sábado, 22 de marzo de 2008

Los verdes y el cambio climático

Por: John Gray - 17/03/2008 - Tribuna - Si alguna vez ha habido un ejemplo de cómo lahumanidad es incapaz de soportar el exceso de realidad, es el debate actual sobre el cambioclimático. Ninguna persona razonable duda ya de que elmundo está calentándose, ni de que ese cambio se debea las acciones humanas. Aparte de un grupo cada vez menor que rechaza los hallazgos inequívocos de laciencia, todo el mundo está de acuerdo en que nosenfrentamos a un reto sin precedentes. A la hora de decidir qué hay que hacer, la mayoría de la gente -incluidos casi todos los ecologistas- rehúyelas incomodidades que acompañan al pensamientorealista. Parece que George Bush ya se ha convencidode que la ciencia del clima no es una conspiración deizquierdas para destruir la economía estadounidense. Sin embargo, tanto él como el resto de nuestros dirigentes políticos siguen insistiendo en que el crecimiento no tiene límites. Mientras adoptemos nuevas tecnologías que se suponen inocuas para elmedio ambiente -como los bio combustibles- , la expansión económica puede seguir como hasta ahora. En el otro extremo del espectro, los verdes tienen la fepuesta en el crecimiento sostenible y las energías renovables. Las raíces de la crisis ambiental, dicen-y aquí están de acuerdo con Bush-, están en nuestra adicción a los combustibles fósiles. Con que pasemos al viento, las olas y la energía solar, todo irá bien. Desde el punto de vista político, Bush y los verdes nopueden estar más alejados; ahora bien, en lo que síestán unidos es en su resistencia a la verdad másfundamental en la crisis del medio ambiente, que es que no puede resolverse sin reducir enormemente nuestro impacto sobre la tierra. Esto significa disminuir la producción de gases de efecto invernadero, pero, en este aspecto, las políticas demoda hasta pueden ser contraproducentes. El paso a los biocombustibles, encabezado por Bush pero en marcha también en varias partes del mundo, significa más destrucción de bosques tropicales, que son un importantísimo regulador natural del clima. Reducirlas emisiones al tiempo que se destruyen losmecanismos naturales de absorción del planeta no esuna solución. Es una receta para el desastre. Las recetas habituales de los verdes no suelen sermucho mejores. Muchas energías renovables no son tan eficientes ni tan inocuas como se dice. Unas granjas de molinos de viento antiestéticas e ineficaces no nos van a permitir renunciar a los combustibles fósiles, y la energía hidroeléctrica a gran escala tiene tremendos costes ambientales. Los métodos orgánicos de producción de alimentos pueden tener beneficios significativos en el sentido de que mejoran el bienestar de los animales y reducen los costes de combustible. Ahora bien, no contribuyen a detener la destrucción de la naturaleza que acompaña a la expansión de la agricultura para alimentar a una población humana cada vez más numerosa. Es decir, las panaceas verdes convencionales no se diferencian tanto de las políticas de Bush. En los dos casos, el resultado no puede ser más que un planeta que habrá perdido su bio diversidad y una humanidad expuesta a un entorno cada vez más hostil. La tecnología, hasta cierto punto, puede sustituir la biosfera destruida, pero, como ocurre con un paciente que vive enchufado a las máquinas, viviremos con los días contados. Un día, la máquina se parará. La incómoda realidad, que ambos lados del debate ambiental ignoran o niegan, es que un estilo de vida tan necesitado de energía como el que se disfruta enlas zonas ricas del mundo no puede ampliarse a una población de 9.000 o 10.000 millones de seres humanos, el nivel previsto en los estudios de la ONU para mediados de siglo. Por lo que respecta a los recursos, los números humanos ya son insostenibles. El calentamiento global es la otra cara de la moneda de la industrializaci n mundial, y las reservas de gasnatural y petróleo que necesita la industria están llegando a su máximo precisamente en un momento en elque su demanda aumenta a toda prisa. Al contrario