sábado, 24 de julio de 2010

¿Discusiones bizantinas en Venezuela?


¿Discusiones bizantinas en Venezuela? - Definitivamente, hay cosas en esta vida que no pasan y, cuando creemos que ya han pasado, terminamos por darnos un tortazo en las narices, al comprobar que esas cosas no sólo no han pasado, sino que siguen tan vivas y coleando como siempre. Tal es el caso de las discusiones bizantinas. Estas discusiones, aunque aparecidas en la Bizancio de los primeros siglos de nuestra era, se han inmortalizado en la famosa expresión “discusiones bizantinas”, para significar con ella aquel tipo de discusiones que se caracterizan por su natural estéril e infructuoso para el común de la gente. Largas discusiones que a nadie benefician, en definitiva.
Discusiones bizantinas son las que abundan en Venezuela. Creo que desde hace once años no hay tantas discusiones públicas en Venezuela. El presidente Hugo Chávez no se cansa de originar polémicas de todo tipo, aunque quizá sean los medios de comunicación los que se encarguen de dar a esas diatribas más importancia de lo que en sí tienen. Ya es una idea que poco a poco iré madurando, pero hasta el momento tengo para mí que los grandes aliados de Hugo Chávez son los medios de comunicación, de un bando y de otro, porque aquí en Venezuela ahora tenemos que hablar de “bandos”. Basta que Hugo Chávez salga con uno de sus habituales exabruptos para que los medios nos estén dando la tabarra con lo que dijo y con las reacciones que provocó.
¿Pero a dónde nos han conducido esas polémicas y discusiones bizantinas? A ninguna parte, como no sea a un clima cada vez más polarizado y a la estéril politización de esferas de la vida social que no tienen por qué estar politizadas. Tenemos once años ya en los que en Venezuela se politiza hasta lo más trivial y lo más doméstico. La politiquería (que no la política) y los politiqueros (que no los políticos, porque no hay) en Venezuela ya es rayana en los límites de lo groseramente nauseabundo. Si el venezolano no poseía una conciencia política, creo que después de esto los venezolanos terminaremos por renunciar completamente a todo lo que nos suene a política. No puede ser posible que aquí hasta una ambulancia exhiba la fotografía de Hugo Chávez o de algún gobernador, sea chavista, sea de la oposición. La política parece haberse convertido en este país en el medio más expedito para llenar las exigencias de la megalomanía de muchos acomplejados, a quienes la percepción de inferioridad parece atormentarles hasta los límites de lo indecible.
Ahora la discusión que está en la palestra y en pleno desarrollo la originó el Cardenal Arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino, cuando en unas no tan ingenuas declaraciones afirmó que el proyecto político de Hugo Chávez desembocaría en un modelo político de tipo comunista. Las reacciones de Chávez, que al parecer se sintió muy vulnerado por las declaraciones del prelado, no se hicieron esperar; en plena Asamblea Nacional lanzó, entre otras cosas, el calificativo de “troglodita” a Urosa Savino, aunque es lamentable que alguien le advirtiera a Hugo Chávez que tal calificativo no aplicaba en este caso. Pero así es el presidente: a la hora de insultar no escatima esfuerzo alguno, y no dudo que una de las materias a estudiar en la filosofía política sea el insulto como modo de hacer política.
Y parece que hasta otro prelado, Mario Moronta, se vio salpicado por el discurso presidencial, y lo que quiso ser una gracia resultó una morisqueta. ¡Y qué morisqueta! Porque el mismo Mario Moronta, raudo y veloz, salió a poner los puntos sobre las íes a Hugo Chávez, a quien bien pudo decirle: “No me ayudes tanto, compadre”. Hecho obispo al mismo tiempo que Ubaldo Santana y Diego Padrón, es curioso que Mario Moronta –muy mediático desde sus andanzas episcopales- no luzca en este momento el palio arzobispal, como metropolita de alguna de las ciudades de Venezuela, a diferencia de Santana, que está en Maracaibo, y de Padrón, que parece que está en Cumaná o no sé dónde. Moronta, por el contrario, está en San Cristóbal, lugar poderoso en clero y en piedad de los fieles, pero que no le ha permitido lucir el palio arzobispal tejido con la lana de los corderos que trasquilan el día de Santa Inés (Excéntricos estos curas que lucen estas prendas, ¿no?). No era de extrañarse, pues, que Moronta saliera a poner los correctivos necesarios a las loas que de él hizo el Presidente, acostumbrado a sus típicos maniqueísmos: “Este es bueno”, “Aquel es malo” o viceversa. Bueno, aquello que lo favorece; malo, aquello que no lo favorece. Así son las cosas, que dijera Oscar Yánez. Pero sigamos con las discusiones bizantinas, no vaya a ser que este escrito resulte una disertación bizantina.
