jueves, 18 de diciembre de 2008

Avestruces y jirafas, reyes del chavismo


Por: Alberto Rodríguez Barrera - Están en todas partes enterrando la cabeza para no ver la realidad de lo que ha sido su labor de destrucción. Y estiran el pescuezo para alcanzar una altura que sólo en el cuadrúpedo tiene fundamento y razón. Así va el chavismo en su carencia de talento que interpreta la inmensidad de su fracaso como revolución. Algo dijo Bolívar sobre el valor superior de la libertad absoluta, que va en contra de quien estira el cuello pretendiendo ser más y estar por encima de las cosas y de quien se oculta cobardemente para ignorar el apabullante universo de mentiras que ha construido en su entorno. El chavismo nos ha rodeado con las peores baratijas de la simulación, que se juntan arrebatadas en un diminuto y desfasado coro de desnutrición intelectual cuyos cantos de sirena se pierden en las herejías de la animadversión y la desintegració n, pataleando y chillando de arriba a abajo dentro de sus propias crisis, sirviéndonos a todos desgraciadamente como pre-anuncio del desastre general que será su legado social. Al son de las panderetas y los bochinches de la distracción, esperando sin mucho esfuerzo y enterrando la cabeza en el hueco, se exaltan en la comodidad de las alturas vagas con el solo afán de entumecer al común de los mortales, y aterrándose esencialmente ante la posibilidad de que se descubra y exponga más todo el vacío existencial y la incapacidad letal que evidencia su condición de cascarones vacíos, resecos, sin obra político-social cumplida. Se habla de crepúsculos donde la dignidad se conjuga con la sumisión arrebañada de la entrega, se habla de la abyección adulante y cortesana, sisando los bienes de la pobreza. Y cuánta insuficiencia y pérdida de oportunidades multibillonarias para tomar en cuenta las auroras de renacimiento, tantas veces y de tantas maneras prometidas. Y tanto más incumplidas. Bajo los costosos harapos de cualquier disfraz, desde la Presidencia baja una catarata de paja descocada que hace de Venezuela –tontamente- el más irresponsable, manirroto y derrochador de los países latinoamericanos. El predicador de rumbos (chuecos) y de recursos sacados de bajo el colchón, se hizo payaso monócrata con capacidad para trastocase al instante en cantador de loterías, filósofo delirante de las mayores simplezas, caudillo de insólitos y psicomiméticos desplantes voladores, además de gran ungidor de toda fuerza y mando sacado de un sombrero de mago maligno para hacerle creer a las tristes lunas que lo circunvalan –vacas seleccionadas para el degüello- que algo son, más que trapos, menos que cerebros. Como potrancas en celo o perras clavadas y atascadas a mitad de calle, los acólitos hacen lo que pueden: dejarse, con resignada complacencia, sin vergüenza y sin preocupación, respetando a nadie, ni a ellos mismos, puntas traseras entregadas sin desmayos ni rezongos, con la dignidad vendida a la mordaza, más arrastrados que aquellos de quienes tanto denigraban, obsecuentes pescueceando para pasar desapercibidos en unas alturas que los lleva irremediablemente hacia el profundo abismo de su mediocridad. Por eso le llueven tantas porquerías que se escupen como gajos oligárquicos. La postración moral tiene el culito en oferta todos los días y en todo lugar y momento, vengan para que los vean. Y hay algo más miserable aún: la falange de gente de izquierda que otrora fue respetable, digna, hoy trocados en claque de mendicidad palaciega, sirvientes mayordomos que deprimen y arrugan el alma, candidatos al calificativo de la generación prostituta, y que hoy pueden escogerse de todas las condiciones etarias, con protuberantes fondillos de plumadas avestruces y una regresiva consistencia para enamorarse locamente de las altas y deschavetadas charreteras entreguistas, que han dejado siempre una estela de desastres a través de nuestra historia. El desastre del cual vamos a salir, sin que arda La Bastilla, esperemos, ya no puede ir más abajo sin que adquiera la denominación de harakiri. Las lágrimas hasta ahora regadas incompletamente por quienes se emparrandaron con Chávez para desdeñar a los partidos y, por ende, para desbaratar a la democracia, pueden ser mayores si oteamos el horizonte económico, donde el desorden existente promete una más grandiosa degeneración, que puede hacerse inabordablemente descontrolada, gracias al irresponsable demagogo. El jefe de las jirafas ha logrado la más negativa redistribució n de los ingresos que ha visto Venezuela en toda su historia. Esto lo sabe la oligarquía que con él goza y se muerde la cola. Nuestro déficit galopante no se ha salvado con el chorro petrolero. No pudimos con el sainete aún desplegándose, pero estamos a tiempo para salvarnos de la pesadilla total. Entre avestruces y jirafas, los partidos podrían volver de la muerte súbita sufrida. No sirve andar como sombras por los rincones, pueden dejar de pasar desapercibidos. Es hora de expulsar la pestilencia que se complementa con la ruina moral. El Muro de Berlín cayó por envilecedor, porque no hay vida cuando los ácidos de la inmoralidad sobreviven carcomiéndose todas las variables que se desprenden de la virtud. Así fue ayer y así será mañana. Sólo sobreviven los más aptos. Como conductores de las fuerzas sociales, no hay mejor alternativa que los partidos políticos. Una tropa de escoltas serviles –fingiendo ser partido- puede ser tan solo una tragicómica caricatura de cachuchas rojas. Otra tropa de ansiosos anhelantes-con- costura-a- la-vista tampoco pinta un cuadro muy convincente. Los partidos que nos puedan sacar de la extrema inestabilidad en que nos hunde la Monocracia no sirven como avestruces y jirafas. Así como no llega al cielo una sola jirafa ni una sola avestruz llega al infierno, se requiere de gente organizada que interactúa, que se reúne, planifica y visualiza banderas de intereses comunes, para acabar con el poder de la mediocridad que nos acogota.

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