miércoles, 20 de enero de 2010

Albert Camus: El destino escrito de cada hombre


Por: Jairo Osorio Gómez - Los hombres son las ciudades que habitan. Por eso, no se hizo extraño que Jean Grenier dijera que Albert Camus era un hombre de "temperamento africano". Camus era Argel. El Alger francés que, en su casco histórico de la alcazaba (el casbah en las páginas del escritor), lo declaró la Unesco, en 1992, Patrimonio de la Humanidad. Alger es la segunda ciudad más populosa del Magreb (después de Casablanca). Situada sobre el litoral mediterráneo, se conoce como "Argel la blanca", por el nacarado brillante de sus edificios vistos desde el mar. En su momento de esplendor fue considerada una de las metrópolis árabes más románticas. Levantada sobre las ruinas de una villa romana, a mediados del siglo XVI fue un refugio de piratas que asaltaban a los mercaderes de entonces, y a los barcos militares españoles y británicos. Desde 1830 estuvo ocupada por Francia, que la hizo su colonia hasta 1962, año de la independencia de Argelia. Tras el desembarco aliado, en 1943, Alger sirvió de cuartel al general Charles de Gaulle durante la Segunda Guerra Mundial. Su población es un crisol de moros expulsados de España, esclavos cristianos y renegados, y aventureros de todos los calibres. Desde Alger podría verse la cara inferior de Europa que se vuelca sobre el Mediterráneo. Vibrante, como toda ciudad costera, su posición en todo el centro del mar es privilegiada. Quizá, por esto mismo, por la ciudad en la que se vive, también es por lo que el Premio Nobel escribió que "la vida de un hombre es más interesante que sus obras. Forma un todo obstinado y tenso. La unidad de espíritu reina en ella", diría. [Carnets II. Lottman: 9]1. No cabe duda. I La "obra" del biógrafo nunca sustituye a la verdadera obra del autor. Ésta es única. Por eso, siempre es mejor obligarse con la publicación de las propias líneas, con los textos del personaje. Aquellos hablan por él. Los demás, apenas interpretamos, descaradamente. Y esa intención, por cerca que se esté del autor o por los afectos con que lo hayamos abordado, jamás reemplazará los verdaderos ánimos de quien se jugó su vida como autor. Lottman lo admite, gráficamente, en su prólogo al libro Albert Camus: "La biografía de un escritor puede parecerse, a veces, a un banquete en el que el invitado de honor estuviese ausente". [1994: 12]. Todos los jóvenes de mi generación, en cualquier caso, nos sentíamos el señor Rick (Humprey Bogart), en Casablanca, o Meursault (Camus) en El Extranjero: duros de alma y desganados de emociones. (Curiosamente, las dos obras son de 1942). Y ese sentimiento de adolescente era el mejor homenaje que se le podía hacer a otro hombre, a un autor. Todos, de niños, fuimos Camus. Fuimos Camus pobres. Enfermos. Limitados, sin saberlo. "La enfermedad para un pobre es el equivalente a un viaje", diría su mentor Jean Grenier, que conoció de su tuberculosis. [1994: 67]. Nosotros, sus lectores de entonces, vivíamos viajando, si nos atenemos a la sentencia de Grenier. De lo necesitados y dolientes que también éramos. Criado en casa de su abuela y su madre, en Belcourt, barrio de obreros en Argel, Camus declamaba poemas en la playa del Arsenal, con un guijarro en la boca, como había oído decir que lo hacía Demóstenes. [1994: 35]. Esa pobreza era el otro elemento de identificación entre el escritor y nuestro propio destino de muchachos de suburbio. La infancia de Camus transcurrió en la calle Lyon: la arteria principal de Argel, en donde se situaba "el piso" de los Camus-Sintes (apellido portugués-español). Lyon, además, era la carretera nacional de aquella ciudad reinante sobre el Mediterráneo. (La número 8 en la clásica Guía Michelin de los viajeros universales). Fuera de la felicidad del mar, su niñez estuvo marcada por la ausencia de ternura, además de la de su padre, fallecido en la primera conflagración mundial. En uno de sus libros lo escribe, refiriéndose al personaje que tal vez sea él mismo: "Nunca lo ha acariciado" [El derecho y el revés. 1994: 35]. La confesión es evidente. De allí proviene, quizá, ese rostro siempre duro que le imputaban quienes lo conocían. Aun así, los amigos siempre le encontraron elegante desde los diez años, a pesar de la pobreza. En su diario escribiría luego: "Yo me apego al mundo con todos mis gestos, a los hombres con todo mi agradecimiento" [1994: 143]. Su carácter mediterráneo, impetuoso con las nuevas conquistas, pero "edípico" con las esposas o madres, hizo que su comportamiento se juzgara como una expresión de profunda misoginia, y no como un legado de aquel pretérito de estrecheces en la infancia y la adolescencia. [1994: 157]. Más tarde, de adulto, haría del lugar que compartió con sus amigos, y al que llamaron "La casa-ante-el-mundo", en una colina sobre Argel, un sucedáneo de aquello de lo que careció en su niñez: un hogar. "La