Visiblemente afectado en su “dignidad cardenalicia”, Urosa Savino respondió a los insultos de Chávez. Desde ese momento y hasta cuando escribo estas líneas, el asunto parece haberse convertido en un toma y dame tan ridículo que hasta vergüenza ajena quizá produzca a aquellas mentes más preclaras, a quienes no les queda más remedio que calarse tan bochornoso y deprimente espectáculo. Es una lástima que la diplomacia Vaticana (¿O el sentido común?) no le haya enseñado a Urosa que responder a un insulto termina originando un espiral de violencia, en el que las consecuencias suelen ser nefastas, porque un espiral de violencia termina en la muerte. Es una lástima, además, que en Venezuela haya una oposición tan estúpida, que sólo le basta que Chávez insulte a alguien o algo para salir todos a corear “con tal cosa o con tal no te metas”. No me extraña que dentro de poco aparezcan marchas y pancartas con la consigna “Con mi Cardenal no te metas”. Pobres. Pero sí, es una lástima que Urosa Savino no haya recordado que “a quien te abofetee la mejilla derecha, ponle también la izquierda”. O, si no quería pasar por la plaza del tonto, ha debido tener presente que el mayor desprecio es no hacer aprecio, como dice el refrán de la lengua.
De Chávez, por haber llamado “troglodita” a Urosa Savino, no digo nada, por lo dicho anteriormente: Chávez ha hecho del insulto, la descalificación y el asesinato verbal el modo como él hace política. Es una lástima, empero, que no se dé cuenta que la siembra sistemática de odio es cosa que dará muy buenos frutos a su tiempo, en una vorágine que quizá al primero que se trague sea a él mismo. Es una lástima, sí, que Chávez no haya caído en la cuenta que quien siembra vientos, cosecha tempestades y, en su caso particular, me temo que no son vientos los que está sembrando, sino que son huracanes los que lleva sembrando desde que apareció en la arena nacional, a través de dos intentonas golpistas. Cuando las tempestades se desaten, aquí no va a quedar ni el cantador. Y no es que yo quiera ser profeta de desastres. ¡Ni más faltaba! Pero es que no se necesita ser muy avisado para darse cuenta de que esos van a ser los resultados a futuro, porque la siembra de odio siempre germina a su tiempo y nos da lo peor de sus frutos. Que no olvide Chávez a Franco y a Pinochet. ¡Dios nos libre! ¿Pero cómo nos va a librar Dios de eso si no hay quien le diga a Chávez que su mejor acreditación no son los insultos que profiere en contra de sus adversarios, sino las obras que haga a favor del pueblo y para el pueblo? ¡Oh, cuerda de adulantes y lisonjeros que rodean a Hugo Chávez! ¡Qué caro pagarán Ustedes el servilismo que los hace ser y aparecer como despreciables y nauseabundos buscadores de las migajas de los propios beneficios!
Por si fuera poco y como la guinda que faltaba al pastel, también la Asamblea Nacional tomó parte en el asunto, con la pretensión de “evaluar la acción de la Iglesia en Venezuela y en el mundo”. ¿En el mundo? Vaya manera de no mostrar pudor ni recato a la hora de hacer el ridículo. ¿Para eso se les paga a estos funcionarios, para que hagan “evaluaciones” tan pretenciosas como estúpidas e irrelevantes? Que evalúen el papel de la Iglesia, me parece bien; pero que tengan cuidado, que se vayan con cautela, porque muy posiblemente un análisis de la misión de la Iglesia en Venezuela arroje como resultado que la Iglesia llega hasta donde no llega el Estado ni mucho menos el gobierno.
