ENTREVISTA: Michelle Bachelet - "Todo mi dolor se transformó en otra fuerza" - GABRIELA CAÑAS 29/06/2008 Comentarios - 34 -
La presidenta de Chile es uno de los líderes más valorados del mundo. Hija de un militar asesinado por los golpistas, la historia de esta ?mujer, separada, socialista y agnóstica? conmueve. La resiliencia es, según los expertos en psicología, la capacidad de algunos sujetos para sobreponerse a tragedias o periodos de dolor emocional. Si esa resiliencia es la adecuada, entonces el sujeto puede resultar incluso fortalecido a causa de los contratiempos. Michelle Bachelet se considera a sí misma una persona "resilente" con un instinto constructivo que le nace de forma natural, y ése puede ser, quizá, su gran secreto. Su secreto a voces. Hija de un militar víctima de sus propios compañeros de milicia, la dramática historia de Michelle Bachelet la hermana con la de miles de sus compatriotas, víctimas a su vez de un cruento golpe de Estado y de una dictadura cruel e implacable. Ella misma, junto a su madre, sufrió el cautiverio, unas torturas que siempre ha minimizado y, finalmente, el exilio. Pero con la democracia que ella ayudó a restaurar, la socialista Michelle Bachelet acabó convirtiéndose en ministra de Salud primero y ministra de Defensa después. Jefa suprema, en fin, de esa institución que tanto dolor infligió a su vida y a la de su propio país; de una institución que ella aprecia en lo más íntimo. Presidenta de la República desde enero de 2006, Michelle Bachelet es hoy uno de los líderes más conocidos y valorados del mundo. La revista Time la incluyó recientemente en el listado de los 100 personajes más influyentes del planeta. En Chile, sin embargo, su liderazgo parece estar en horas bajas. Y ello a pesar de que todos los analistas internacionales coinciden en seguir señalando a Chile como el país más exitoso de América Latina por su crecimiento económico, por sus políticas sociales y su estabilidad financiera. Los transportistas están en huelga y los estudiantes se manifiestan en las calles. La coalición a la que pertenece (la Concertación de Partidos por la Democracia) parece romperse. Concurrirá con candidaturas separadas a las próximas municipales por vez primera. Bachelet, a la que los analistas locales acusan de tardar demasiado tiempo en tomar decisiones, se ha hecho una foto con todos los presidentes de la coalición (Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos) para llamar a la unidad. "Inédito", critican. "Claro síntoma de debilidad". La entrevista (pospuesta para un día después a causa de la crisis política local) tiene lugar en un suntuoso salón del palacio de la Moneda contiguo a su despacho, del que emerge con su cálida sonrisa y ese flequillo que le otorga un cierto aire de niña. Se deshace en disculpas por la espera (en realidad sólo ha sido de media hora), dice que lee todos los días EL PAÍS por Internet y rompe el hielo con una charla informal que facilita el encuentro. Veo su retrato oficial en este palacio, vestida con chaqueta blanca entallada y la banda de Chile cruzada en su pecho, y me parece estar viendo la imagen de un militar. No, no. Lo de la banda forma parte de las tradiciones republicanas de Chile, y el vestido es verdad que lleva unos botones que pudieran parecer [se ríe]. Pero no. Simplemente era un estilo que estaba de moda cuando asumí el cargo y era elegantito. Se lo digo porque hay una parte de su biografía que se ha destacado poco y me ha llamado la atención: su curso de estrategia militar aquí en Chile y el de posgrado en defensa continental en Fort Leslie McNair (Washington) a mediados de los noventa. Lo hice porque consideré que uno de los problemas que tuvimos en Chile era una falta de diálogo entre el mundo de la política y el mundo militar. Mi gran preocupación era cómo lograr no repetir una tragedia como la que habíamos pasado [el golpe de Estado y la dictadura de Augusto Pinochet entre 1973 y 1990]. Yo creía que en el mundo de la política y de la izquierda había que entender que las Fuerzas Armadas eran parte constitutiva del Estado y que teníamos que generar confianza entre ambos mundos, dejando atrás los prejuicios, para asentar las bases de la democracia. Porque la democracia es algo mucho más que la mera elección de los representantes. Lo importante y lo difícil es aprender a convivir con un espíritu de amistad cívica. Ése es el sentido de mi acercamiento a lo militar en plena transición política. Pensaba que era un mecanismo de defensa; salvando todas las distancias, como