las Farc. El manejo de una de las células fue encomendado a un veterano coronel que escogió 10 hombres para desplazarse a Putumayo a seguir las huellas de Raúl Reyes, quien había echado raíces en la frontera con Ecuador. El oficial y sus hombres se instalaron en Puerto Asís, se camuflaron entre la población haciéndose pasar por campesinos, compraron dos pequeñas parcelas en la zona de frontera y uno de ellos se empleó en una tienda de abarrotes. No volvieron a Bogotá y evitaron el contacto con sus colegas de la Policía de Puerto Asís, Mocoa y La Hormiga. Poco tiempo después, el coronel localizó en Quito a los cinco miembros de la Policía ecuatoriana que en enero de 2004 habían colaborado secretamente con oficiales del Ejército colombiano en la captura de Ricardo Palmera, Simón Trinidad, y además entró en contacto con un funcionario de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, en Ecuador. A todos les contó sobre la operación dirigida por él para dar con el paradero de Reyes y se comprometió a mantenerlos informados. Las pacientes labores de inteligencia desarrolladas en Puerto Asís y el sur de Putumayo empezaron a dar resultados. Uno de los agentes encubiertos logró ganarse la confianza de un hombre que le confesó que pertenecía al primer anillo de seguridad de Reyes cuando éste estaba en un campamento entre Teteyé y Granada. En esas estaban, cuando estalló la crisis de los teléfonos chuzados por la Dipol que desencadenó la salida de 12 generales de la Policía, entre ellos Chávez y el director Jorge Daniel Castro. El nuevo director, el general Óscar Naranjo, mantuvo intacto el esquema de operaciones contra los comandantes de la guerrilla y la tarea del grupo destacado en Putumayo. El contacto con el informante de las Farc fortaleció con el paso de los meses y la información sobre los desplazamientos, esquemas de protección y personas de confianza de Reyes, así como de sus cada vez más frecuentes viajes a territorio ecuatoriano se fue haciendo más precisa. Con base en ellas, el comando secreto de la Policía desarrolló cuatro operaciones contra Reyes, que fracasaron a última hora debido a su gran habilidad para cambiar de itinerario o cancelar reuniones. Las tres primeras pasaron inadvertidas, pero la cuarta llegó a oídos de los medios de comunicación que incluso mencionaron la posible muerte del vocero de las Farc en un intenso bombardeo en la zona selvática de Teteyé. No obstante que las autoridades le tenían pisados los talones, Reyes no abandonó la región pero optó por refugiarse en campamentos móviles construidos en la selva ecuatoriana, no lejos de la frontera con Colombia. La suerte está echada - Desde agosto del año pasado, las reuniones con Reyes se llevaban a cabo en esa zona. Hasta allí viajaban los periodistas para entrevistarlo y allí en septiembre recibió a la senadora Piedad Córdoba para hablar sobre la liberación de los secuestrados. La primera escala era Quito, luego había que viajar por tierra a Tulcán y de ahí a la zona selvática donde despachaba Reyes. Debido a las extremas medidas de seguridad adoptadas por los guerrilleros del frente 48 encargados de su protección, a que cambiaba de campamento con frecuencia y a que evitaba estar en territorio colombiano, los agentes de la Dipol perdían con frecuencia la pista de Reyes. Pero todo cambió el domingo 17 de febrero cuando el informante, que había dejado de reportarse por la dificultad para llegar a la frontera y entrar en contacto con el agente de la Dipol, volvió a aparecer. El encuentro clandestino en una casa de Puerto Asís, sellaría la suerte de Reyes. El delator reveló que el jefe guerrillero se iba a instalar durante varios días en un campamento cercano a la frontera y sacó un papel del bolsillo del pantalón donde estaba escrito el número del teléfono satelital que usaba Reyes para sus comunicaciones. Al término de la reunión, el guerrillero se comprometió a reportarse con mayor frecuencia y a advertir cualquier cambio en el itinerario del comandante. El coronel no perdió tiempo, buscó a los policías ecuatorianos y les reveló lo que el informante había contado, y luego entró en contacto con el agente de la CIA y le dio el número telefónico satelital, que empezó a ser monitoreado por la agencia de inteligencia estadounidense. Tal como había contado el informante, Reyes y cerca de 35 personas se instalaron en el campamento, construido de tiempo atrás. Pocos días después, el informante confirmó a los agentes encubiertos que el jefe guerrillero pasaría allí unos días y el agente de la CIA entregó las coordenadas con la localización exacta del campamento. El coronel de la Dipol viajó de urgencia a Bogotá y le informó al general Naranjo