Por: Eduardo Ulibarri - ¿Qué hay detrás de la “base de paz” establecida el 29 de setiembre en Costa Rica, por inspiración sublime de Hugo Chávez para combatir el perverso “imperio” yanqui? De manera visible, una dosis (ya casi vencida) de descoloridos marxistas locales, más representantes de la empresa Alunasa y los embajadores aquí de países del Alba. Como correspondía, los encabezó el venezolano Nelson Pineda. Siempre locuaz, reveló que “algunos costarricenses” le han confesado su deseo de tener un Hugo Chávez en el país. Lástima que calló quién podría ser el heroico clon. Si hasta aquí llegara todo, estaríamos ante un hecho intervencionista –que sin duda es–, pero limitado al espacio nacional. Sin embargo, en su trasfondo hay mucho más: no solo otras “bases” en Venezuela, Nicaragua, Cuba y México, sino varios de los componentes que sustentan la estrategia de influencia venezolana en nuestro hemisferio. Cuatro pilares. Se trata de un esquema que descansa en cuatro pilares: las relaciones oficiales, el apoyo a grupos informales, las extensiones de brazos militares y el financiamiento otorgado por sus empresas estatales. La diplomacia “de Estado” es la faceta más legítima y normal, con los usuales vínculos bilaterales y participación en organismos multilaterales (la OEA, el Grupo de Río o Unasur, por ejemplo), donde la pluralidad impera y existen reglas que respetar. Sin embargo, aun en este ámbito son frecuentes los desbordes e intentos manipuladores, como las declaraciones y actividades del embajador Pineda, y los esfuerzos constantes por encaminar la acción multilateral al servicio del chavismo. En el otro extremo de los vínculos oficiales está la Alianza Bolivariana de las Américas (Alba), una clara plataforma política, ideológica y económica, creada por Venezuela y Cuba en diciembre de 2004, a la que se han sumado Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas, y Dominica. Honduras, que entró el 9 de octubre del pasado año, salió tras la expulsión del presidente Manuel Zelaya. El Alba es el espolón de proa de la diplomacia militante; el sanctasanctórum del neopopulismo izquierdista hemisférico, del cual Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa son sus principales oficiantes. Petróleo y lealtad. Entre los dos extremos de la dimensión oficial o “de Estado”, sin exigencias ideológicas precisas, pero con gran influencia económica, está Petrocaribe. Además de los miembros del Alba, la integran las Bahamas, Belice, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Jamaica, República Dominicana, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía y Surinam . Costa Rica ha solicitado su ingreso, pero aún no ha sido admitida, y Honduras está suspendida. Su esquema de financiamiento “blando” del petróleo es un socorrido recurso para que los países miembros enfrenten problemas de liquidez financiera, causados por el incremento en los precios del crudo. Uno de sus efectos colaterales, sin embargo, es la acumulación de cuantiosas deudas. Pero existe otro “estímulo” que, aunque inconfesable, resulta muy eficaz: los escasos controles de Petrocaribe sobre el uso transparente de sus recursos abren un portillo para que gobernantes venales los utilicen en negocios propios, o de sus allegados. Es un recurso a menudo mucho más eficaz que los arrestos ideológicos para ganar lealtades. Daniel Ortega y su familia son el mejor ejemplo. De paso, Petrocaribe suma votos pro Chávez en la OEA y otras entidades. El apoyo a grupos informales, segunda pata del banco, proviene, sobre todo, del Congreso Bolivariano de los Pueblos. A él pertenecen organizaciones y partidos apoyados o financiados por Venezuela, en cuya lista, aunque ya nadie sepa de su existencia aquí, está Vanguardia Popular. La acción del Congreso y sus entes afines son el crisol de las “casas bolivarianas”, algunas “misiones” y, ahora, las “bases de paz”, a las que el embajador Pineda definió como parte de la diplomacia “de pueblo”, para contraponerla a la estatal. Armas y dinero. Como recurso extremo en la estrategia de influencia venezolana funcionan su armamentismo creciente, sus turbias alianzas con Irán, Libia o Siria, y el apoyo intermitente a grupos armados, como las FARC en Colombia. En respaldo de las tres dimensiones anteriores acuden las empresas estatales venezolanas, principalmente la gigante petrolera PDVSA, pero también otras de menor calado, como Alunasa en Costa Rica, ajenas a los controles públicos. La posibilidad de canalizar fondos desde sus balances internos, no del presupuesto nacional, diluye algunas connotaciones intervencionistas. La suma de estas modalidades de influencia da como resultado una estructura de círculos concéntricos, capaz de adaptarse a distintas oportunidades, situaciones y objetivos. A veces la acción es abierta; otras, solapada, pero la dirección estratégica es una: valerse de todas las opciones posibles –incluyendo la actitud pusilánime de otros gobiernos– para impulsar el modelo de populismo autoritario representado por Chávez. La “base de paz” afincada en Costa Rica se inserta claramente en esta lógica.
http://www.nacion. com/ln_ee/ 2009/octubre/ 20/opinion212928 9.html
http://www.nacion. com/ln_ee/ 2009/octubre/ 20/opinion212928 9.html
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