lunes, 9 de noviembre de 2009

Los protagonistas de la división de Alemania

WINSTON CHURCHILL (1874-1965) Como un presagio de la frenética actividad que iba a rodear su existencia y de su necesidad de adelantarse a los acontecimientos, Winston Churchill (1874-1965) nació sietemesino, dos meses antes de lo previsto, a causa de la caída que sufrió su madre durante una partida de caza. El hombre llamado a convertirse en el gran héroe de la II Guerra Mundial era de origen aristocrático pero eso no condicionó su carrera, a juicio de su biógrafo Roy Jenkins, que lo consideraba un hombre “idiosincrásico, imprevisible y con demasiadas facetas como para dejarse encorsetar por las circunstancias de su nacimiento”. Sin duda su sentido del deber y del destino eran más fuertes que la lealtad de clase y su gigantesca personalidad abarcaba tantos aspectos que su larga vida de 90 años casi se le quedó corta. Estudió la carrera militar en la prestigiosa Academia de Sandhurst y trabajó como corresponsal de prensa en la Guerra de los Boers, donde fue capturado y protagonizó una sonada huida. En 1900 fue elegido diputado conservador, pero sus discrepancias con la política económica de su partido le hicieron pasarse a los liberales. Con ellos fue Subsecretario de Estado para las colonias, Ministro de Comercio, de Interior y de Municiones, y Primer Lord del Almirantazgo, antes de volver al redil conservador en 1924 y ocupar la cartera de Hacienda. Frente a la postura condescendiente de otros políticos británicos, tomó desde el principio una actitud cauta y crítica respecto al ascendente poder nazi en Alemania, preconizó la cooperación política y militar con Francia y conminó a la opinión pública a que saliera de su letargo. Los hechos pronto le dieron la razón. En 1939 Churchill fue nuevamente nombrado Primer Lord del Almirantazgo y por fin, en 1940, cuando el gabinete de Chamberlain perdió la confianza de la nación y la opinión pública exigió un líder sólido capaz de conducir la guerra con resolución, fue llamado por el rey para que formara un gobierno de unión nacional. Laboristas y liberales fueron asociados a la dirección de los asuntos nacionales y Churchill, como Primer Ministro, galvanizó las energías y definió el objetivo (“la victoria a cualquier precio”) mientras organizaba la resistencia en todos los frentes. Condujo la Batalla de Inglaterra, como se llamó al sistemático ataque aéreo alemán sobre las Islas Británicas, valiéndose de su incomparable retórica resumida en su legendaria promesa al pueblo de resistir con “sangre, sudor y lágrimas”. Durante la guerra, fue el artífice del estrechamiento de lazos con Estados Unidos, así como de la alianza con la URSS y el apoyo a Francia, desplegó una agotadora actividad diplomática y realizó constantes viajes para coordinar el esfuerzo bélico. En noviembre de 1943 se reunió con Roosevelt y Stalin en Teherán, donde se planeó el desembarco de Normandía. Fue el primero de varios encuentros tripartitos en los que se decidió el reparto de poder en la nueva situación mundial resultante de la contienda. Todo ello lo resolvió el gran líder inglés con su sempiterno puro en la boca. Ya con la guerra ganada, perdió sorprendentemente las elecciones ante los laboristas en 1945, aunque siguió en la política activa durante dos décadas más, llegando a repetir como Primer Ministro a la edad de 80 años. Ha sido considerado por muchos como el hombre más importante del siglo XX, y desde luego sin su tesón, su brillante personalidad y su fe en la libertad, el destino del mundo hubiera sido diferente.