que el número dos de las Farc estaba localizado, pero en territorio ecuatoriano. El General le pidió una cita urgente al ministro de Defensa Juan Manuel Santos, quien enterado de la situación informó de inmediato al Presidente. El jefe del Estado convocó a Palacio a Santos, a Naranjo y a la cúpula militar para evaluar la situación y la posibilidad de darle el golpe de gracia a Reyes. Luego de analizar las consecuencias de la operación que implicaba incursionar en territorio ecuatoriano, el Presidente la autorizó y dijo que le haría frente a las consecuencias, pues el objetivo primero era luchar contra el terrorismo. En esa reunión, la tarde del 25 de febrero, el Ministro y los generales diseñaron la operación que debía ser ejecutada en dos fases prácticamente simultáneas: el bombardeo al campamento de Reyes por dos aviones Supertucano de la Fuerza Aérea, y el asalto al mismo por una fuerza élite compuesta de 18 hombres del Comando Jungla de la Policía, 20 soldados de las Fuerzas Especiales del Ejército y ocho especialistas de la Armada que desembarcarían desde helicópteros. El ministro Santos y los generales estuvieron de acuerdo en lanzar la operación desde la base de Tres Esquinas en Caquetá, que aunque estaba más lejos del objetivo garantizaba el sigilo requerido. Después de confirmar que Reyes seguía en el campamento, el presidente Uribe estuvo de acuerdo en ejecutar el ataque en la madrugada del sábado 1º de marzo. Ese día, mientras en Tres Esquinas se ponía en marcha la operación que había sido bautizada con el nombre de Fénix, en Bogotá el general Naranjo se dirigió a la sede de la Dipol para seguir de cerca su desarrollo y en el Ministerio de Defensa, los comandantes de las Fuerzas Militares, general Freddy Padilla; del Ejército, Mario Montoya; de la Armada, almirante Guillermo Barrera, y de la Fuerza Aérea, Jorge Ballesteros, se reunían en el llamado el salón de crisis del Comando General. A las 00:20 a.m. del sábado, los pilotos de los dos aviones recibieron la orden de salir de Tres Esquinas rumbo al objetivo. Cinco minutos más tarde, establecidas las coordenadas del campamento, lanzaron las bombas, guiadas por un sofisticado sistema adaptado a las aeronaves para garantizar la certeza del disparo. A las 12:45 a.m., llegaron los helicópteros con las tropas de asalto que descendieron en sogas hasta el terreno. Tras vencer alguna resistencia en el lugar, militares y policías se dedicaron a buscar el cuerpo de Reyes para sacarlo del lugar. Quince minutos después, el coronel de la Dipol que estaba al mando de la operación comunicó por teléfono al general Naranjo que la misión se había cumplido. "Mi general, ¡viva Colombia, mi general, viva Colombia, tenemos el cadáver, es Raúl Reyes!". REYES, EL INTRANSIGENTE - Desde los años 60 cuando Ciro Trujillo, uno de los fundadores de las Farc, fue abatido en combate con el Ejército, las Farc no habían recibido un golpe tan duro como el de la muerte de Luis Edgar Devia Silva, Raúl Reyes, el pasado 1 de marzo en un ataque al campamento donde estaba instalado en Ecuador. Su muerte tocó el corazón del grupo del guerrillero, de quien era su vocero político, el de los contactos internacionales y el encargado de la estrategia para lograr que, con apoyo de gobiernos como el de Venezuela, les reconocieran a las Farc estatus beligerancia y las sacaran de la lista de los grupos terroristas. Nació en La Plata, Huila, el 30 de septiembre de 1948. Fue líder sindical en Caquetá y concejal de El Doncello. Ingresó a las Farc en 1978, recibió adoctrinamiento político en la antigua Alemania Oriental y en Rusia y luego fue encargado por Jacobo Arenas para que diseñara el Plan estratégico para la toma del poder, tarea que le mereció un puesto en el Secretariado. Allí demostró capacidad de liderazgo y compromiso político, lo que llevó a ser designado como vocero oficial ante los medios de comunicación durante las fallidas conversaciones del Caguán y jefe de la misión de la guerrilla que viajó a varios países de Europa con funcionarios oficiales, como delegado de Tirofijo, su mentor. Inflexible, apegado a la letra de la doctrina, y para algunos, como el comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo, más un obstáculo que un facilitador, fue uno de los responsables del fracaso de los diálogos en el Caguán. "Sus posturas radicales y sus inamovibles, su intransigencia, llevaron las conversaciones al fracaso", asegura uno de los conocedores del proceso. Muerto en su ley, pasa a la historia como un hombre cruel y frío, sobre el que pesaban 217 procesos por crímenes atroces: secuestros, masacres y ataques a poblaciones indefensas.
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