el indígena americano que aprende el español, la lengua de los conquistadores, para combatirlos mejor. No, porque ya estábamos en democracia. Era una manera de explorar cómo construir una sociedad sana y democrática y no reproducir los errores del pasado. Me parecía, además, que desde la izquierda no le habíamos dado el valor suficiente al mundo militar, como tampoco a la seguridad ciudadana. ¿Es la militar una institución que usted quiere especialmente, a pesar de todo lo ocurrido? Lo sentí que a través de mi historia podía tender puentes entre los dos mundos. Mi acercamiento fue genérico, pero tuvo consecuencias en lo personal. Recuperé los afectos y descubrí que muchas de las cosas que yo había vivido ahí tenían que ver con mi carácter, con mi forma de ver las cosas. Mi padre era un hombre muy excepcional, un hombre muy recto, con gran sentido del deber y gran amor al país, a la patria. Es mi mismo sustento como política: sentir que uno se debe a su país, a la patria, pero no como un concepto abstracto, sino a las personas. Sentí que conectando la política con el mundo militar yo podía hacer una diferencia. Los valores que me enseñaron en mi familia me permitían entender mejor el mundo militar, tanto para reconocer aquello con lo que me identificaba como para cuestionar lo que no me parecía justificable, como los horrores y los errores que sufrió nuestro país. El 11 de septiembre de 1973, los militares rebeldes, a las órdenes del general Augusto Pinochet, bombardearon este palacio en el que ahora estamos y asesinaron a su presidente Salvador Allende. Durante la dictadura pinochetista, que duró hasta 1990, murieron 3.197 personas y hubo 1.197 detenidos desaparecidos. Entre las víctimas figura el general de Brigada de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, el padre de la ahora presidenta de Chile. Es impresionante la carta que les escribió su padre desde su cautiverio antes de morir: ?Me quebraron por dentro en un momento, me anduvieron reventando moralmente?. ¿Cómo vivió aquella pérdida? Era difícil vivir aquello sólo desde la óptica personal porque lo estábamos viviendo de forma colectiva. La gente desaparecía, aparecía muerta. La sensación era que en Chile estaba pasando un horror que en lo personal afectaba a mi familia. Muchos otros estaban viviendo dolores muy profundos. ¿Y eso es consolador? No lo sé [reflexiona largamente]. Era más bien una sensación de desamparo global [ríe con sarcasmo]. Desamparo en lo familiar. Bueno, yo estaba con mi madre, que era una mujer muy fuerte. Yo también soy una persona fuerte. Nos preguntábamos cuánto iba a durar aquello. Y en lo personal fue muy triste, muy doloroso, porque yo era además muy regalona de mi padre, la única niñita en casa y esa cosa tradicional de ser la niñita del papá. Teníamos una relación muy estrecha y cariñosa. Mi padre era muy protector. Y, claro, tuve todo el dolor de la pérdida, que luego reviví en muchos momentos de mi historia. ¿Por ejemplo?Cuando tuve hijos. Me hubiera gustado tanto. Mi padre era un padre entretenido. Así como era estricto, era un padre que jugaba con nosotros. Era deportista. Lamenté muchas veces no sólo no haber contado con él como hija; también que mis hijos perdieran esa oportunidad de tener ese abuelo que hubiera sido tan entretenido e interesante. Bueno, han tenido una abuela entretenida e interesante. Pero de su madre no suele hablar, quizá lo haga luego? Sí. Cuando yo soy elegida ministra de Defensa me habría gustado que hubiera estado ahí mi padre conmigo. También cuando fui elegida presidenta, aunque esa noche sentí que estaba conmigo. Estoy segura de que para él habría sido un tremendo orgullo. En realidad, siempre estuvo orgulloso de esta hija que era superbuena alumna, deportista, que tocaba la guitarra, que cantaba. Ni siquiera le importaba que fuera usted una 'hippy'?. Bueno, había un par de cosas que no le gustaban tanto. Además, yo era un hippy entre comillas, porque era una buena alumna y vivía en casa, no en una carpa por ahí. Pero ya podría sospechar para entonces que usted no era muy convencional. Es que yo le diría que en cierto sentido mi padre era poco convencional. No es casual que yo sea como soy. Era serio y protocolario, pero andaba en bermudas cuando en Chile no se usaban y no asumía el rol típicamente machista. Era abierto de mente, cuestionador y nada dogmático. Siempre respetó, adoró y tuvo una profunda admiración por mi madre. ¡Qué bien! Sí, mi madre era una mujer inteligente. Yo tuve en mi hogar gente