Por: Leonel Sánchez Jorguera - Anoche desperté inquieto de un extraño sueño. Soñaba que el Partido Demócrata Cristiano era como una gran casona, vieja y desgastada, donde muchas cosas no funcionaban, donde la pintura se descascaraba, mostrando los muros de adobe envejecidos, donde las goteras sonaban rítmicamente en mis oídos, era una casona con muchos rincones y aromas, con muchas piezas las cuales, a veces, me producían cierto temor, al no saber qué barbaridades ocurrían en algunas de ellas. Ahí vivían gran cantidad y variedad de personas y personajes, algunos usaban los dormitorios y dependencias principales, vivían recordando las grandes fiestas de antaño, donde todos venían a visitar a los dueños de casa; otros vivían en unas piezas al final del patio, en dormitorios de pisos de tierra y paredes de tablas dobladas, que daban permiso al frío viento a colarse en sus oscuridades, tenían que pedir permiso para ocupar el baño y usar la cocina. También había habitantes de los aposentos principales que se habían venido a vivir a las piezas del fondo del patio; yo temía que algún día volverían a las comodidades de adelante. Pero todos se hacían llamar familia, tal vez en alguna época lo fueron. Y como en toda familia, había secretos que guardar; unos habían cometido ciertos "pecados"; otros lo habían ocultado al vecindario, principalmente por ocultar el rubor de sus mejillas; los demás trataban de olvidar lo ocurrido, tal vez tratando de olvidar sus propias responsabilidades. Soñaba que en esta casona vivía gente con apellidos rimbombantes, sonoros y guturales. Otros, con apellidos cortos, olvidables y muy dados a terminar en "ez". Cada cierto tiempo a todos les daba por limpiar la casa, pintar sus paredes, sacar los ratones, comprar algún mueble nuevo y cortar el pasto, si hasta discutían el color de las nuevas cortinas, pero estos periodos de "crisis" terminaban sin arreglar nada y la casona continuaba deteriorándose. Sin duda era una casa muy especial, muchos de sus habitantes nunca salían de ella, vivían, dormían, comían, se divertían y lloraban todo en la misma gran casona, y hasta enterraban a sus propios muertos en un rincón del patio, al lado del viejo nogal. Era gente que tenía cierto temor a vivir, caían en la letanía de preocuparse más de la casa misma que del hogar que habitaba en ella. Pero también era una casa orgullosa de sí; varios de sus habitantes habían hecho mucho por el vecindario. En sus cocinas se habían percibido ricos aromas a pan recién horneado que antes se repartían en el barrio, eran marraquetas de esperanzas que ya no se cocinaban. En mi sueño lamentaba que ya no llegara gente joven a vivir, eran muy pocos, generalmente hijos y nietos de antiguos habitantes. En esta casona vivía yo, habitaba la tercera pieza al fondo del patio. Había aprendido a quererla, pero también había aprendido a que tengo que salir a conocer el mundo. Tenía la visión de que la casona algún día se derrumbaría, el tiempo a todos nos empapa. Esperaba tener un lugar donde vivir junto a la gente con la cual había formado mi hogar en esta gran casona. Tal vez quería otra casa más fraterna y más al servicio del vecindario. Finalmente, en mi sueño salía a caminar, afuera el sol brillaba, al sentir el calor golpear en mi rostro recordaba con nostalgia esta gran casona, sólo unas voces de los niños jugando en el vecindario me libraron de mis recuerdos, levanté la mirada y pensé que, por ahora, simplemente alojaba en ella.
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