domingo, 5 de julio de 2009

Los ciegos


Por: Eugenio Montoro - montoroe@yahoo. es - En el Día Nacional del Teatro se presentó en Maracaibo una versión de la obra “Los Ciegos” del dramaturgo Maurice Maeterlinck quien obtuvo el Nobel de Literatura en 1911. Seis mujeres y seis hombres, todos ciegos, dan vida a la escena. Viven en una isla en un asilo para invidentes y ese día los sacan a pasear. Su guía, un sacerdote muy viejo, en algún lugar de la jornada sienta a los ciegos sobre piedras y troncos para que lo esperen y se va a buscar agua. En su empeño el cura muere de repente. La obra se inicia con los ciegos en espera de que vuelva su guía, ignorando que ha muerto, y a través de los diálogos se van descubriendo sus temores y su desorientación. Maeterlinck gustaba del teatro simbólico y es posible que sus doce personajes representaran a los doce apóstoles. El cura como guía representaba a Jesús que eventualmente los abandona. Así las cosas los apóstoles quedaban como estos ciegos dando tumbos sin saber muy bien que hacer o como regresar al asilo. Uno de los personajes es una ciega trastornada mental que tiene un bebé de pocos meses en sus brazos. El bebé, símbolo del futuro mejor, es el único que ve. Mucho se parece esta obra a la Venezuela de nuestros días. Lo primero que se puede destacar es que aunque físicamente no lo seamos, Venezuela se ha convertido en una isla con respecto a nuestras relaciones internacionales. Solo nos quedan pocos países con los que interactuamos con cierta armonía pero siempre con la duda de que si son panas de verdad o están de risitas porque les pagamos las cervezas. También Venezuela está dividida y, de manera idéntica a la obra, todos estamos ciegos. Unos ciegos atontados por el más farsante de nuestros presidentes, otros ciegos confundidos por la errática conducción opositora y el grupo de los ciegos mayores que dicen que no se meten en enredos políticos creyendo que pueden estar nadando desnudos en la piscina sin mojarse. Todos ciegos. Aquél supuesto líder lleno de soluciones se convirtió en un orate que solo busca pleitos internos y externos y, sorprendentemente, insiste en el camino de espinas que aún sangran los cubanos después de cincuenta años. Y aquí estamos, aislados, temerosos y sin rumbo. Millones de ciegos buscando un futuro, devorados sin piedad por el hampa, sin que nadie cure las heridas, sin trabajo y sin ley. Un País en la oscuridad dirigido por un ciego que inventa para sí nuevas proezas de un Bolívar absurdamente inmaculado. La obra de Maeterlinck concluye con los ciegos oyendo unos pasos, esperanzadores y atemorizantes, de alguien que se acerca mientras en bebé llora intensamente. Es posible que también estemos esperando que alguien venga a rescatarnos de nuestra inmovilizada ceguera colectiva. Tal vez estamos esperando que el bebé crezca y nos guíe de vuelta a la seguridad y al camino florido. Pero no hay tales cosas. Nadie vendrá a rescatarnos y no podemos esperar a que el bebé líder nos salve. Nos guste o no la salida está dentro de nuestra propia ceguera. Quizás está en aceptarnos como somos, en unir nuestras manos, en animarnos los unos a los otros y empezar a buscar, tanteando, nuevas direcciones y sendas. Tal vez tengamos muchos tropiezos y caídas, pero quedarnos quietos en espera del mago que no existe es aceptar la muerte por hambre, frío y sed. Acaso no es la hora de los héroes que ven. Tal vez es la hora de los ciegos que, a pesar de todo, asumen su deseo de seguir buscando el horizonte. Y quien sabe si afanando al sol entra su brillo a nuestras pupilas en tinieblas y volvemos otra vez a vernos y a construir un País decente y de hermanos.

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