casa-ante-el-mundo" no es una casa donde uno se divierte, sino una casa donde se es feliz, escribiría Camus en una de sus obras: La muerte feliz [1994: 155]. Huérfano desde la Primera Guerra Mundial, Camus es el ejemplo que ilustra "la idea de Europa" de George Steiner: un hombre que vive para la solidificación del espíritu y el cultivo de un alma bondadosa. "La realización de la sabiduría, la búsqueda del conocimiento desinteresado, la creación de la belleza" [George Steiner. La idea de Europa. México: FCE y Siruela, 2006]. Camus mismo lo escribió en su diario: "Toda vida dirigida hacia el dinero es una muerte" [1994: 333]. En su juventud, y los años de su adultez, los vive Camus en la más absoluta austeridad. Del sueldo del ejercicio del periodismo, dirigiendo grupos de teatro aficionados, del aporte de sus amigos, durante la guerra, del adelanto de las obras que está escribiendo, gracias a la generosidad de la familia Gallimard. Los días de mal comer en Orán (dieciocho meses con su segunda mujer, Francine, enero de 1941 a agosto de 1942), son apenas eslabones de la cadena larga del transcurrir ordinario del escritor auténtico. En aquella ciudad trataría de vender antigüedades y baratillos, para sobrevivir dignamente. [1994: 288]. Camus tuvo todos los motivos para ser un hombre amargado. No lo fue. Se contentó con ejercer el escepticismo. II. Albert Camus nació al empezar la Primera Guerra Mundial: en Mondovi (Argelia, 1913). Criado entre las dos grandes disputas, ejerció el periodismo, buena parte entre las barricadas, primero en su tierra natal, y luego clandestino en una Francia invadida por los nazis. Sin embargo, obraba con desgano, con la conciencia de lo que significaban para él los hombres: un desencanto total. Lo anotó, incluso, en su diario: "Aquel que desespera de los acontecimientos es un cobarde, pero aquel que tiene esperanza en la condición humana es un loco". [1994: 343]. Narrador, dramaturgo, ensayista, periodista: una figura que se agiganta con el tiempo. Amó el oficio del teatro tanto como el del escritor. Su obra es considerada más profunda que extensa, pues su vida fue corta, demasiado corta. El fútbol y el mar, con toda la luminosidad del Mediterráneo, fueron sus pasiones más económicas. Premio Nobel de Literatura en 1957 ("He aquí una de las raras voces literarias que ha emergido del caos de la posguerra con el tono armonioso y medido del humanismo", proclamó el editorialista del New York Times), Camus es considerado uno de los escritores más importantes del siglo XX. Su cuna y crianza distinguidas por la pobreza, no le impidieron forjarse como grande. En alguno de sus primeros ensayos diría: "[...] me vi colocado a mitad del camino entre la miseria y el sol. La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo. [...] En todas las circunstancias el apacible calor que reinaba en mi niñez me privó de todo resentimiento". [El revés y el derecho: 1958]. En 1940 formó parte de la redacción del periódico París-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa, "la batalla de las sombras", como la nombrara. De 1945 a 1947 dirigió Combat, la mítica publicación encubierta que alentó, antes, la ilusión de libertad de los franceses durante la ocupación alemana. Por ese ejercicio de periodismo libertario, muchos de sus amigos murieron sacrificados. De su obra narrativa se destaca El extranjero (1942), su primera novela y posiblemente la más difundida, incluso llevada al cine. Algunos la consideran punto de arranque del pensamiento existencialista, en boga en la Europa de la primera mitad del siglo XX. Calígula (1945), considerado por los expertos como uno de los grandes libros de la literatura universal sobre el poder y los efectos corruptores de la ambición desmesurada. Muestra la débil frontera entre el exceso de poder y la tiranía. "Los hombres se juzgan por el uso que hacen de su poder. Es notable que las almas inferiores siempre tienen tendencia a abusar de las parcelas de poder que el azar o la estupidez les han confiado": Calígula-Camus. [Lottman: 260]. La peste (1947), tan difundida como la anterior. Escrita en el período de Orán, "una ciudad mediterránea, magnífica, descuidada, sirve de plataforma para todos los miserables convoyes de la esperanza". Población azotada por la peste, aislada del resto, en cuarentena, como modelo de la situación del mundo, tal y como Camus lo vivía en los primeros duros años de la Segunda Guerra Mundial: la ocupación, la infección de la ideología nazi. Para Camus la enfermedad era absolutamente mala, como el totalitarismo. "Para la peste no hay inocentes, todos somos culpables y estamos condenados". [Lottman: 304]. Otras obras narrativas de Camus son La caída (1956), El exilio y el reino (1957). Para teatro dejó El malentendido (1944), Estado de sitio (1948), Los justos (1950). Oficiante del periodismo, "el oficio más lindo del mundo", dijo, Camus dejó