delo que dicen los verdes, no existe la menor perspectiva de que el mundo vaya a abandonar el uso de los combustibles fósiles. No hay más que preguntar acualquier economista competente, y se verá que, pormás que se extiendan las energías renovables, es imposible satisfacer la demanda de energía que se genera en China e India. Y, de todas formas, ¿acaso alguien cree que los países que están enriqueciéndosegracias a los hidrocarburos -Rusia, Irán, Venezuela y los Estados del Golfo- van a renunciar a ellos? Mientras exista una demanda suficiente de combustiblesfósiles, esos países seguirán extrayéndolos, sean cuales sean las consecuencias para el clima mundial. La única forma de avanzar es disminuir la necesidad de combustibles fósiles y, al mismo tiempo, dado que es imposible renunciar a ellos por completo, hacer que sean más limpios. Eso significa utilizar sin reparos unas tecnologías que muchos ecologistas ven con pavor supersticioso. La energía nuclear tiene los sabidos problemas de la seguridad y el tratamiento de los residuos, y no es, ni mucho menos, una panacea. Sin embargo, su demonización es típica de las peores ideas fantasiosas de los verdes. Aunque la energía solar tiene posibilidades, no hay un tipo único de energía renovable que pueda sustituir a los combustibles sucios del pasado industria l.Si rechazamos la opción nuclear acabaremosinevitablemente volviendo al carbón. Existen nuevas tecnologías que pueden hacer que el carbón sea máslimpio. Pero ésa no es razón para dar la espalda a la e ergía nuclear, que ya está prácticamente libre de emisiones. Lo mismo ocurre con las cosechas transgénicas. La ingeniería genética supone un tipo de intervención humana en procesos naturales cuyos riesgos no se conocen aún del todo. Pero su alternativa es seguir adelante con la agricultura de estilo industrial, cuyos efectos destructivos en la biosfera son muy visibles. Cualquier remedio factible para la crisis del medio ambiente tiene que contar con soluciones de altatecnología. Si se tienen en cuenta las aspiraciones legítimas de las personas que viven en los países envías de desarrollo, las estrategias de alta tecnología son las únicas que disponen de alguna posibilidad de reducir la huella humana. Pero también será necesari oromper el tabú supremo y afrontar la realidad de las presiones de la población. Los activistas verdes, los economistas del libre mercado y los fundamentalistas religiosos pueden darla impresión de no tener mucho en común. No obstante, todos están de acuerdo en que no hay nada que no puedaresolverse con un mejor reparto, un crecimiento másrápido y una transformació n de los valores humanos.En realidad, el eternamente impop ular Malthus seacercaba bastante a la verdad cuando, a finales del siglo XVIII, afirmó que el crecimiento de la población acabaría por superar a la producción de alimentos. Se suponía que la agricultura industrial iba a acabar co nla hambruna. Pero resulta que depende demasiado del petróleo barato, y, c n las tierras que están perdiéndose para otros cultivos como consecuencia del paso a los biocombustibles, están volviendo a aparecerlos límites a la producción de alimentos. Más que centrarnos en programas fantasiosos sobre energías renovables, debemos garantizar métodos anticonceptivos y aborto libres y gratuitos en todas partes. Un mundo con menos gente estaría mucho mejor preparado para abordar el cambio climático que elmundo super poblado al que nos encaminamos.Todavía merece la pena luchar por un mundo habitable y humano. Pero se necesita pensar con realismo, y ése no es el fuerte del movimiento ecologista. Sería irónico que, por culpa de su hostilidad irracional respecto alas soluciones de alta tecnología, los verdes acabaransiendo una amenaza para el planeta equiparable a laque representa George W. Bush. John Gray es filósofo político, profesor del LondonSchool of Economics, autor de Black Mass: apocalypticreligion and the death of utopia [Misa negra: lareligión apocalíptica y la muerte de la utopía].

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