inteligente, cuestionadora del, entre comillas, "orden natural de las cosas". Por el contrario, para ellos el orden natural de las cosas es que la gente tuviera una vida de calidad, con justicia, con solidaridad, con humanidad, que no había ninguna razón para que hubiera pobres. En 1973, cuando se produjo el golpe de Estado, su hermano mayor, su único hermano, ya fallecido, vivía en Australia. Tras la muerte de su padre, Michelle Bachelet quedó sola con su madre, Ángela Jeria, cuyas denuncias por lo que ocurría en Chile motivaron la detención de ambas. Era enero de 1975. Durante las tres semanas de prisión en Villa Grimaldi, las dos sufrieron "apremios físicos", según reza la biografía oficial. Bachelet siempre ha procurado eludir los detalles de los mismos. Otro militar conocido de la familia logró su liberación y huyeron al exilio, como miles de chilenos. Fueron a Australia. A Alemania, después. Supongo que lo de Villa Grimaldi fue también terrible para usted. ¿Cómo ha podido superar y perdonar todo aquello? No sé si mi capacidad de resiliencia, como le llaman los expertos, tiene que ver con mi padre o con mi madre. Probablemente con los dos. Porque mi madre tiene hoy día la misma actitud que yo. Ella cree que tenemos que aprender de la historia. Es arqueóloga, así que esto de la historia le importa mucho. Probablemente por esa historia familiar, yo diría que lamentando profundamente lo pasado, uno mira cómo puede ser un actor relevante en garantizar que este país sea un país mejor para todos en el futuro. Y esa actitud más constructiva, más propositiva (no quisiera calificarla) , es lo que me nace naturalmente. Pero quiero serle muy clara. Hubo un momento en mi vida en que yo no estaba en esta actitud. Tenía dolor, rabia, ira. Pasé por todas las etapas, en lo personal y en lo colectivo. Pero primero hice mi duelo propio, primero enterré a mi padre, y después todo ese dolor se fue transformando en otra fuerza. ¿Y qué fue lo que más le ayudó a transformar esa fuerza? [Tarda en contestar]. No sé. Tal vez? buscar la manera de que nuestro país recuperara la democracia. ¿Y ese deseo es tan fuerte como para aceptar que usted pudiera cruzarse por la calle con su propio torturador o el de su padre? Efectivamente. Mi madre y yo nos encontramos a la vuelta del exilio con personas que tuvieron cargos relevantes, que tomaron decisiones complejas que significaron la muerte y las torturas de mucha gente. Y luego en democracia nos encontramos con mucha gente, incluso en el Parlamento, que tuvieron responsabilidades políticas importantes en lo sucedido. Y, bueno, se desarrollaron conductas democráticas de relacionamiento. Yo diría que nuestro país hizo una transición que algunos criticaron mucho, pero que ha sido bastante efectiva por su ritmo y su gradualidad. Usted ha asumido incluso los sentimientos negativos que sufrió, motivados por el régimen de terror. Reconoció públicamente hace dos años no haber sido comprensiva con aquel novio suyo, Jaime López, que, bajo tortura, delató a sus amigos. Hubo momentos de ira, de rabia, de dolor, y también de polarización de los afectos y de la capacidad de mirar las cosas. Pasados los años, hay que ser capaces de entender el proceso de una manera distinta. Hay cosas que no voy a justificar aunque pasen 400 años. Hay gente que hizo cosas horribles. Nunca les daré el beneplácito de admitir que no fueron lo que fueron: asesinos, traidores. Pero en el caso de este chico. Tenía 23 años y estaba asumiendo lo que otros no hicieron (se habían ido, se habían escondido). Ahora tenemos la posibilidad de poner en su justo término las cosas. Tras el exilio, usted vuelve a Chile en 1979, llega la democracia y su vida parece convertirse en una película de final feliz. En 2000 es nombrada ministra de Salud; luego, de Defensa, y ahora, presidenta. Parece la victoria del bien sobre el mal. Ja, ja. Luego le comento en off esa opinión. Pero es así y Chile se ha convertido en el ejemplo de Latinoamérica. Yo lo he vivido de manera distinta, como fruto del trabajo para sacar las cosas adelante. Hay que hacerse cargo de un nuevo Gobierno que me representa, un presidente que yo ayudé a elegir y me propone estas tareas y yo echo para adelante. Nunca lo he interpretado como un gesto de reparación. Obviamente, desde fuera se pueden sacar las conclusiones que usted dice. Cuando fue ministra de Defensa pregonó ser mujer separada, agnóstica y socialista. ¿Fue una sorpresa para usted lograr después la presidencia de la República en un país que los propios chilenos tildan