sábado, 13 de diciembre de 2008

Distanciándonos del capital social

Por: Manuel Barreto H. - Tras una década en la que el régimen ha venido introduciéndose en todos los ámbitos de la vida del ciudadano, empieza a surgir ahora un sentimiento real de rechazo, de cansancio ante la desesperanza prolongada, una mentalidad de "descubrimiento" de las posibilidades de la llamada sociedad atenta, o bien comunidad activa (al menos en lo teórico) para la realización de muchas de las tareas que hoy tiene acaparadas el Estado. De todos es conocido, pero siempre hay que recalcarlo: una dirigencia adulante y complaciente se encaramó al poder impidiendo con sus reglas de juego la participación activa de la sociedad en el control de la gestión pública. Esto no quita que se mantenga una tensión exigente para que sea el Estado el que llegue incluso a facilitar el llamado bienestar -que se va postergando- pero sí hay una nueva conciencia, de que existen muchos espacios en las que su actuación no ha producido más que ineficiencias, o en las que, simplemente, no ha estado a la altura de las circunstancias... Y eso con un barril de petróleo promediando los 100 dólares. Se ha dado una ruptura del tejido social, y se han configurado redes clientelísticas, que conviven y a veces suplantan a las auténticas asociaciones que promueven el bien común. La ciudadanía se ha debilitado y tiende a reaccionar puntualmente, pero no logra organizarse para hacer frente a los desafíos y nuevos problemas que se presentan. A saber, nos distanciamos de acumular capital social. El régimen ha hecho suya una imagen de la sociedad y del mundo, y pretende, por cualquier medio, imponerla a todo el país. Las otras visiones del mundo deben desaparecer, pues se consideran burguesas, oligárquicas o imperialistas. Las bases de este neo-totalitarismo se sustentan en el sistema educativo, despojado ya de toda libertad, y el llamado "Poder Popular", que no es otra cosa que la constitución de estructuras destinadas a imponer sobre cada ciudadano y cada familia la ideología del régimen, en cada esquina, en cada barrio, en cada calle; con la intimidación, el adoctrinamiento, la vigilancia y la delación como instrumentos.Como aparente contradicción se observa en buena parte de la sociedad una gran apatía y una ausencia de grupos intermedios lo suficientemente vigorosos como para poder ir asumiendo esta labor que nunca les debió ser arrebatada. No sólo se evidencia la falta de dichas instituciones, sino que, a veces, se tiene el riesgo de caer en desazón al ni siquiera detectar personas que quisiesen o pudiesen crearlos. Se observa una patológica falta de liderazgo y de interés para afrontar los nuevos retos, para vencer la indiferencia que tanto daño hace al dinamismo propio de lo social. Da la impresión de que en gran medida el ciudadano de hoy sólo es capaz de esforzarse en proyectos sociales que le reporten beneficios económicos. Se ha perdido esta pasión activa por los problemas del momento, problemas que ya no forman parte ni siquiera de las tertulias de las panaderías, las ágoras del siglo XXI.En la acera del régimen han fracasado las ideas, pero se mantiene el daño que sembraron en los corazones de los ciudadanos, los cuales en muchos casos se han formado durante años en el odio, el egoísmo o la mentira. En tanto que en la acera opositora uno de los errores más graves que ha ido infiltrándose poco a poco en la mentalidad de los denominados "ciudadanos de a pie" en esta cuestión, ha sido la de que no había una forma propia de entender la política por parte de éstos, de que sociedad civil y política no se hablan con la sinceridad requerida en estos cruciales momentos. Cada vez que algún silvestre ciudadano intenta entrar en la vida pública como debe ser, se convierte automáticamente en sospechoso de "corrupto-populista", de querer mezclar ambas cosas, sufriendo el abandono incluso por parte de aquellos que aparentemente debían ser sus aliados naturales, llegando a producirse lo denominado "aislamiento de los suyos". Sin embargo, experiencias, urgencia y buena voluntad no faltan, pero es necesario que estos ingredientes -a los cuales es menester incorporar el compromiso- se concreten en nuevos impulsos y actuaciones... ya que el tiempo apremia.Se requieren políticos que sea capaces no sólo de enfrentar con determinación y coraje a la prepotencia totalitaria del régimen, sino capaces también de mover las voluntades. Se necesitan políticos que conozcan los problemas y que los sientan como suyos, porque son suyos. Que ese compadecerse sea auténticamente "padecer con", y no cuestión de simple filantropía del momento. Y que tengan siempre presente que cuando la mentira llega a convertirse en un concepto de confrontación política, como en la pasada campaña electoral, es más difícil todavía saber hacia dónde mirar para decidir. Ojo, ahora no hay lugar para equivocaciones.

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