FRANKLIN D. ROOSEVELT (1882-1945) Franklin Delano Roosevelt es el único presidente de la historia de Estados Unidos que ha sido reelegido en cuatro ocasiones, algo en absoluto envidiable si tenemos en cuenta que sus mandatos se desarrollaron en uno de los momentos más difíciles de la historia de su país, los años que median entre 1933 y 1945. Roosevelt, que se había formado como abogado en las universidades de Harvard y Columbia, inició su carrera política a los 28 años, cuando fue elegido para el Senado del Estado de Nueva York, en 1910. Tras ser nombrado Secretario Adjunto de la Armada, un puesto que ostentó durante la Primera Guerra Mundial, se presentó como candidato a Gobernador. Fue elegido para el cargo en 1928, apenas unos meses antes de que la Gran Depresión sacudiera los cimientos de la economía estadounidense. Roosevelt no se arredró. Se rodeó de un excelente equipo de colaboradores y planteó un programa de reformas sociales que dieron buenos resultados. Así las cosas, aquel político demócrata parecía el único capaz de sacar adelante al país. El 8 de noviembre de 1932 resultó elegido presidente. El paquete de medidas económicas que puso en práctica pretendía un mejor reparto de la riqueza para así acrecentar el bienestar económico y social de los ciudadanos. Roosevelt, sin embargo, no estaba conforme con el papel que interpretaba EE UU en la política internacional. A pesar de que había declarado públicamente que “no enviaría jóvenes estadounidenses a luchar en el extranjero”, el tradicional aislacionismo del país chocaba frontalmente con la agresiva política de Hitler y el expansionismo japonés en el Pacífico. Entre sus primeras medidas, Roosevelt reconoció la soberanía de Cuba y entabló relaciones diplomáticas con la URSS. Aun así, EE UU no podía intervenir directamente en conflictos, como la Guerra Civil española, debido a una ley que aseguraba su neutralidad en política exterior. La Segunda Guerra Mundial dio definitivamente al traste con aquella situación. A partir del estallido del conflicto, Roosevelt convenció al Congreso para que tomase medidas que implicaran más a EE UU en apoyo de las democracias, especialmente del Reino Unido que, tras la derrota francesa, era la única que hacía frente a Hitler. En 1940, el presidente implantó el servicio militar obligatorio y 16,4 millones de hombres pasaron por los centros de reclutamiento. El 9 de diciembre de 1941, dos días después del ataque japonés a Pearl Harbor, Roosevelt afirmó que aquel “súbito y criminal acto representaba el punto culminante de una década de inmoralidad internacional”. EE UU había entrado de lleno en el conflicto y daba, con su participación, una vuelta decisiva al transcurso de la guerra. De hecho, Roosevelt cumplió desde el principio lo que había anunciado años antes: “Estados Unidos será el gran arsenal de la democracia”. En la Conferencia de Yalta (febrero de 1945), él mismo, Churchill y Stalin, que ya se habían reunido en Teherán dos años antes, expusieron por primera vez sus planes para crear tras la guerra un organismo internacional con el objetivo de preservar la paz. Roosevelt no pudo, sin embargo, ver personalmente la victoria aliada. Falleció el 12 de abril de 1945. Sin embargo, sus reuniones con Churchill y Stalin resultaron decisivas para la configuración política del mundo.
JOSEPH STALIN (1879-1953) Nadie podría imaginar que Joseph Visarionovich, Stalin, nacido en 1879 en el seno de una humilde familia georgiana, se convertiría en uno de los personajes más odiados y ensalzados del siglo XX. A los 14 años pudo abandonar el entorno de miseria en el que había crecido al ingresar en el seminario de Tbilisi. En aquella institución, de la que fue expulsado en 1898 por su relación con los grupos clandestinos marxistas, inició una imparable trayectoria revolucionaria. En 1922 fue nombrado Secretario General del Partido Comunista, un cargo desde el que se aseguró el poder cuando Lenin abandonó la política. Para hacerse con la primacía absoluta, llevó a cabo una sangrienta purga entre quienes pudieran discutírsela. “Escoger la víctima, preparar el golpe con prudencia, restañar la venganza implacable... no existe nada más dulce”, confió Stalin a Kamenev, uno de sus compañeros en la troika que había organizado para evitar que Trotski llegara al poder. En 1936, el propio Kamenev sería ejecutado. Ya como dirigente de la URSS, dictó el primer plan quinquenal, cuyo objetivo era convertir a Rusia en una potencia industrial a cualquier precio. Así, el aparato del Estado se encargó de vigilar la producción y encarcelar a los responsables de las fábricas si no cumplían los objetivos. Según indica su biógrafo M. Rubel, “en 1939, Stalin acordó con Hitler el pacto de no agresión porque temía más a la Alemania nazi que a cualquier otra potencia”. Años después, el líder soviético Kruschev señalaría que tras la firma Stalin había comentado: “todo es un truco para ver quién puede burlar al otro. Hitler cree que es más listo, pero yo le he engañado”. Stalin quizá suponía que la guerra debilitaría a los contendientes, lo que favorecería sus planes de expansión. Pero las cosas cambiaron cuando Hitler atacó la URSS en junio de 1941. Unos días después, Stalin advirtió al pueblo a través de la radio que el enemigo pretendía convertirlos a todos en esclavos de los príncipes alemanes y exigía la resistencia total. Según Rubel, “de los discursos de guerra de Stalin emana el mismo espíritu que inspiró a Hitler”. Los errores de estrategia del dictador comunista causaron enormes bajas en su propio ejército, si bien los constantes reemplazos y la producción masiva de las industrias situadas más allá del Volga, lejos del alcance de la aviación alemana, compensaban la situación. Además, como en la campaña de Napoleón, el “general invierno” resultó ser un aliado fiel de Rusia. La victoria del Ejército Rojo en Stalingrado supuso su avance hacia Occidente y así, tras la rendición alemana, Stalin se aseguró el control del este de Europa, ratificado en las conferencias de Yalta y Potsdam. El nuevo orden mundial surgido de ellas quedó equilibrado entre estadounidenses y soviéticos cuando en 1949 Stalin, que moriría 4 años después, ordenó probar la primera bomba atómica soviética.
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