de machista? Tengo la sensación de que la gente lo que buscó y recompensó fue la percepción de una persona creíble, honesta y dispuesta a trabajar por ella. Y siento que el humor es una parte importante de la vida que puede aligerar tensiones. Así que en la primera reunión que tuve con el jefe de las Fuerzas Armadas le dije todo eso de que soy agnóstica y madre soltera. El mensaje era: esto es así, sí, pero les puedo asegurar que vamos a trabajar bien. Hay falta de credibilidad en los líderes políticos porque lo que la gente busca y necesita son personas que de verdad trabajen por ella. El hecho de que yo hablara de mi condición y creencias tan abiertamente reflejaba a una persona consecuente y honesta. ¿Dice que ve falta de liderazgos políticos en el mundo? Muchas encuestas en muchos países demuestran que los ciudadanos no sienten que los políticos se ocupen de las cosas que les pasan en su vida. Los sienten discutiendo de abstracciones y peleándose el poder por el poder, más que el poder para hacer lo que es necesario. Y en este sentido, creo que es lo que Chile necesitaba. ¿Y cómo se logra salir de ahí? ¿Cómo no dejarse arrastrar por la "alta política" y no perder pie con la realidad? Creo que las mujeres, por nuestra experiencia desde que nacemos, estamos muy capacitadas para estar inmersas en la realidad. Porque nos toca hacernos cargo de muchas cosas, sobre todo sociales. Las chilenas, como supongo las españolas, se hacen cargo de la familia, de la casa, van a comprar el pan, saben los precios. Tenemos un aprendizaje social, desde muy chicas, que habitualmente nos hace prácticas, realistas y con conexión a tierra. Yo, además, leo los diarios todos los días, veo Internet, escucho a la gente, me escriben cartas y mailsy leo todo eso. Yo converso con mi familia, que es una familia crítica, nada autocomplaciente. Me relaciono con mis asesores y no les pido que me cuenten que las cosas están estupendas. Lo que más desprecio es la lealtad entendida como incondicionalidad. Al revés. Para mí, la palabra lealtad significa decir lo que está mal y lo que está bien. Así que es difícil no tener una mirada realista. La prensa local le critica mucho, y parece que los mismos rasgos que le ayudaron a ganar la presidencia son ahora mal percibidos. Por un lado, la gente me dice: "No cambie. Por favor, no cambie. Usted es cercana. Nos ve. Existimos". Yo saludo, converso, abrazo, beso. Me río. Y la gente lo aprecia profundamente. Tengo la sensación de que mi estilo de liderazgo fue menos comprendido en el mundo de la política más convencional. Porque la gente que me eligió lo hizo sabiendo cómo soy. Pero tal vez también la gente siente que estoy más distante, porque muchas veces tengo que ocuparme de asuntos muy abstractos. ¿Significa algo para usted que en Latinoamérica haya ahora en la cúspide dos mujeres [Bachelet y Cristina Fernández en Argentina], dos sindicalistas [Lula en Brasil y Evo Morales en Bolivia], un obispo [Fernando Lugo en Paraguay], dos médicos [de nuevo Bachelet y Tabaré Vázquez en Uruguay] y un militar [Hugo Chávez en Venezuela]?
En Brasil, el pasado mes de mayo, cuando asumí la presidencia pro témpore de esta Unión de Suramérica (Unasur), nos reunimos Evo, Lula y esta presidenta. ¿Quién hace cinco años hubiera imaginado que en una testera como ésta estaríamos un indígena, un líder sindical y una mujer? Esto demuestra que América Latina es otra. ¡Afortunadamente! Y es una América Latina ansiosa de incluir y no de excluir. Ansiosa de ser representada por personas que desde su diversidad buscan lo mejor para sus pueblos. Y creo que representan mejor a América Latina. Esa diversidad es lo que nos ha permitido ir avanzando hacia una mayor integración (pese al sentido de urgencia de ir mucho más rápido), en una voluntad de ir avanzando desde el concepto de unidad en la diversidad. Curioso. Es el lema de la Unión Europea que se quiso introducir en el nuevo tratado: unidos en la diversidad? Mire, los nuevos líderes latinoamericanos no son sólo una demostración de que aquí hay de todo; también, de que durante muchos años fueron los excluidos. En nuestros países, los indígenas han sido excluidos del poder; los sindicalistas, claro, nunca estuvieron en el máximo poder. Y las mujeres, para qué decir. En Chile, durante la dictadura, se inhabilitó a los dirigentes sindicales para ser parlamentarios y todavía no hemos logrado cambiar eso. Vamos hacia una sociedad más inclusiva, y creo que en América Latina está pasando lo mismo. ¿Cree que puede ser el gran