jueves, 3 de septiembre de 2009

Educando a papá


Por: Luis Marin - De atenernos al discurso oficial que repiten con tanta obsecuencia todos los corifeos del castrismo, si el sistema educativo venezolano es tan malo, que sólo sirve a la reproducción de las formas de dominación capitalista, que no promueve la solidaridad sino el interés crematístico, las preguntas más obvias son: ¿Quién los educó a ellos? ¿En qué academias estudiaron los militares golpistas? ¿En qué universidades los guerrilleros que los acompañan? El planeo más superficial sobre ese maligno sistema revela que a Hugo de los Reyes Chávez le llaman “maestro” porque ese es su oficio conocido, además de copeyano por convicción y devoto de Rafael Caldera, otro educador. Limitándonos a la Universidad Central vemos que sus rectores van desde Jesús María Bianco, pasando por Luis Fuenmayor Toro, hasta Trino Alcides Díaz con su vicerrector Elías Eljuri Abraham, próceres de la revolución. Y limitándonos a la Escuela de Periodismo, vemos una tradición que viene desde Héctor Mujica, pasando por Eleazar Díaz Rangel, también presidente fundador del Colegio Nacional de Periodistas, hasta nuestros días, para constatar que si en alguna parte ha existido una hegemonía comunista ha sido en la Escuela de Comunicación Social de la UCV, sin desmerecer en este punto a todas las demás escuelas de ciencias sociales. El ministro Héctor Navarro, quien afirma convencido que “todo el mundo está de acuerdo en que lo que hace la escuela es ideologizar”, es profesor de la Facultad de Ingeniería de la UCV, lo que hace particularmente interesante saber cómo hacen allí para “ideologizar” muchachos enseñándoles geometría descriptiva, análisis matemático, cálculo diferencial e integral; pero más aún, cómo la enseñanza universitaria es vertical, autoritaria, dónde uno que sabe se monta allá arriba (dominante) mientras los de abajo (dominados) escuchan y repiten como loros. Por supuesto que sería una crítica fácil decir que el ministro Navarro hace un reflejo de sí mismo, pero si no lo hace, ¿quién le dio clases? ¿Carlos Genatios? ¿Cuándo ha sido la UCV reproductora del sistema capitalista? Si lo es: ¿Qué hacían allí Müller Rojas, Luis Britto García, Earle Herrera, Carlos Escarrá y el zar de la economía venezolana del siglo XXI, Jorge Giordani?
Lo cierto es que en actos públicos unos lastimosos muchachos amaestrados recitan discursos cargados de insultos y epítetos que parecen ser la inspiración del comandante en jefe, mientras Héctor Navarro asiente con la cabeza. ¿Será que esos son los jóvenes “críticos” que cree que hay que formar? Según él la universidad dejó de ser un ámbito para la libertad, el debate libre de ideas, la autonomía real; pero ¿será que ha encontrado algo en la universidad cubana que pueda enrostrarle a la universidad venezolana como superior? Como no sean los institutos de “comunismo científico” o las escuelas en que no se estudia filosofía sino “materialismo histórico y dialéctico”, ¿qué será lo novedoso que la universidad cubana pueda ofrecernos a los venezolanos?
¿Será que le parece que la juventud cubana puede ser para nuestros jóvenes un ejemplo de lo que es una juventud “crítica”? De hecho, ¿alguien es “crítico” en Cuba, digamos, entre los maestros, profesores, que no pueden llamarse, sin falsificar el lenguaje, “educadores”? Por supuesto que no puede entenderse por “crítica” un amasijo de prejuicios inoculados contra los medios de comunicación independientes, sino que crítica valiosa es la que se ejerce frente y contra el poder; porque hacer lo contrario no sólo se traduce en conductas acomodaticias y vulgares sino frecuentemente en serviles e inmorales, como las del ministro Navarro, por ejemplo. FORMALISMO. Este régimen que ha llevado todos los vicios del pasado a los límites de la exageración y el absurdo, como paternalismo, corrupción, nepotismo, arbitrariedad y sectarismo, no podía hacer menos con uno de los males que arrastramos desde la colonia y que para seguir la tradición podemos llamar “formalismo jurídico”. Por formalismo se entiende generalmente una discrepancia entre lo que la Ley dice y lo que realmente hace la gente, de manera que aquella queda como un adorno “formal”, pero la realidad es muy otra. En la Colonia se decía, respecto de las Leyes de Indias, “se acata pero no se cumple”, en el sentido de que el destinatario no se rebela contra ellas, pero se comporta como si no existiera o acaso con alguna prevención para evitarla. Ante la impotencia absoluta por cambiar al país según su capricho, el régimen ha optado por acribillarlo con leyes supuestamente dirigidas a cambiarlo a troche y moche, por no decir manu militari, de manera que la estrategia se resume, como todo el mundo ha advertido, en poner a la sociedad toda “fuera de la ley” y así trocar al ciudadano común en “delincuente” y justificar de ante mano la utilización de la fuerza bruta. Esta estrategia tiene multitud de defectos, algunos formales, como que ni siquiera se trata de verdaderas leyes, porque no han sido elaboradas siguiendo ningún procedimiento constitucional, la menor consulta, participación, consenso y menos por ningún órgano representativo, puesto que la llamada Asamblea Nacional no representa a ningún sector social significativo, afectado por las tales leyes; pero también desde el punto de vista material, porque son imposibles de cumplir, inaplicables en muchos aspectos e incongruentes, que proclaman principios (muy hermosos) que contradicen luego en su desarrollo. Cualquier persona o institución que se tome en serio esa supuesta “legislación” y trate de llevarla a la práctica