jueves, 29 de octubre de 2009

Después de 4 dìas en Bogotá


Por: Macky Arenas - Después de 4 dìas en Bogotá se regresa uno con la sensaciòn de que la interacciòn de las comunicaciones opera como esa gotica de agua que no moja pero empapa. La gente està informada, conoce todo acerca del vecino, se forma criterios sòlidos y encuba sus rencores y sus amores. Lo que acontece en Venezuela lo barajan con maestría sinigual, no importa si se trata de un profesor o de un buhonero. No importa si les gusta Uribe o si quisieran verlo desistir de la reelecciòn. No importa si admiran el Transmilenio o si le escriben al alcalde exigiendo màs buses. No importa si degustan un ajiaco o si se contentan con una bolsita de Achiras. Todos, absolutamente todos son detractores de Chávez. Todos, absolutamente todos, así no les moleste su "loca del turbante" ( que igual llaman a la Còrdoba), son detractores del presidente venezolano, a quien consideran una especie de orate que todavìa manda por obra y gracia de nuestra màs primitiva, permisiva y acomodaticia indolencia. Pèsimo ambiente el de Chávez en Bogotà. Hasta un idiota lo percibirìa de inmediato. Pero no estàbamos allì por eso. No fuimos a indagar què piensan los colombianos de los venezolanos, ni tampoco a encuestar a todo el que nos pasara por delante. Nada que ver. Màs bien querìamos obviar las inevitables tenidas donde siempre salimos abochornados luego de la consabida interrogante "¿De dònde carrizo lo sacaron?". Pero el acento nos traiciona y de todas maneras se termina aterrizando en el tema polìtico, so pena de resultar descortèses. La gente opina sin dar tregua ni esperar luz verde para hacerlo. "Aquì en Colombia, ¿comunismo? ¡Ni de casualidad! Este taxi es mìo y el que pretenda quitàrmelo no vivirà para contarlo", y la determinaciòn salìa por las pupilas encendidas de aquèl conductor que pasaba al menos diez veces al dìa frente al palacio de Nariño llevando y trayendo gente. Lo decìa casi a gritos, como si quisiera que escucharan hasta las ànimas del recinto presidencial...porsia. Fuimos a un homenaje que se brindaba al cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara al cumplirse dos años de su fallecimiento. Fue sentido, lleno de admiraciòn, sobrio como a èl le habrìa gustado, muy concurrido y lleno de detalles. Había allì amor por su recuerdo, lo cual nos reivindicaba un poco de la pena ajena que siempre nos acompaña, a causa del chabacano y atrabiliario règimen que aùn nos retrata ante el mundo. Habìa respeto por el religioso venezolano, gratitud para quien fuera incansable divulgador de las bondades de ese pueblo, y tambièn reconocimiento para el compañero, hermano y colega que compartiò ocho años de estudios, trabajo e ideales de salesiano ejemplar. Sin duda que el contraste era muy marcado. En el territorio contiguo, un presidente vociferante, lleno de dinero y ebrio de poder que no soportarìa escuchar lo que escuchamos que el pueblo colombiano opina sobre èl. Vano aspirante al liderazgo de la Amèrica completa. En Bogotà, el hermoso homenaje a un venezolano cabal quien, aunque ausente por màs de medio siglo, merece para los colombianos el màs honorable y cariñoso de los recuerdos. Un hombre de la Iglesia que dejò entre ellos el testimonio de su sencillez, de su honradez y de su entrega. Su causa era tan noble que no requiriò de una espada que asolara los caminos continentales, sino màs bien de su palabra orientadora y su sonrisa inolvidable. Aquèl representa para los colombianos la amenaza, la verguenza, la Venezuela irreconocible. El otro, la patria vecina de siempre, ancha y generosa, hermosa de alma, ganada para la esperanza, el amigo por recuperar, la que fue, està allì y nunca se irà porque es la Venezuela de verdad, la que anida en el corazòn de nuestras gentes y se muestra, respirando aùn, a travès de vidas heròicas y brillantes como la del homenajeado cardenal venezolano. No se por qué recordamos, a lo largo de nuestras kilomètricas y a veces solitarias caminatas por las calles bogotanas, aquella terrible sentencia contenida en el salmo: "No toquèis a mis ungidos". Como escribe un sacerdote español en sus memorias de exorcista "eso me ha hecho entender que el Altìsimo es comprensivo con los pecados de la carne, con las debilidades, con la fragilidad; pero que nunca deja sin verguenza los pecados de la blasfemia, ni aquellos que se cometen contra sus ministros sagrados. Quien ataque a los ministros de Dios, incluso aunque fueran ministros indignos, tendrà que ver còmo el Altísimo le pide cuentas en el màs allà y tambièn aquì en la tierra". El mal ambiente colombiano pareciera ser solamente un escalofriante presagio.-

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