viernes, 14 de marzo de 2008

La balada del café triste

Algún día, más cerca que tarde, los venezolanos tendrán que hacer el balance de lo que han perdido en los últimos nueve años de vida republicana. Que nadie se equivoque: no será tarea fácil. El inventario de lo que se fue, y de lo que tal vez no se recupere fácilmente, nos afectará más de lo que se puede imaginar.Una casualidad ha querido que este cronista se tropiece con un pequeño hecho cotidiano, menor dentro de una realidad más compleja. Una arista que sin embargo es capaz de dibujar a la perfección cierto clima que se ha impuesto en Venezuela y que para muchos resulta tan natural como la velocidad de las nubes.Lo que me interesa describir ocurrió la semana pasada en el café Boston Bakery, ubicado en la avenida Andrés Bello de Los Palos Grandes, en una de las caras laterales del Centro Plaza.Allí llegó una periodista argentina, Mori Ponsowi, que había regresado a Venezuela después de algunos años de ausencia.Interesada en realizar entrevistas con escritores venezolanos, para publicar en medios argentinos, citó a narradores y poetas en dos tardes consecutivas. Por allí circularon nombres imprescindibles del boom que ha convertido el libro venezolano en una mercancía de valor en las manos de los lectores.Antonio López Ortega, Oscar Marcano, Ana Teresa Torres, Rodrigo Blanco, Victoria de Stéfano y Gisela Kosak fueron los narradores consultados. Sonia Chocrón, Beatriz Alicia García, Eleonora Requena, Sara Maneiro y Alexis Romero estuvieron entre los poetas que también asistieron. La conversación giró en torno a literatura y política.Las preguntas de Mori Ponsowi intentaban descifrar cuál era el piso social en Venezuela desde el cual se crea la poesía y toda la literatura. Evidentemente, se tocaron asuntos como el estado de las instituciones culturales y los cambios que se han producido en los últimos años.El clima político del país no fue una sorpresa en la conversación. No debería haberlo sido en un país en donde existe una absoluta libertad de expresión –dicen– y en donde se puede hablar de lo que sea sin miedo –aseguran– a represalias de ninguna clase.La aparición de un fotógrafo, convocado para dejar registro de los encuentros, disparó la irracionalidad en aquella terraza, ubicada en una zona urbana del norte que muchos gustan llamar el Soho capitalino.El día en que se encontraron los narradores no se presentó ninguna novedad, aunque el escritor Rodrigo Blanco sintió cierta tensión en el ambiente."Era como si los empleados no se sintieran cómodos con nuestra presencia".Pero esa tensión estalló al día siguiente, cuando los poetas conversaban con la entrevistadora. El dueño del local llamó a Mori Ponsowi y le pidió que se retiraran. Nadie entendió qué había ocurrido para que los echaran de esa manera.Alexis Romero, poeta, docente universitario y librero de El Templo Interno, en el Centro Plaza, se levantó para averiguar qué había pasado. Le sorprendió el violento lenguaje corporal del propietario, quien respondió que estaba harto de que su café fuera usado por periodistas y fotógrafos para hablar sobre política, o cualquier tema asociado al Gobierno. Que definitivamente no los quería allí."Ayer vinieron también a hablar de eso". Una de las lecciones que deja este incidente, que se disolvió como tantas historias que mueren en una tarde cualquiera, es que hablar de política ciudadana se ha vuelto un tema escandaloso, incómodo y revulsivo en un café capitalino.Aquellas atmósferas que se desarrollaron por años en Sábana Grande, en donde ex guerrilleros, militantes de todos los colores políticos, intelectuales y aventureros de diversa estirpe, discutían de política sin importar a quién se tenía en la mesa de al lado, han pasado a mejor vida. No sólo porque ya Sabana Grande no es lo que era, ni lo volverá a ser. Sino porque el país perdió aquel espíritu que lo hacía ciertamente irresponsable y feliz, indocumentado y libre, impuntual y hermosamente creativo. Ahora los cafés como Boston Bakery sueñan con ciudadanos apolíticos, asépticos y de muchas maneras complacientes.A diferencia de lo que sucede en el cuento de Carson McCullers que le da nombre a esta columna, en donde la llegada del enano jorobado Lymon cambia para siempre la vida del pueblo donde Miss Amelia destila alcohol e introduce la idea del amor en la desolación, nosotros dejamos de ser lo que éramos. Alguien, algún día, nos dirá el tamaño de esa tragedia.

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