ensayos de excelente factura y argumentos esenciales: Anverso y reverso (1937), El mito de Sísifo (1942), Cartas a un amigo alemán (1943 - 1944), Moral y política (1950), y El hombre rebelde (1951). En 1994 se publicó la novela inconclusa en la que trabajaba cuando el pesar de su muerte: El primer hombre. Influido por el existencialismo, en sus obras se ocupó de la ética, la justicia, la política, el poder, la humanidad. En su pensamiento influyeron Kafka, Dostoevsky, Heidegger, Kierkegaard, Herman Melville, Nietzsche, Sartre. La Resistencia francesa, el movimiento libertario de los estudiantes anarquistas franceses, las luchas que socavaron el poder colonial de Europa sobre África, en particular de su patria Argelia, bebieron de su fuente. "[...] Jean-Paul Sartre recordó la magia de esta época en una descripción de Camus que se cita con frecuencia: ‘la admirable conjunción de una persona, de una acción y de una obra'. Nadie parecía encarnar mejor la esperanza de la joven Francia y del mundo". Camus "no eludió ningún combate -tras haber sido uno de los primeros en protestar contra las desigualdades que afectaban a los musulmanes del Norte de África, fue el amigo caritativo de los exiliados españoles antifascistas, de las víctimas del estalinismo, de los jóvenes rebeldes, de los objetores de conciencia-. Al otorgarle el premio Nobel, la Academia sueca lo citó como uno de los escritores más comprometidos de entre los que se oponían al totalitarismo". Desde la Biblioteca recogió de su libro Verano, un corto relato titulado "Pequeña guía para ciudades sin pasado". Argel y Orán, dos ciudades costeras, distantes unos 430 kilómetros. La primera, con atributos culturales, fue la ciudad de crianza y estudio; la segunda, con relativa prosperidad económica, fue la ciudad de sus afectos (de allí fue su segunda esposa y madre de sus dos hijos). Escribió en ella, La peste, una de sus novelas más leídas y vigentes. Alger y Orán: ciudades de las que deriva su pasión por el mar, los espacios abiertos, la luz deslumbrante del norte del África, en donde también Paul Bowles encontró la fuerza que hizo singular y grandioso su estilo literario. De Orán, el vergel y la bodega de Argelia, gracias a la riqueza de su terreno y a la abundancia de su agua, diría: "¿Qué hace que uno se apegue y se interese por algo que no tiene nada qué ofrecer? ¿Cuáles son las seducciones de ese vacío, de esa fealdad, de ese tedio bajo un cielo implacable y magnífico? Puedo responder: la criatura. Para cierta raza de hombres, la criatura, allá donde es bella, es una patria con mil capitales. Orán es una de ellas". Lottman reiteraría en su Biografía: "Orán ofrece la prueba de que hay en los hombres algo más fuerte que sus obras". [Lottman: 287]. De El extranjero, el Boletín incluye el capítulo VI (y último) de la primera parte. Resume todos los elementos básicos del relato y muchas pistas para buscar el desarrollo y desenlace del resto de esa novela de iniciación, "espléndidamente narrada, que parece musitarnos a través de su negrura, que vale la pena vivir, aunque la vida no tenga sentido". De sus ensayos de mocedad, incluimos los dos textos de cierre del volumen que publicara con el título El revés y el derecho, en 1937, y que aceptara reeditar en 1958, el año siguiente a su distinción como Premio Nobel de Literatura. Tampoco pudo faltar, por su fuerza y dignidad sincera, el discurso pronunciado por Camus, en su momento gloria: la aceptación del premio Nobel de Literatura. De la biografía de Herbert Lottman, seleccionamos el capítulo XXXVIII, Villeblevin, que narra con dolor, pero con maestría, esa triste jornada de su viaje desde Lourmarin, su último lugar de residencia, en el coche de los Gallimard: 755 kilómetros que los separaban de París, los que finalmente no pudieron hacer. La sección habitual, Para aprender a escribir, destaca tres textos cortos de periodismo crítico, que hacen parte del volumen Moral y política [1944 - 1948, pp. 19 - 25]. La selección de los textos y el aporte de algunas de las notas para la introducción, son de la colega editora Ana Agudelo de Marín. A ella debemos esta memoria oportuna. III. Albert Camus murió trágicamente el 4 de enero de 1960. Pereció en Villeblevin (Francia), en un accidente de tránsito, donde también falleció su amigo Michel Gallimard. La vida le quedó debiendo tiempo. En 2010 se cumplen cincuenta años de la ausencia del hombre que más se merecía ese vocativo. Buen momento para recordar, y divulgar entre los jóvenes, la creación de un escritor inmenso que vivió para ennoblecer el oficio de escribir, no sólo por sus líneas, sino por su compromiso con la humanidad. Albert Camus murió joven. Tal vez sea cierto que el destino está escrito para cada hombre, sobre todo para quien lo afronta intensamente, con sinceridad y perplejidad. Él fue uno de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su Comentario