Quizá les haga falta a todos esos diputados un cursito de historia de Venezuela, que los lleve a enterarse de cosas como que fue un obispo de Caracas el que hizo el primer acueducto de la ciudad, y que también fue un obispo el primero en fundar aquí una Universidad… Eso, por mostrar sólo dos cosas; pero ya quisiera yo ver a uno de esos diputados patear un cerro de Caracas como sí lo patean muchas monjitas y muchos curitas que parecen haberse tomado las cosas en serio. ¿Quieren “evaluar” el papel de la Iglesia en Venezuela? Que no evalúen tanto, que quizá no tienen ni la inteligencia ni los medios que les permitan ir más allá del insulto y la descalificación. Es mejor, en todo caso, que le den una patada por el culo al Nuncio Apostólico y que rompan relaciones con el Vaticano. ¿Pero evaluaciones? ¡Qué modos de perder el tiempo! Ah, y que cuando pateen por el culo al Nuncio Apostólico, que también pateen por el culo al Embajador de Estados Unidos y terminen de cerrarle de una vez por todas el grifo del petróleo a los gringos. Un poco de coherencia en los discursos, por favor.
¿Por qué Urosa Savino y Chávez, en vez de andar perdiendo el tiempo en discusiones que a nadie interesan y benefician, no se dedican a hacer lo que deben hacer? Hete ahí la gran pregunta, la pregunta que quizá nadie se hace y que a nadie interesa, pero la pregunta, sin duda, que debe formularse en un contexto como el presente. La hora presente del estado venezolano no es precisamente la más halagüeña en ningún sentido. No digamos la hora presente de la iglesia venezolana, anquilosada como está en unas viejas estructuras que cada vez más la alejan del mundo y de la realidad, de los hombres que todavía esperan de ella una oferta de salvación, un punto de referencia para vivir una experiencia de fe.
Creo que Venezuela está viviendo una de sus horas más aciagas, siendo como es una bomba de tiempo en potencia, habida cuenta el terrible drama de la polarización y la división sin precedentes. A esto, que podríamos llamar “flagelo nacional” (que nos lo digan España y Chile), se suma el rosario de carencias y de miserias que vive nuestro país.
Pero para no ceder a la posibilidad de hacer una letanía de las miserias de nuestro país, quizá sólo deba referirme a una sola: la falta de seguridad. La falta de seguridad alimentaria, manifiesta en nuestra incapacidad de ser autosuficientes en la producción de rubros en los que hasta no hace mucho éramos autosuficientes. La falta de seguridad alimentaria, manifiesta, también, en la desproporción de los ingresos del venezolano y los elevadísimos costos de la cesta alimentaria. La falta de seguridad alimentaria, finalmente, reflejada en los cientos de toneladas de alimentos en estado de descomposición, por los que hasta ahora nadie responde y por los que no creo que alguien llegue a responder. Cabe destacar aquí que una situación de este tipo, en cualquier país medianamente civilizado, hubiera producido la inmediata renuncia del presidente, de su tren de gobierno y la disolución de todos los poderes del estado. Pero no, aquí no. Aquí Chávez decide engarzarse en una diatriba inútil y estéril con un cura.
Vayamos a la seguridad del ciudadano de a pie. Resulta poco menos que escandaloso el amplio dispositivo de “seguridad” de que goza, por ejemplo, el alcalde de una zona periférica de este país. No me refiero al Alcalde de Caracas o de una de las ciudades más grandes del país. Me refiero a un municipio periférico. No me hagan ahondar más, porque no quiero mencionar el caso de Omar Prieto, el alcalde del municipio San Francisco, del Estado Zulia. Pero en general, todos los funcionarios del gobierno gozan de la posibilidad de tener a su disposición verdaderas cuadrillas de funcionarios que los custodian y protegen, como si de ángeles guardianes se tratara. ¿Y nosotros, los venezolanos de a pie que andamos a pie? ¿Los venezolanos que, como quien suscribe, se tienen que mover en transporte público y que tiene que andar trechos largos a pie? Nosotros salimos a pie, encomendándonos a Dios, a la Virgen y a todos los santos del cielo, a ver si corremos con algo de “suerte” y regresamos vivos a nuestros hogares y, en el mejor de los casos, con todas nuestras pertenencias. Todavía no conocemos las “cifras oficiales” del número de muertos que ingresan cada fin de semana en la Morgue de Bello Monte, en Caracas. Quizá nunca lleguemos a conocer esas cifras, porque darlas a conocer sería admitir que somos un país en peor circunstancia que un país en estado de sitio o de guerra declarada. Creo que ni Colombia, con más de cincuenta años de guerra, tiene el número de muertos que tiene el país cada fin de semana. Mientras, Chávez se saca de la manga a un terrorista que sale en un avión y llega a otro en su destino.