momento de América Latina? Todos los artículos que leo son muy pesimistas al respecto? A América Latina se le dijo en los años ochenta que su nivel de pobreza y subdesarrollo eran producto de no haber hecho las reformas económicas necesarias. Las hicieron y están registrando crecimientos económicos importantes y sostenidos, pero la pobreza se mantuvo igual o se incrementó. A mi juicio, lo que sucedió es que las políticas económicas no llevaron de la mano las políticas sociales para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. En Chile hemos logrado un crecimiento económico importante y sostenido y hemos reducido la pobreza. En 2006 bajamos el nivel de pobreza al 13,7% desde el 39% que teníamos cuando recuperamos la democracia. La extrema pobreza ha quedado en el 3% y veníamos del 20%. Obviamente, no es suficiente. Somos prácticamente el primer país de Latinoamérica en todos los indicadores: mayor expectativa de vida, menor mortalidad materna e infantil (después de Cuba) y baja tasa de desnutrición. Y son indicadores ya similares a los de los países más ricos del mundo. Seguimos teniendo desafíos tremendos: se nos ha envejecido enormemente el padrón electoral. Debemos mirar cómo interesar a los jóvenes en la política. Esos jóvenes no votan y han vivido siempre en democracia creyendo que los derechos son algo natural. Ahora tenemos que luchar por tener un desarrollo sostenible. Hemos creado por vez primera un Ministerio de Medio Ambiente. Queremos seguir teniendo crecimiento económico, pero no a cualquier precio. Queremos equidad y justicia social. Con la reforma de la Previsión que hemos hecho, a partir de este mes de junio el 40% de los ciudadanos más pobres van a tener una pensión mínima solidaria o van a ver aumentada la que tienen [esa pensión supondrá duplicar la mínima actual]. Es el camino de los Estados de bienestar europeos. Bueno, no podemos compararnos con Europa. Nosotros venimos de Estados neoliberales brutales. No hago más que escuchar que la presidenta Bachelet está acabada, que a este Gobierno no le queda nada por hacer. En realidad, el hecho de que su mandato acabe en 2010 sin posibilidad de presentarse a la reelección fomenta esa percepción, supongo. Hoy mismo cuento con el 48% de la aprobación de la gente, pero es verdad que ha habido momentos duros y difíciles. En todo caso, yo voy a gobernar hasta el último día de mi mandato y seguimos haciendo miles de cosas en infraestructuras y mejoras sociales. ¿Qué explicación da entonces al desencanto de los chilenos? Los Latinobarómetros demuestran que los ciudadanos chilenos siempre se sienten más infelices que los demás. Los chilenos somos extraordinariamente exigentes. También creo que los medios de comunicación influyen negativamente en este sentido. Hay una disociación entre la experiencia personal y la percepción colectiva. Lo veía cuando era ministra de Salud. La gente decía que la asistencia sanitaria era pésima, pero si les preguntabas cómo les había ido las tres últimas veces que la utilizaron decían: excelente. Mi aspiración no es que los medios oculten los problemas, pero echo de menos el equilibrio. En cuanto a los políticos, cuando converso con otros presidentes me dicen: nadie es profeta en su tierra. ¿A qué se dedicará cuando termine su mandato? No he tenido tiempo para pensarlo. Soy presidenta 24 horas al día. Voy a seguir trabajando, porque aún no habré cumplido los 60 y he sido siempre activa. Seguiré con mi vocación pública y sé que dedicaré más tiempo a mi familia. Desde luego, escribiré un libro. El hecho de ser la primera mujer presidenta es toda una experiencia a transmitir. Además es sorprendente leer cómo se interpretan algunas cosas con códigos tan diferentes a la realidad. ¿Ha ido tomando notas? No, pero tengo buena memoria. Y creo que ese libro será bueno para Chile, para mujeres que ocupen puestos similares y también para los hombres, ¿por qué no?. Es bueno que ellos se pongan de vez en cuando los zapatos de otros y sepan lo que significa ser mujer y nuestras dificultades al asumir un cargo; que sepan que a las mujeres nos valoran distinto. Si lloras, dicen de ti que eres blanda. Si no lloras, que eres demasiado inflexible. Como siempre te critican, hagas lo que hagas, yo he decidido mostrarme tal como soy. Es bueno que los hombres comprendan también que las mujeres respondemos de una manera diferente. Creo que todo esto no me lo puedo quedar sólo para mí. Se lo debo a la cosa pública, y yo tengo un tremendo sentido del deber. Es lo que me mueve en la vida.