Por: Antonio Sánchez García - “El odio nada engendra, sólo el amor es fecundo” - Arturo Alessandri Palma - Como todos ustedes comprenderán, no me refiero a las lecciones de que es capaz José Miguel Insulza, ministro de colonias del tandem Chávez-Lula y bajo cuya batuta se ha orquestado la más insólita vergonzante y oprobiosa cayapa contra un pueblo digno y honorable, como el hondureño. No nos referimos a esa OEA rebajada a comparsa circense de presidentes antidemocráticos, corruptos y sinvergüenzas, cómplices y venales. Ni muchísimo menos a esa OEA que a la cabeza de los signos más antidemocráticos de los últimos tiempos tiene el poder de achicopalar a los meros Estados Unidos, avergonzados de su grandeza y reducidos al papel de alcahuetes de los más indignos atropellos a la dignidad del gentilicio latinoamericano. Nos referimos a las dos maravillosas lecciones de dignidad, fortaleza y coraje dadas por Antonio Ledezma y por los cincuenta muchachos que decidieron arriesgar sus vidas por su causa: una causa noble, ajena a intereses espurios y criminales, digna de figurar en los anales de nuestra prehistoria del futuro. Ledezma para poder cancelarles sus salarios a sus trabajadores; los cincuenta muchachos exigiendo la inmediata libertad de su compañero Julio César Rivas. Dos lecciones que con sus victorias han conmocionado a la Venezuela gobernada por la decadencia y ansiosa, sedienta de libertad, de honorabilidad, de decencia. De ambas lecciones se deriva una sola y magnífica enseñanza: cuando se lucha por la libertad y la justicia con la disposición de llegar a las últimas consecuencias, cuando se pone el corazón en el intento, cuando se defienden los intereses de la humanidad transida de anhelos libertarios con el sacrificio de nuestra propia sangre, no hay Poder que valga, no hay prepotencia que se imponga, no hay abuso que dé otros frutos que el desprecio y la derrota. Es una inolvidable enseñanza. En primer lugar, para nuestra sociedad civil. El Poder está en los latidos de nuestros corazones, no en maquiavélicos cálculos de probabilidades, ambiciones espurias y esperanzas vanas. En segundo lugar para los partidos: si no atienden a los deseos puros y nobles de nuestros jóvenes, si no se abren ante el futuro, si no se unen y descerrajan las compuertas de sus trasnochadas ideologías, serán barridos de la faz del planeta. Para el régimen, en tercer lugar: es la hora del diálogo, del entendimiento, de la mano tendida. Un sabio presidente de la república de Chile acuñó una frase con la que logró el milagro de reunificar a la familia chilena, entonces cruelmente desunida. Nunca más actual y pertinente que ahora: “el odio nada engendra, sólo el amor es fecundo”. Podrá el presidente de la república mantenerse en el Poder gracias al odio, la división, la siembre del rencor y la cosecha de tempestades. No le servirá de nada: tendrá sobre su cabeza un gigantesco aluvión de voluntades, hecha de estudiantes, de madres, de padres, de jóvenes de toda edad y condición. Y tendrá al conjunto de nuestras instituciones civiles, tras diez años más sólidas y curtidas que nunca, convertidos en muros infranqueables a la canalla y la guerra. Son dos lecciones inolvidables que abren el camino hacia nuestras luchas futuras. No debemos descansar hasta ver a todos nuestros presos políticos disfrutar del justo derecho a la libertad. A ser enjuiciados respetando los códigos y las leyes. Quedan en los insalubres y odiosos rincones de nuestras cárceles cuarenta venezolanos de excepción. Deben ser puestos en libertad cuanto antes: los 11 trabajadores de la Alcaldía Metropolitana, Richard Blanco, Eligio Cedeño, los comisarios injustamente condenados a treinta años de prisión. No debemos descansar hasta ver el regreso de todos nuestros desterrados. La libertad es nuestra condición esencial para un diálogo necesario, que no rehuimos. Venezuela nos pertenece a todos. La guerra, una absurda pretensión de quienes podrían pagar demasiado caro su ceguera, su sordera y su inquina. Pues el odio nada engendra. Sólo el amor es fecundo.
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