Por: Ernesto García Mac Gregor - garciamacgregor@gmail.com - En las instituciones públicas ya no pueden con los robos cotidianos. Esta desconsiderada actitud de escamoteo tan común en nuestro medio, es más grave que el verdadero robo organizado que plaga a la administración pública. Pero lo peor del caso es que estos rateritos creen que están haciendo una gracia. Se roban un bombillo con lámpara y todo porque les hace falta en su lúgubre hogar. Se llevan el papel higiénico enrollado en la cartera porque en Mercal está muy caro. Se hurtan el detallito bonito que parecía no ser de nadie, porque de todas maneras otro más avispado se lo hubiese llevado. Y es que vivimos en el país de los vivitos donde la astucia sustituye a la moral. Se trata de la festejada chispa criolla, con la cual, quizás podamos gozar de lo lindo, pero como país, no nos llevará a ningún lado. En verdad, lo que necesitamos es gente con más principios y menos adrenalina. Las leyes son diáfanas, y aunque no tienen necesariamente que ser draconianas, tampoco pueden estar condicionadas por la circunstancia. Pero en este país populista, donde no existe el estado de derecho, la permisividad es alarmante. Se permite la violación flagrante de la ley, siempre y cuando prevalezca una supuesta excusa socialista que lo justifique. En cualquier nación civilizada, el ciudadano sabe que si invade un terreno o se roba la electricidad el agua o el gas, irá preso. Pero en este país de los vivitos, los políticos incitaron durante más de 50 años a los marginados a usurpar la propiedad privada y a enchufarse gratis a los servicios públicos al tiempo que les daban láminas de zinc y de cartón como vivienda. ¿Cómo decirle ahora a este 60% de la población que con el Socialismo del siglo XXI esa corrupción se acabó, que ya no habrá invasiones, ni rancherías con nombre de políticos y que la viveza criolla ha sido sustituida por la honorabilidad bolivariana? Qué oiga quien tiene oídos...
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