lunes, 27 de julio de 2009

Revolución de utilería


Por: Franklin Santaella Isaac - carapa44@hotmail.com - Opina Gente - Hoy, 26-7, se cumplen diez años del estreno de la obra, en un vasto escenario, un grupo de hombres y mujeres son electos para formar una constituyente y redactar un nuevo contrato social, un pueblo obnubilado aplaudía eufórico el comienzo de la función. El actor principal, un flautista como aquel de Hamelin, prometía deshacerse de todos los males que aquejaban a un país imaginario, cuyo nombre no quiero recordar. Pronto comenzaría la función, el nombre de la obra: ¡La revolución del Siglo XXI! Antes habíamos visto un paso donde los rebullones insaciables tomaron sangre de unos bisoños soldaditos que fueron conducidos engañados a perpetrar un golpe de estado contra un gobierno legítimamente constituido y un magnicidio contra un presidente electo por el pueblo, también tomaron sangre de los porteros de la estación de televisión oficial que hacía proselitismo a favor del gobierno de turno. Hoy permanece en cartelera y nos hace recordar las zamarrearías de Grigori Alexándrovich Potemkin, príncipe y mariscal ruso quien, para impresionar a la emperatriz Catalina II, sobre los progresos de los territorios que gobernaba, mandaba construir grandes fachadas de edificios en cartón piedra. Catalina, desde su cortejo imperial, en la distancia de las estepas, divisaba ciudades magníficas que habían brotado de la nada. Una obra por la que hemos tenido que pagar un elevadísimo costo: ciento cincuenta mil muertes violentas en las calles de todos los pueblos y ciudades del país. Los rebullones siguen tomando a diario sangre de las víctimas del hampa, de las policías y de la impunidad, flagelo más dañino que el crimen mismo porque lo potencializa. Pero no basta la sangre de propios, fueron a tomarla también de los vecinos, ¿quién puede tener argumentos para justificar aquella fanfarronería?, un presidente depuesto viaja al nido del halcón en un jet ejecutivo cuyo aterrizaje frustran las autoridades interinas, simplemente, estacionando un camión en la pista. Pero las consecuencias nadie las midió, dos vidas perdidas inútilmente, seguramente las madres, esposas, novias o hijas de los que cayeron se preguntaran: ¿Quienes fueron los artífices de tal disparate? En diez años se han despilfarrado novecientos mil millones de dólares americanos, ($ 900.000.000.000,oo) tres veces lo que despilfarraron los antecesores en treinta años y las carreteras, hospitales y escuelas cayéndose, la producción nacional en picada, las fabricas cerrando, las inversiones en baja alarmante, las empresas nacionalizadas en crisis, las libertades amenazadas. Los actores se apartan del libreto, ya no creen ni en su propio discurso, el contrato resultó un esperpento que nadie acata ni cumple. El público va abandonando la sala lentamente, arrastrando los pies, cabizbajo mientras una grabación repite incansable: el pueblo será feliz cuando no se entere de lo que está pasando, un solo periódico, una sola estación de televisión, un solo pensamiento. De vez en cuando se oye gritar algún partidario de la Constitución derogada a fuerza de violaciones: ¡Viva la Pepa!

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