verá que no se puede ejecutar en la vida real; por lo que la pregunta obligada es: ¿qué sentido puede tener promulgar una legislación que se sabe que no se va a cumplir, por imposible y contradictoria? La respuesta es obvia y ya lo han constatado sectores como el bancario que un poco melancólicamente declara que no puede cumplir con toda la normativa que se les impone y el intentarlo los conduce a conflictos insolubles con sus clientes, por decir lo menos. Otro tanto harán los colegios privados y las instituciones religiosas, a las que se quiere obligar a actuar contra sus propias convicciones y razón de existir; como las universidades, que de aplicar la ley dejarían de ser autónomas, como mínimo y se tornarían ingobernables, en el peor caso. La razón declarada de imponerle el “socialismo” mediante leyes a una población que lo repudia manifiestamente conduce a este sin sentido: que moviendo el marco normativo se deja a la población afuera y en estado de sufrir la violencia oficial, sin haber hecho nada absolutamente, más allá de lo que siempre han hecho. Pero esta estrategia formalista tiene también profundos defectos filosóficos. Para el marxismo en general pero para la socialdemocracia en particular, la ley no es más que la expresión de las relaciones reales de poder, una especie de “armisticio” en la incesante lucha de clases, que expresa el estado actual de las contradicciones sociales, para decirlo en el lenguaje que les resulta más caro. De manera que un revolucionario auténtico tendría primero que cambiar la realidad social y sólo después las leyes, que no son otra cosa que un vestido casi ornamental, un epifenómeno del substrato material de la sociedad. Pero salvo que los asesores cubanos hayan perdido además de la vergüenza la condición de comunistas, no puede explicarse que pongan los bueyes detrás del arado; lo cual confirma que esto no puede ser más que una provocación, una manera de “exacerbar las contradicciones” para llevarlas al terreno que creen que más les conviene: el de la violencia, pura y simple. Nadie sabe para quién trabaja, pero menos que nadie lo saben los comunistas que viven en un mundo extinguido, que además los niega a cada paso. RESISTENCIA. Tradicionalmente se le atribuyen dos modalidades: pasiva, que se traduce como no hacer nada que favorezca los propósitos del régimen y activa, hacer todo aquello que los perjudique. El límite es la imaginación. En condiciones de opresión es particularmente importante simplemente no delatar. En Cuba se ha hecho toda una épica de la delación, de manera que celebran a cualquier pobre pescador que informe movimientos extraños en la costa. Así se sembró el mito de la inexpugnabilidad de la isla, tanto para entrar como para salir de ella. Activa sería ayudar concretamente a los perseguidos o secuestrados políticos, a sus familiares, transmitir información relevante para la resistencia. Estos son omisiones y actos individuales, de poco riesgo y que no requieren organización alguna, las directrices las dicta la conciencia de cada quien, según su situación. No reproducir el lenguaje totalitario como “bolivariana”, cuarta y quinta anejos a la República de Venezuela, ni lenguaje clasista, peyorativo, como “oligarca”, “burgués”, “escuálidos”, “imperio”; la forma más gráfica de protesta la vi estos días cuando una señora desplegó una bandera de Venezuela con su místico arco de siete estrellas, son formulas contundentes y sencillas de resistencia. También tradicionalmente se llama “resistencia civil” a formas organizadas, de carácter colectivo, de desobediencia a leyes que se consideran injustas, como eran las del apartheid, las segregacionistas o las que imponían impuestos y aranceles abusivos, que hacen antieconómica una actividad comercial o industrial cualquiera. La desobediencia civil, al contrario de las primeras reseñadas, es pública, masiva e implica un desafío abierto a la autoridad, de manera que la legislación o la práctica cuestionada sea derogada o abandonada, sin efecto alguno para los rebeldes. Es un hecho casi cómico que los izquierdistas venezolanos que celebran las luchas por los derechos civiles en los EEUU y Sudáfrica, alaban a Martin Luther King y Nelson Mandela, olviden olímpicamente que sus acciones fueron gestos de resistencia contra leyes que consideraban injustas y contrarias a derechos naturales del hombre, de manera que ellos sí se alzaron en rebelión civil, por lo que la revolución bolivariana los hubiera encarcelado igual que hace todo partidario de la supremacía de unos hombres sobre otros. Pero toda resistencia carece de sentido si no está orientada a un cambio de régimen. La lucha de Gandhi tenía que terminar con el dominio británico sobre la India, no con simples impuestos, la de Mandela termina con el régimen del Apartheid, no con esta o aquella ley injusta. Nadie debería enredarse en una embarazosa diatriba con funcionarias inútiles o tratando de conquistar una caja de resonancia vacía como la llamada Asamblea Nacional, cayendo en otro formalismo según el cual la revolución se puede revertir con “buenas leyes”, cuando los déspotas se burlan de ellas. Eso es desviar la atención, hacerle el juego al régimen o simple colaboracionismo. Desde la antigüedad clásica se ha dicho que cuando una barra está torcida, la única manera de enderezarla es torciéndola en sentido contrario. De manera que en Venezuela se trata de terminar con el dominio cubano, con la dictadura militar golpista y con el sistema socialista, quizás más, pero nada menos. Si el norte está claro, nadie debería perderse.

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