¿Por qué en vez de estar perdiendo el tiempo en una pelea con un cura, el presidente de todos los venezolanos (y no sólo de quienes lo apoyan incondicionalmente con una carencia absoluta de espíritu crítico) no se preocupa de darnos la seguridad propia de quienes vivimos en un estado de derecho, encargado de velar por el bien común? ¡Buena pregunta! Ojalá el presidente saque a patadas al Nuncio Apostólico y rompa relaciones con el Vaticano, si eso ayuda a que dé toda la seguridad posible a los venezolanos y haga que nuestra vida sea vida y no un acto de supervivencia.
Y no he mencionado el problema habitacional, el problema de salud, el problema de la seguridad social, el problema laboral, el problema de la economía y la inflación… ¡Tantos problemas! Tantos problemas sin resolver en un país que ha recibido, sólo por razón del petróleo, más de lo que recibieron todos los gobiernos de la IV República.
Si la situación del estado venezolano no es precisamente la ideal, la situación de la Iglesia venezolana parece no aventajarla. A esta conclusión es posible llegar cuando existe la posibilidad de ver el nivel de anquilosamiento en el que se encuentran las instituciones eclesiásticas en Venezuela, capaces sólo de mantener un catolicismo netamente tradicionalista, que todavía no parece estar abierto a las nuevas comprensiones del mundo y de la realidad, a las nuevas interrogantes del hombre que vive y se mueve en un mundo globalizado. Un catolicismo como el de Venezuela, sostenido más por la piedad de un pueblo que sigue creyendo a pesar de los pesares; pero un catolicismo y una piedad popular en la que conviven pacíficamente elementos del cristianismo occidental con los más variados elementos de los diversos cultos afroamericanos. No es extraño, pues, encontrarnos con una persona que considere perfectamente compatible la fe cristiana con el culto a María Lionza o con alguno de los diversos rituales de la santería, tan de moda en nuestro país y que, según dicen las malas lenguas, forma parte de la cotidianidad del Palacio de Miraflores. Mientras la Iglesia Católica en Venezuela no asuma la necesidad de una renovación profunda, que vaya más allá de los meros cambios accesorios y convencionales, los católicos aquí estarán condenados a la eterna minoría de edad de un cristianismo tradicionalista que está muy alejado de la verdadera esencia del cristianismo.
Pero si revisamos la situación del clero, aún admitiendo que son muchos los curas de buena voluntad y que viven en el empeño de la coherencia de vida, no es menos cierto que también son los curas que se tienen que refugiar en la calamitosa situación de una doble vida, de una doble moral. Y todo por el empeño absurdo de mantener instituciones que, como el celibato, carentes de todo posible sentido en un mundo que va estando cada vez más claro en que no existe incompatibilidad alguna entre una entrega absoluta a Dios y a los demás, y la experiencia de amor que un cura pueda vivir. Quizá sea le sea necesario a muchos altos eclesiásticos descubrir que la vida matrimonial y de pareja en general, puede ofrecer a un cura el soporte de una vida centrada y la capacidad de vivir coherentemente. Claro está, que no podemos perder de vista que la abolición del celibato posiblemente resolvería la doble moral de muchos curas, pero añadiría la posibilidad de que existieran curas adúlteros. ¿Habría, entonces, que dar el chance de la poligamia clerical? No sé…
En todo caso, es verdad que la permanencia o no del celibato no depende de Urosa; pero lo que sí depende de él, así como de todos los obispos, es ser más solícitos con sus curas, con sus necesidades, con sus carencias y limitaciones. Cuando tengo noticias de las especiales miserias de un cura, de inmediato pienso: “¿Qué estará viviendo ese pobre hombre que lo impulsó a degradarse como se degradó?” Si la soledad en el ser humano de suyo es un drama, es de suponerse que en un cura lo es más, porque se siente urgido, interpelado, impelido a mantener una imagen, una visión, el “deber ser de un cura”. No es descabellado pensar que, en no pocas ocasiones, a un cura se le exige mucho más de lo que en sí está capacitado para dar.
¿Tiene sentido que estando el país en el estado actual, Chávez se dedique a pelear con un cura? ¿Tiene sentido que estando la Iglesia venezolana como está, Urosa se enfrasque en una pelea que a nadie beneficia? Creo que a Chávez y a Urosa les haría bien pensar que ellos dos, cada uno desde el lugar que les corresponde, están llamados a esforzarse por realizar el bien común. De lo que se trata, en este caso como en tantos otros, es de tener la capacidad de mirar más allá de las propias narices y de darse cuenta que hay un pueblo que está demandando soluciones reales a una cantidad de problemas que lo están ahogando lentamente.
Tomado de: http://soterlogo.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su Comentario