martes, 2 de febrero de 2010

Enemigos de Dios


Por: Ivo Hernández - Politólogo - En nuestro hemisferio, los regímenes no democráticos condenan a dos tipos de muerte. La semana pasada, el régimen iraní ha ahorcado a dos de sus opositores. Dada la fragilidad que mantiene puertas adentro desde su cuestionadísima elección, asesores internos habían aconsejado al Gobierno aparentar tolerancia con sus adversarios. Ya eso se terminó y emerge la verdadera cara de la opresión. Quien no piense como nosotros, debe morir. Vale aclarar, además, que la muerte por horca de todas las demás formas de pena capital lleva implícitamente el estigma de la ignominia y la deshonra. No es una muerte rápida ni indolora. Hay suficiente conciencia dentro de la progresiva hipoxia como para saber que se está muriendo. Existen dos métodos: el de asfixia progresiva o el de desnucamiento. El espectáculo siempre es lamentable y aterrador. Pero para los neototalitarismos y para los totalitarismos de antaño, no basta con todo esto. Hay que ir más allá. Para esos regímenes, los opositores políticos no son personas que adversan ideas y a las que se combate demostrando argumentos y método. No. Estos hombres que murieron no fueron condenados por sus ideas políticas. Se les denomina mohareb , “enemigos de Dios”, como si el régimen iraní fuese impuesto y diseñado por el Creador mismo, y los actuales administradores de la enorme riqueza petrolera de ese país, sus delegados. Nada menos. Política mortífera. Este abuso en el descrédito público se da por igual en América Latina. En nuestro hemisferio los regímenes no democráticos se cuidan ahora de fusilar o ahorcar a sus opositores, pero, en cambio, les ofrecen dos tipos de muerte diferentes: una lenta, en cárceles peores que las más miserables mazmorras medievales, o una lejana, en ese dolor inextinguible que para un patriota implica el exilio. En la primera, la salud se deteriora paulatinamente con condiciones de insalubridad y descuido que dejaran huella para siempre en el cuerpo y mente del preso; en la segunda, la nostalgia y ese dolor innombrable de la impotencia harán lo propio para que el final sea siempre el mismo. Quienes adversan al régimen cubano o al venezolano, por decir dos ejemplos contemporáneos, no son contrincantes políticos, esto es, pares o iguales que mantienen criterios operativos distintos en materia política. Para esos países se trata de escoria, gusanos, oposicionistas, escuálidos, antirrevolucionario s, traidores del pueblo, apátridas, basura humana. No he inventado ningún apelativo. Todos provienen de la prensa y los discursos oficiales de quienes se sienten parteros de la historia para engendrar su perpetuidad en el mando, y cuando fallezcan, la de sus familiares. Invento poderoso. Lo único que nos ha librado de estas bandas que se apropian del poder y de sus resortes para reproducir riquezas para ellos y pobreza para todos los demás, es uno de los inventos más frágiles de la humanidad que a la vez es uno de los más poderosos: la democracia. Es con independencia de poderes públicos, con alternabilidad en el mando, con libertad de expresión, con instituciones practicas, como el individuo deja de ser “pueblo”, masa informe y manipulable, y se convierte en ciudadano, eje y sustancia de todos los derechos sociopolíticos. Y llamamos frágil a la democracia pues ella implica muchas veces un camino más lento y largo, para algunos tedioso, que invita a tomar atajos. Craso error. En democracia forma y fondo van aparejados y es solo cuando la ética y la política encuentran un espacio común que prospera la más curiosa y hermosa de las flores: la libertad. Un último caso: ahora que Honduras ha retomado el camino de su democracia y el mundo entero, salvo excepciones, así lo reconoce, la historia sabrá determinar si sacar a lo que prometía ser un gobierno tutelado fue un golpe de Estado, como algunos quisieron hacernos ver, o si fue un pueblo que, viendo las desgracias de sus vecinos en Nicaragua y Venezuela, se armó de valor para repudiar el renacimiento del comunismo cubano ahora financiado con capital venezolano. Palabras milenarias nos lo dicen: por sus frutos les conoceréis.

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