Por: Rafaeal Guarin - www.rafaelguarin.blogspot.com - Hay que aceptarlo, un acierto diplomático innegable de Hugo Chávez es utilizar las organizaciones internacionales para sus propósitos. Así ocurre con la OEA, UNASUR y el Grupo de Río. En los tres casos, tales instancias terminaron siendo útiles al gobierno bolivariano y a sus aliados, mientras evaden el cumplimiento de su papel. Veamos algunos ejemplos. La pretensión de reincorporar a Cuba al sistema interamericano encontró la plataforma ideal en el Grupo del Río, al cual ingresó en la cumbre celebrada en Brasil en diciembre del 2008. Al referirse a la resolución que revocaba la decisión que excluyó a Cuba de la OEA, en junio pasado, el diario Juventud Rebelde señaló que ``lo importante es que el continente le dobló el brazo al imperio''. Tan sólo un mes después, los mismos que para aceptar la abominable dictadura cubana incineraron la Carta Democrática, sin sonrojarse se convirtieron en los más fervientes defensores de su vigencia. La Carta se invocó en la reacción al golpe y contragolpe que en Honduras produjo la salida del poder de Manuel Zelaya. Hasta el gobierno cubano, en el seno del ALBA, que lidera Chávez, condenó la ``dictadura' ' y levantó la bandera de la defensa del régimen democrático en Honduras. ¡Qué cinismo! Pero hay mucho más. El grupo de Río se abstuvo de debatir las pruebas presentadas por el gobierno Uribe que demostraban las relaciones de la revolución bolivariana con las Farc. Esa actitud se mantuvo en la OEA con el concurso de su flamante secretario, José Miguel Insulza. La misma suerte tuvieron las denuncias impetradas contra la administració n de Chávez por la oposición. Tampoco existe ninguna actividad para salvaguardar la democracia venezolana de las veleidades totalitarias del chavismo. En UNASUR la cosa no es diferente. Durante la crisis boliviana del 2008 los presidentes rodearon a Hugo Morales sin reservas, ante lo que se denunció como una tentativa de golpe del ``imperio''. Al igual que en el caso de Honduras nunca examinaron la situación interna con imparcialidad, ni se percataron de las arbitrariedades de ambos gobernantes para imponer el socialismo del siglo XXI. Chávez logró que el legítimo rechazo popular a la revolución bolivariana se reprimiera en el escenario internacional. Por otro lado, el repudio a la injerencia norteamericana en América Latina se convirtió en la bandera, mientras la injerencia chavista se aplaude o se ignora. El principio de no intervención en los asuntos internos, piedra angular del sistema internacional, para la OEA, UNASUR y el Grupo de Río solo existe como elemento de agitación antinorteamericana, nunca para censurar el abierto y grosero involucramiento del gobierno venezolano en las democracias del continente, aun cuando este se realice de la mano de grupos terroristas. Es la misma conducta frente a los temas militares. Acudiendo al expediente vetusto de la guerra fría, que registra el apoyo a dictaduras por Estados Unidos, se prenden las alarmas respecto al acuerdo de cooperación con Colombia, no obstante la absoluta pasividad frente a la carrera armamentista de Chávez, que no es nueva, a la que se suma Lula con una gigantesca inversión en equipamiento militar. Para la izquierda eso no rompe el equilibrio de poder, pero sí la ayuda contra el narcotráfico y el terrorismo que presta el gobierno Obama a Colombia. Esto debería ser una cuestión pasajera. La diplomacia chavista encontró un ambiente propicio y una ola de izquierda que la favorece. Quizás cuando la correlación de fuerzas cambie y tengamos gobiernos de otro signo ideológico en Brasil, Argentina y Chile, sea otro cantar. Al igual que si, por fin, la Casa Blanca da prioridad a América Latina. En este tema, no es mucho realmente lo que diferencia a Obama de Bush.
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