Por. Antonio Cova Maduro - Pocas veces Hugo Chávez había intentado tantas estrategias para ocultar la fetidez que se expande por toda Venezuela, y aún la desborda. Cómo será la noticia que una canadiense, joven recién casada y con un niño, residenciada en uno de esos perdidos pueblos petroleros de la tundra, por Internet nos demandaba hace pocos días, qué era lo que pasaba con el Presidente de Venezuela, "que había dejado podrirse miles de toneladas de alimentos". Atención, amigos bolivarianos de todo pelaje, ya sois famosos ¡hasta en lo más profundo de la tundra canadiense! ¿Sabrán por aquellos lares que el máximo responsable de la catástrofe casi que ha sido candidateado para un Nobel? Que nada haya funcionado para distraer a los venezolanos -y al mundo entero- de las andanzas de Pudreval es un serio indicio de la magnitud de la catástrofe, la peor en los once años que llevamos padeciendo esta pesadilla. Creo, empero, que lo más amenazante para este proyecto suicida que es el "socialismo" chavista, no reside en lo que la mayor parte de la gente ve y lamenta: la corrupción, la ineptitud, el despilfarro obsceno de nuestros magros recursos; no, en eso compiten con grandes posibilidades de éxito otras perlas de la gestión chavista. Pudreval es lo más emblemático del desastre chavista por otras razones, que espero aclarar en las líneas que siguen. Para ello es bueno que volvamos a enero de 2010. Como todos recordarán, en aquel momento Hugo Chávez comunicó al país (¿?) el laberinto cambiario que de allí en adelante regiría. Todo se resumía en una cosa: el reconocimiento formal de la devaluación del bolívar. Había, sin embargo, tal escasez de dólares que quienes lo necesitaban desesperadamente pasaron por alto el continuismo de Cadivi y sus "hazañas"; y algo mucho más grave a mediano plazo: la imparable inflación. En efecto, la población, desasistida como siempre, quedaba a merced de precios "impuestos" por un sistema de cambio totalmente azaroso e irregular. En aquel momento lo que más me impresionó fue el coro de las críticas. Todas ellas insistían en que "el fin real de la devaluación no era otro que proporcionar bolívares en abundancia al Gobierno, para lanzarlos a la calle cuando nos acercáramos a septiembre". Bueno, aquí estamos, y las pruebas de la sequía de bolívares han hecho enmudecer a aquellos profetas. Para mi contentamiento, yo nunca me sumé a ese coro, quizás porque tengo la suerte de confiar abundantemente en la "marca" que el chavismo imprime a todo lo que hace. Y allí está la prueba: salgan a la calle a ver si consiguen la "realazón" que vaticinaban. ¡Ni una locha, compadre! Ahora nos enteramos de que, para ese mismo mes de enero, en las opacas esferas del poder ya se tenía conocimiento de la pudrición y abandono, por las veredas de Venezuela, de toneladas de alimentos importados por la gente del ministro Ramírez. Lo que no parecía atisbarse siquiera era la magnitud del desastre. Quiso el Ángel de la Guarda de Venezuela que, adentrados ya en la campaña, estallara el horror. Y peor, dejó que el diablo soplara en las orejas de los culpables la conseja de que "después de todo, esos alimentos podrían reciclarse", sin pararle al grave riesgo en el que pondrían la salud del pueblo. El dinero se fue por las cañerías del régimen, justo en momentos en que las paralizadas empresas de Guayana piden más y más plata, entre otras cosas para pagar a una vasta masa laboral ociosa que en su ira podría dar al traste con esta gran farsa. El régimen, con Hugo Chávez al infaltable micrófono, quedó incapacitado de lograr la única ventaja que los opositores le conceden: "Traer comida y repuestos de todo tipo, a la carte". Pudreval ha mostrado que no, que eso no es posible y no lo es porque el régimen se amputó cualquier herramienta para hacerlo. ¿O es que no nos hemos dado cuenta de que más se tarda trasladar la mercancía de la rada de los puertos venezolanos a supermercados y ventas al menudeo, que de China a Venezuela? Lo que más angustia a los operadores del régimen es que las matas fueron podadas por donde no se debía. La estructura operativa de Venezuela fue descalabrada y no hay modo de ponerla en pie. Peor, Chávez con su estilo sólo agrava el mal. Es más, mientras más mercancías traigan, será peor. Estamos, pues, en pleno autosuicidio, como en su tiempo dictaminara CAP. Es una clásica maldición de cuento infantil, donde no hay hada madrina que eche una mano, sólo hay el hervor de la ira del pueblo, que muy pronto mandará la tapa al diablo.
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